Allen Ginsberg
Habré tenido unos dieciocho años para cuando me vi envuelto en la poesía de Ginsberg. Y como las buenas cosas en mi vida siempre han llegado gracias al azar, Ginsberg es, de hecho, parte de esas buenas cosas.
Había escuchado de él a través de Hildebrando Pérez Grande –poeta y una de las personas que me hizo valorar a la poesía y a los poetas, a disfrutar del hechizo de las palabras- en una de las sesiones del ya legendario Taller de Poesía en la universidad de San Marcos – me pregunto qué poeta que se precie de serlo no habrá pasado por dicho taller, si el cálculo no me falla, me atrevo a decir que es el lugar de paso obligado para todos-, la misma que es codirigida por el ya nombrado Pérez Grande y Marco Martos.
Y como nunca he sido, por alguna maldita razón, aficionado a las fotocopias, decidí buscar Aullido, aunque me habían advertido del fracaso de mi intento, pero la búsqueda me llevó a conocer un pequeño espacio del centro de la ciudad marcado por su aura de leyenda, en la que los aullidos nocturnos no eran precisamente los poéticos. Pero de Quilca espero hablar en alguna ocasión.
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Lo que sí sé es que tuve un ejemplar de Aullido después de muchos meses de búsqueda, en la librería El Virrey estaba agotado, y lo encontré en una tarde de sol en el lugar en el que siempre he encontrado genuinas joyas librescas –si es que se tiene la paciencia de buscar, más una considerable ausencia de prejuicio-, en el que tengo a buen proveedor que no me perdona que lo haya colocado en mi primera novela; pues bien, fue en Amazonas en donde a precio de ganga compré Aullido en las clásicas portadas negras de Visor.
Habré leído Aullido en incontables ocasiones, es un extenso poema que encierra un ritmo sostenido, pero el ritmo sostenido no sería nada si en esa fuerza poética que encierra muchas ramas que se disparan y yacen en crisoles poéticos poco frecuentados, los cuales adquieren un vitalismo que no se traiciona, sino que este se desprende en diferentes campos simbólicos que encierran un mensaje de amor y libertad, de tolerancia; sumidos en la espontaneidad y la frescura. Aullido es también el reflejo de la rebeldía y la negación de toda convención moral impuesta por la sociedad, factores que definieron a su generación, la conocida Beat Generation.
Aullido es para mí el texto que encierra una suerte de rabia existencial y desgarradora, y más allá de lo que significó y significa este poema, este logra un mayor alcance puesto que siempre estuvo sustentado por un vida alejada de la pose, de la ignorancia.
Hace unas semanas vi un documental en el cable en el que aparecía Allen bailando, dando vueltas sobre un círculo blanco rodeado de nativos vietnamitas, en testimonio tajante de lo que un alucinógeno en base a la amapola puede hacer. Como para no olvidarlo.
Video, Ballad of the Skeletons. Cortesía de La Caverna.
Había escuchado de él a través de Hildebrando Pérez Grande –poeta y una de las personas que me hizo valorar a la poesía y a los poetas, a disfrutar del hechizo de las palabras- en una de las sesiones del ya legendario Taller de Poesía en la universidad de San Marcos – me pregunto qué poeta que se precie de serlo no habrá pasado por dicho taller, si el cálculo no me falla, me atrevo a decir que es el lugar de paso obligado para todos-, la misma que es codirigida por el ya nombrado Pérez Grande y Marco Martos.
Y como nunca he sido, por alguna maldita razón, aficionado a las fotocopias, decidí buscar Aullido, aunque me habían advertido del fracaso de mi intento, pero la búsqueda me llevó a conocer un pequeño espacio del centro de la ciudad marcado por su aura de leyenda, en la que los aullidos nocturnos no eran precisamente los poéticos. Pero de Quilca espero hablar en alguna ocasión.
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Lo que sí sé es que tuve un ejemplar de Aullido después de muchos meses de búsqueda, en la librería El Virrey estaba agotado, y lo encontré en una tarde de sol en el lugar en el que siempre he encontrado genuinas joyas librescas –si es que se tiene la paciencia de buscar, más una considerable ausencia de prejuicio-, en el que tengo a buen proveedor que no me perdona que lo haya colocado en mi primera novela; pues bien, fue en Amazonas en donde a precio de ganga compré Aullido en las clásicas portadas negras de Visor.
Habré leído Aullido en incontables ocasiones, es un extenso poema que encierra un ritmo sostenido, pero el ritmo sostenido no sería nada si en esa fuerza poética que encierra muchas ramas que se disparan y yacen en crisoles poéticos poco frecuentados, los cuales adquieren un vitalismo que no se traiciona, sino que este se desprende en diferentes campos simbólicos que encierran un mensaje de amor y libertad, de tolerancia; sumidos en la espontaneidad y la frescura. Aullido es también el reflejo de la rebeldía y la negación de toda convención moral impuesta por la sociedad, factores que definieron a su generación, la conocida Beat Generation.
Aullido es para mí el texto que encierra una suerte de rabia existencial y desgarradora, y más allá de lo que significó y significa este poema, este logra un mayor alcance puesto que siempre estuvo sustentado por un vida alejada de la pose, de la ignorancia.
Hace unas semanas vi un documental en el cable en el que aparecía Allen bailando, dando vueltas sobre un círculo blanco rodeado de nativos vietnamitas, en testimonio tajante de lo que un alucinógeno en base a la amapola puede hacer. Como para no olvidarlo.
Video, Ballad of the Skeletons. Cortesía de La Caverna.
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