saber mirar, saber escuchar
Lo que ha conseguido Juan Manuel Robles
con su novela Nuevos juguetes de la Guerra Fría es una proeza, un monumento a
la memoria y al registro del yo, llevados a límites que sí nos permiten
asegurar, ahora sin titubeo alguno, que la narrativa peruana actual se encamina
hacia un buen momento, buen momento que hasta hace no mucho tenía más de
demagogia que de realidad.
Las cosas son así: las buenas etapas en
narrativa se sustentan en muy buenas novelas y obras maestras. Más bien, lo
interesante, lo bueno, lo destacable, funcionan para alentar a la tribuna, la
que no tarda en descubrir la mentira que acompaña a tanto entusiasmo. Ahora,
consignemos también que el registro del yo sustentado en la memoria viene
siendo muy manoseado últimamente, en este manoseo hay mucha ignorancia porque
se le promociona como si fuera algo nuevo, cuando lo cierto es que ya ha sido
abordado entre nosotros, y con grandes resultados, por narradores peruanos de
la talla de Bryce y Ribeyro. Entonces, no hablamos de un nuevo registro que
revolucionará y marcará el curso de la narrativa peruana del nuevo siglo, sino
de una tendencia que vuelve con fuerza aprovechando la caída de otros tópicos y
registros que estuvieron en boga. A saber, el tópico de la violencia política.
Este desgaste de la violencia política también se viene percibiendo en la
narrativa de otros países de Latinoamérica, situación de la que los nuevos
narradores han sabido sacar provecho.
En el contexto peruano actual, podemos
percibir un encuentro discursivo no tan silencioso entre la narrativa del yo
contra el de la violencia política. Lo cierto es que si se somete a
comparación, las novelas más destacadas de la violencia política marcaban una
gran ventaja, venían asumiendo ese encuentro con la frialdad de un equipo de
fútbol que juega una final a ritmo de entrenamiento, teniendo al frente a un
equipo entusiasta que solo ofrece títulos buenos e interesantes. Ahora el
asunto cambia, porque Nuevos juguetes de la Guerra Fría no solo les hace el
pare a las novelas peruanas más destacadas de la violencia política, sino que
también se erige como una de las más logradas de los últimos treinta años,
ubicando a su autor como una voz ineludible si es que pretendemos hablar de la
situación de la narrativa peruana contemporánea y también como uno de los
nuevos autores latinoamericanos a los que de todas maneras tenemos que seguir
la ruta.
Sé que esta opinión no gustará a no
pocos colegas de oficio. Pero esa es la verdad. Hoy por hoy, Robles es el
Narrador de la narrativa peruana. No hay ni una novela de autor de su
generación que se le pueda parar al frente. Es como si le dijéramos a Gabriel
Batistuta que Johan Fano está haciendo goles en Colombia. Esa es la figura.
Figura que los amantes de la lectura debemos celebrar porque desde hace años
veníamos esperando una novela ambiciosa de un autor aparecido a partir del
2000, novela ambiciosa legitimada por la crítica y, muy en especial, por los
lectores, que son a fin de cuentas los jueces a los que debemos hacer caso.
Robles nos presenta a Iván Morante,
quien indaga en los entresijos de su infancia desde Nueva York, adonde ha ido a
formarse como escritor. En este ejercicio de viaje íntimo, Robles no hace de su
álter ego un sujeto hacedor de meros recuentos memoriosos, sino que es una
máquina de especulación reforzada por la memoria salvaje y detallista de su
hermana Rebeca. En esa especulación reside la fuerza de la novela, en ese
titubeo por el que Robles abre la novela como un abanico, convirtiendo el
proyecto no solo en uno que ingresa en los afluentes de la infancia, sino en
uno que escarba en la relación entre Morante con su familia, en uno que nos
presenta la trastienda de un contexto político internacional que comparte más
de un lazo en común con el contexto del que procede, como también en uno que
indaga en su decepción con los discursos políticos e ideológicos de izquierda.
Nos enfrentamos a una novela total que,
pese a su complejidad, se deja leer. En este sentido, resaltemos el oficio del
autor, o mejor dicho su estilo, porque en la aparente ligereza del mismo,
encontramos un poder que nos permite recordar muchos pasajes de la novela. No
es, bajo ningún aspecto, poca cosa. Se trata de una virtud que vemos contadas
veces hasta en la novelística contemporánea. No hay que pensarlo mucho, esta
cualidad de Robles proviene de las parcelas de la crónica, en la que también es
una voz más que destacada. Es quizá esa distancia del purismo narrativo la que
pudo liberarlo de las angustias que carcomen a muchos narradores al momento de
escoger un registro. Esta novela es una radiografía de los elementos que
sustentan la poética de Robles: saber mirar, saber escuchar. Es decir, narrar.
Solo eso, narrar.
…
Publicado en BS 17
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