Fragmento - Joseph Roth
¡Dieciséis horas! Desde hacía más de tres años yo amaba a Isabel. Pero los tres años transcurridos me parecieron cortos en relación con estas dieciséis horas; debiera haber sido lo contrario, pero lo prohibido es siempre fugaz y a lo permitido se le concede, en cambio, la permanencia por añadidura. Además me parecía que, aunque Isabel no había cambiado, estaba a punto de hacerlo. Pensé en mi suegro y encontré un par de semejanzas entre los dos, ciertos movimientos de las manos, heredados indudablemente de él. Eran refinados y lejanos ecos de los movimientos del padre. Durante el viaje a Baden en el tren eléctrico, algunas de sus actuaciones casi me hirieron un poco. Por ejemplo: apenas había arrancado el tren cuando sacó un libro de su maletín, estaba al lado de su étui de toilette, sobre su ropa-pensé en el camisón de novia-, y el solo hecho de que un libro reposara sobre una ropa casi sacramental me pareció indigno. Se trataba de una serie de bosquejos de uno de esos humoristas alemanes del norte que, junto con nuestra fidelidad a los nibelungos, a la asociación con la escuela alemana, y a los profesores de las escuelas superiores de Pomerania, Danzig, Mecklenburg y Konigsberg, lucían por Viena su humor insulso y empezaban a extender su tedioso sentido de bienestar.
(De: La Cripta de los Capuchinos. El Acantilado, 2002)
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