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Era un día tranquilo, como si nada fuera
a ocurrir. Aún no eran las horas del ajetreo, horas amenazantes en las que vale
estar atento, en las que en minutos puedes hacer lo que no en horas de hueveo.
Precisamente, en las benditas horas de hueveo leí Nuevo museo del chisme de Cozarinsky. Lo leía con relativa
atención, mientras barajaba la idea de salir un toque y comprarme un sanguchón
de pavo de La Lucha. También sentía la necesidad de fumar, de botar de mí toda
la tensión de los últimos días, de encontrar tiempo en las mañanas y así poder
pasar a documentos en Word lo que he venido escribiendo a mano, sea en los
cuadernos y libretas de notas. Alguna vez, en un lejano post, dije que escribía
mucho a mano, algo que resultaba inconcebible para los lectores del blog, que
me alucinan una especie de dependiente de las nuevas plataformas de escritura.
Pues no, soy más tradicional de lo que pudiera pensarse, bastaría con ver el
celular que manejo para tener una idea de que la tecnología no es lo que me
quita el sueño.
Cerca de las tres de la tarde, justo
cuando me disponía a salir a fumar, recibo la visita del poeta y editor Beatnik
John, cuya vestimenta era el mejor reflejo de su actividad vital, un beat por
donde lo veas. John, y es justo decirlo, es de los pocos valientes que se
atreven a vivir en pleno uso de la libertad que otros abandonan por la mera
seguridad. En esa libertad ha recorrido toda Sudamérica y, obviamente, conoce
cada centímetro de este país. Me consta que viaja mucho y es un placer hablar
con él, que siempre está lleno de proyectos, viviendo poéticamente, y no de la
poesía. Hace poco estuvo en una feria del libro en Juliaca. Le pregunto al
respecto, solo por curiosidad, porque no sé si tenga las fuerzas para ir a una
feria en Juliaca, pero sí me interesa saber cómo va la movida literaria por
esos lares, que imagino debe ser más poética que narrativa.
John abre su mochila y me obsequia
algunos libros de su editorial Hanan Harawi. Los libros que hace son
artesanales, pero tienen el detalle del gesto pulcro en su hechura. Algunos los
llamarían libros objetos. Comienzo a revisar uno, de pasta verde, Discursos interiores. Teorías sobre el
romanticismo de Ana Mónica Vílchez. Pese a que me topo con algunos poemas
que no me convencen, debo decir que aquí hay una voz sensible que apuesta por
la verdad en el discurso poético. Es decir, Vílchez apela a la fuerza de sus
recursos, sin necesidad de ornamentarlos, más bien dejándolos fluir. En ese
cauce se encuentra una revelación con la que se identifica el lector. Bueno, al
menos yo sí me identifiqué.
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