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El domingo salí temprano a correr. Más
temprano que de costumbre. La primera sorpresa: no tenía el atuendo para correr
en invierno, solo el que usaba en verano. Pero no importa, me dije, el trote me
calentará. Salí de casa, pero al llegar a 3 de Febrero, decidí cambiar de ruta
e ir por el barrio de los gitanos, la calle Fortis, hasta el parque homónimo de
la calle, que recordaba como uno de los más grandes de Apolo.
Necesitaba el cambio de ruta, ya no le
tenía el gusto a todas las rutas posibles hacia la Videna. Además, en los
últimos días he estado recordando el parque Fortis. Corría por la calle y me
alegré de recibir los saludos de un par puntas, Alfredo y Renzo, a las que no
veía en años, pero que me tenían presente a razón de algún partido de fulbito o
básquet. Después de mucho tiempo corría por esta calle y en cuestión de minutos
la sentía muy mía en comparación a las otras calles de la urbanización.
Después de lo este día, la calle Fortis
no será, al menos para mí, la calle de hostales. En un momento, puede aturdir
la cantidad de hostales que uno encuentra, de todos los tipos y de todos los
precios posibles. Para los negocios, estos gitanos son campeones, aún más que
los vecinos de la calle de los judíos. Antes de llegar al parque, me cruzo con
un par de chicas que venían caminando y con atuendos deportivos. Ambas me miran,
y yo las miro, pensando que las debo ubicar de algún lado. Una de ellas me
advierte de mi juego de llaves, que está pendiendo de un bolsillo de mi short y
que en cualquier momento se me puede caer. Le doy las gracias.
Resulta raro encontrar a gente a las
seis de la mañana y con un frío no menos que en su vibrante expresión. Sigo
avanzando y hago memoria. Una de las chicas, la que se quedó callada, solía pasear
con sus patines por mi cuadra y en alguna ocasión la ayudé cuando se sacó la
mierda al estrellarse con uno de los postes de luz de la cuadra. Hablo pues de
hace más de diez años y las imágenes de Jazmín, porque ese es su nombre, me
quedan muy nítidas. En lo poco que hablamos aquella vez que la ayudé a
levantarse, me enteré que practicaba ballet clásico y que estudiaba derecho.
La decepción la tuve al llegar al
parque. No era como yo lo pensaba. El parque Fortis siempre ha sido uno de los
más descuidados de Apolo, pero gigante e imponente. Precisamente, quería
recorrer esa imponencia en cinco vueltas a ritmo sostenido, pero no iba a ser
posible. Ahora el parque estaba muy bien arreglado, pero su nuevo ornamento le
ha quitado espacio. Ya no era el parque imponente que vi la última vez. No
demoré en dar con la respuesta: ya no era un parque gigantesco porque se
destinó parte del parque, el que comunica a Arriola, a la construcción de
cocheras y complejos deportivos de césped sintético.
No era el lugar en donde pensaba dar las
vueltas, pero era lo que tenía a la mano. Además, se me había antojado un
chicharrón de calamar y leche de tigre en El Marino. No me hice problemas. Hice
las vueltas que pensaba. Al terminar me senté en una de las bancas y esperé a
que el día se aclare un poco más. El sueño de a pocos se apoderaba de mí, pero
no, primero era el chicharrón de calamar más la leche de tigre, luego el
duchazo y luego al sobre hasta el mediodía.
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