Recordando a Juan Ojeda
Camino por las calles de San Borja con Keith Richards. Hablamos de todo. Le digo que nunca más seré de derecha, aunque jamás abrazaré la causa de las izquierdas. Todos los discursos terminan cayendo como fichas de dominó. ¿De qué me vale protestar contra la masacre en Gaza si me quedo callado con los abusos y vejámenes que en nombre no sé qué viene cometiendo la dictadura castrita bajo el caduco ideal de la revolución? Pienso, creo, imagino y divago: los principios esenciales de la vida están por encima de toda preferencia ideológica. Qué alucinante sería protestar contra el atropello en Gaza y al toque empalmarla, en caravana, a la embajada cubana.
Keith Richards y yo seguimos caminando. Pasamos por la Biblioteca Nacional. Hace tres semanas estuve en sus instalaciones, buscaba un poemario de Marco Antonio de Lellis, COMO POLEN PSICOLÓGICO. Un buen pata me había pedido que lo lea y examine. Lo leí y examiné … Una porquería … Y para no deformar mi gusto lector- hay que estar alertas con la fuerza innata de la huachafada-, pedí que me alcanzaran EL ARTE DE OLVIDAR, de Vicente Azar. Lo leí muy despacio, como si bebiera buen vino, como si fumara un placentero cigarrillo con sorpresa, como si esperara que el cielo se abriera…Sin lugar a dudas, un gran poemario injustamente olvidado.
Le comento a Keith que hay poetas peruanos subvalorados, que corren el riesgo de que les pase lo que a Azar… Hablamos de Juan Ojeda (1944 - 1974) … Con gratitud y decepción. Gratitud porque es, de lejos, uno de los tres poetas más representativos de los últimos cincuenta años. Con decepción porque la crítica no se atreve a reconocerlo, pese a que hay un consenso en declararlo un muy buen poeta, pero lo de “muy buen poeta” le queda pequeño a cualquiera que haya dejado un librazo como EL ARTE DE NAVEGAR.
Me despido de Keith.
Me pierdo en las calles de Santa Catalina, rumbo a mi casa, fumando, y pensando en Ojeda. Recuerdo desordenadamente algunos de sus versos:
Porque no debemos permanecer,
La tierra se inclinó con un sonambulismo de voces,
Y los caminos fueron colmados en la inerte morada.
¿Qué premoniciones sostener en este insidioso sueño?
Caminar, sólo caminar, entre la sensación árida
Como una prisión de los sentidos. Y bajo los setos
El ruido de imprecisas manos ordenando las ruinas.
Silencioso día de la desesperanza en un ocio pobre,
Torpe de día del mudar de hábito como vieja cáñula
Desvencijada, allegando los leños ásperos de la locura.
Extraordinario, ¿no?
Paro un taxi.
Keith Richards y yo seguimos caminando. Pasamos por la Biblioteca Nacional. Hace tres semanas estuve en sus instalaciones, buscaba un poemario de Marco Antonio de Lellis, COMO POLEN PSICOLÓGICO. Un buen pata me había pedido que lo lea y examine. Lo leí y examiné … Una porquería … Y para no deformar mi gusto lector- hay que estar alertas con la fuerza innata de la huachafada-, pedí que me alcanzaran EL ARTE DE OLVIDAR, de Vicente Azar. Lo leí muy despacio, como si bebiera buen vino, como si fumara un placentero cigarrillo con sorpresa, como si esperara que el cielo se abriera…Sin lugar a dudas, un gran poemario injustamente olvidado.
Le comento a Keith que hay poetas peruanos subvalorados, que corren el riesgo de que les pase lo que a Azar… Hablamos de Juan Ojeda (1944 - 1974) … Con gratitud y decepción. Gratitud porque es, de lejos, uno de los tres poetas más representativos de los últimos cincuenta años. Con decepción porque la crítica no se atreve a reconocerlo, pese a que hay un consenso en declararlo un muy buen poeta, pero lo de “muy buen poeta” le queda pequeño a cualquiera que haya dejado un librazo como EL ARTE DE NAVEGAR.
Me despido de Keith.
Me pierdo en las calles de Santa Catalina, rumbo a mi casa, fumando, y pensando en Ojeda. Recuerdo desordenadamente algunos de sus versos:
Porque no debemos permanecer,
La tierra se inclinó con un sonambulismo de voces,
Y los caminos fueron colmados en la inerte morada.
¿Qué premoniciones sostener en este insidioso sueño?
Caminar, sólo caminar, entre la sensación árida
Como una prisión de los sentidos. Y bajo los setos
El ruido de imprecisas manos ordenando las ruinas.
Silencioso día de la desesperanza en un ocio pobre,
Torpe de día del mudar de hábito como vieja cáñula
Desvencijada, allegando los leños ásperos de la locura.
Extraordinario, ¿no?
Paro un taxi.
Me dirijo a la cuadra 23 de la Av. Arequipa. Al llegar me topo con un par de conocidos señores que rozan los cincuenta años. No me queda otra que saludarlos, están alegres de verme. Uno fue mi profesor de química, el otro de física. Como mi colegio queda en esa cuadra 23, estos piensan que he ido a visitarlos … No pues, yo no los estoy visitando … Resulta que en esa misma cuadra, frente al que fue mi colegio, en una madrugada del 11 de noviembre de 1974, Juan Ojeda fue atropellado mientras toreaba autos.
No tardo en abrirme de mis ex profesores.
Prendo otro cigarrillo. Me detengo en el mismo lugar en el que Ojeda murió. La luz del semáforo en rojo. El tabaco me sensibiliza. No tengo dudas: Ojeda está a la altura de Rodolfo Hinostroza. Hay que leerlo más, hablar más de su poesía, ya pararla con las cantaletas sobre su vida, tan llena de anécdotas y sufrimientos.
La luz del semáforo en ambar.
Recuerdo más versos de Ojeda, los suficientes antes de cruzar la pista, porque, obviamente, yo no quiero morir como este gran poeta:
¿Qué atroz misterio deambula
En los posos resecos de la noche?
Arrojado fatigosamente sobre la tierra árida
Te habrías contentado con nutrir el ardor
En el venenoso invierno, y ya nada sobrevive
De tanta enconada miseria, ni las abluciones del corazón.
Imagen, Juan Ojeda
No tardo en abrirme de mis ex profesores.
Prendo otro cigarrillo. Me detengo en el mismo lugar en el que Ojeda murió. La luz del semáforo en rojo. El tabaco me sensibiliza. No tengo dudas: Ojeda está a la altura de Rodolfo Hinostroza. Hay que leerlo más, hablar más de su poesía, ya pararla con las cantaletas sobre su vida, tan llena de anécdotas y sufrimientos.
La luz del semáforo en ambar.
Recuerdo más versos de Ojeda, los suficientes antes de cruzar la pista, porque, obviamente, yo no quiero morir como este gran poeta:
¿Qué atroz misterio deambula
En los posos resecos de la noche?
Arrojado fatigosamente sobre la tierra árida
Te habrías contentado con nutrir el ardor
En el venenoso invierno, y ya nada sobrevive
De tanta enconada miseria, ni las abluciones del corazón.
Imagen, Juan Ojeda
(Con ARTE DE NAVEGAR tenemos la poesía completa de Juan Ojeda. La segunda edición, la que tengo, fue publicada por Cronopia Editores, en el 2000)
3 Comentarios:
Excelente poeta Juan Ojeda, quien segun nos cuentas tan solo vivio 12 años
(1962 - 1974)
jajajajajaj. Sí. Cambiaré el dato. (1944 - 1977)
No sabía lo del atropello en la cuadra 23 de la Arequipa.
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