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No hay mejor manera para empezar un día
que escuchar el Berlin de Lou Reed.
Este es quizá uno de los mejores álbumes en la historia del rock. No solo
hablamos de música, sino también de la potencia poética de las letras de las
canciones.
Abrí la librería en calma. Prendí el
ventilador y en mi mochila llevaba más de quince cd´s, los cuales acomodé en un
espacio cerca del equipo de sonido. Entre ellos estaban varios de Reed. Comencé
el día, con la idea de no hacer nada, aunque esto no es más que es un eufemismo,
un eufemismo que permite que tenga al final de la jornada un buen rendimiento,
al menos esa es mi impresión.
Me puse manos a la obra. Prendí la
portátil y me conecté al Face en donde vi que me anuncian como colaborador de
la web El buen librero, en donde tendré una columna de reseñas. Estas reseñas
serán quincenales y no necesariamente escribiré en ella de libros peruanos,
sino de otros títulos que no sé por qué no se comentan. Si nos ponemos algo
románticos, sin negar que esta idea no me vacila del todo, porque valgan
verdades, no me gusta el discurso de llenar espacios vacíos en cuanto a
promoción literaria, lo que me vacila es que voy a poder escribir de los libros
que me den la gana, sin dejar de escribir otras cosas, tipo ensayos o
artículos, para Lee por gusto, de mi amigo Jaime. Solo debo ordenarme un poco
más y así repartirme en estos dos espacios en los que sí me siento cómodo,
escribiendo en libertad, sin presiones solapas inevitables.
Algunos textos han resultados auténticas
bombas Molotov para LPG y me alegra que Jaime haya sabido sortear el temporal,
sin dejarse amilanar ni escuelear por inevitables presencias virtuales. Los
textos que vendrán en esa web serán más Molotov en comparación a los que se
publicaron. En estas semanas he estado desarrollando en mi cuaderno varias
ideas que no se abordan del todo, en onda con la que esgrimí en una entrevista
que ofrecí en Lima Gris hace un par de semanas, ideas que tienen que ver con el
atontamiento, temor, de buena parte de los escritores peruanos en decir lo que
piensan en verdad. Obviamente también daré
algunos puntapiés al Facebook, que es la verdadera amenaza, el veneno que viene
matando a los pocos escritores de valía que nos quedan. En fin, con esto del
Face hay mucho que rebanar en su indiscriminado mal uso.
Cuando me desconecté del mundo virtual,
recibo la visita de Mr. Chela, a quien le prestaré por tres días un libro mío
de Frank Kermode, El leve ruido del piso
de arriba. Esta publicación se ha convertido en una especie de biblia para
mí. Ya hablaré más de esta publicación.
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