martes, junio 15, 2010

La única entrevista que Steig Larsson dio sobre Millennium

En la edición del sábado del diario chileno La Tercera, encuentro una nota que estoy seguro será la delicia de los seguidores de la trilogía Millennium. Sé que la trilogía no deja de venderse, cosa que me parece un buen síntoma de que la esencia misma de la narrativa está pues en saber contar una buena historia, siempre teniendo al lector como fin supremo. Sé, también, que muchos snobs de la lectura –así es, aquellos que recién han empezado a leer, alardeando una sapiencia de cartón piedra, repitiendo como papagayos lo que otros snobs mayores pontifican- reniegan de estas tres novelas por el simple hecho de que llevan el rótulo de Best Seller. No voy a juzgar a estos patéticos snobs, solo me limitaré a consignar, una vez más, que la experiencia de zambullirse en los ladrillos de la trilogía es única e irrepetible, todo un triunfo de la tradición de las novelas de aventuras.


Todo comenzó en un soleado día a fines de septiembre de 2004, en una banca afuera de la Feria del Libro de Gothenburg. John-Henri Holmberg, un editor sueco, se sentó al lado mío y me habló sobre tres manuscritos que acababa de leer, escritos por un amigo llamado Stieg Larsson. Estos escritos, dijo, transformarían a su autor en el escritor sueco más famoso del mundo, "incluso más que Henning Mankell".
En esos años, Mankell había conquistado casi todos los mercados alrededor del mundo, con ventas internacionales de unos 20 millones de copias. Larsson, que por entonces trabajaba como editor de una revista contra el racismo llamada Expo, no había publicado una sola palabra de ficción en su vida.
Si me lo hubiera dicho cualquier otra persona, me hubiera reído de la reivindicación de Holmberg como si se tratara de una extravagante fantasía. Pero mi fe en su opinión, sumado al hecho de que el tal Larsson había esperado a tener tres manuscritos listos antes de acercarse a un editor, me tenían intrigado. Así es que al día siguiente llamé a Larsson y le pregunté si me dejaría entrevistarlo.
Pocas semanas después, el 27 de octubre de 2004, nos encontramos en Estocolmo, en las oficinas de Expo. La débil luz del día se filtraba en una habitación amoblada con una simple mesa, dos sillas comunes y una lámpara. Larsson, fumador compulsivo de 50 años, se veía exhausto. Después de su muerte, mucho se escribiría sobre su infatigable ritmo de trabajo, su capacidad sobrehumana para escribir por horas sin pausa. Claramente, ese ritmo le estaba pasando la cuenta. Los únicos resultados conocidos de su trabajo eran, por entonces, los destapes de organizaciones racistas y fascistas para Expo, publicación que había ayudado a crear en 1995, para seguir la pista a una ola de asesinatos por neonazis. Este trabajo lo había expuesto a la luz pública y provocado amenazas de muerte.
Larsson vivía con su pareja de toda la vida, Eva Gabrielsson, pero su nombre no estaba en el portero de su departamento ni su dirección estaba registrada en ningún documento o base de datos. La pareja tenía varias rutinas establecidas para salir de su casa: algunas veces lo hacían por la puerta principal; otras, salían por la parte de atrás, a través del sótano. Larsson tenía el hábito de mirar sobre su hombro a menudo, como para asegurarse de que nadie lo estaba siguiendo.
No mucho antes de nuestro encuentro, la policía había informado a Larsson que se habían encontrado fotografías de él junto a Gabrielsson, además de información sobre su dirección, en medio de la investigación de un asesinato que estaban llevando a cabo en Estocolmo.
Empecé la entrevista indagando en este aspecto de su vida, preguntándole si tomaba medidas para protegerse. Fue un error. "Seguro", soltó enseguida, "pero difícilmente voy a contarte cuáles son, ¿cierto?".
Cuando sugerí que en el futuro no tendría que seguir temiendo los posibles ataques de grupos extremistas de derecha, porque su fama lo protegería, su temperamento se encendió: no creía que ser una figura pública fuera a cambiar nada. "Lo que sí creo es que podría volverme más selectivo", dijo malhumorado. "Tengo un trabajo en Expo. Pretendo conservarlo. Es tarea de la editorial vender mis libros. Mi trabajo sólo es producirlos. Supongo que tendré que hacer algunas apariciones públicas por ellos. Pero ya estoy empezando a odiar la idea, porque realmente no tengo tiempo para eso".
Por suerte, su mal humor se evaporó cuando la conversación se desvió hacia la serie Millennium. Pregunté cuál era la fuente de su inspiración. La idea inicial había rondado su cabeza por un tiempo, dijo. Había estado jugando con ella antes, cuando trabajaba para la agencia de noticias sueca TT, donde fue diseñador gráfico y escritor ocasional entre 1977 y 1999. A mediados de los 90, él y un colega periodista, Kenneth Ahlborn, escribieron un artículo sobre las historias de detectives clásicas que fueron populares entre los jóvenes suecos en la década de los 50, 60 y 70. "Estábamos bromeando, hablando de cómo se podría escribir sobre estos personajes cuando ya tuvieran 40 años, cuando estuvieran frente a un último misterio", dijo. "Eso sembró la semilla, pero nada tomó cuerpo en ese entonces".
No fue hasta 2001 que Larsson encontró la chispa que daría forma a la trilogía Millennium. "Pensé en Pippi Longstocking (Pippi Calzaslargas)", dijo, refiriéndose a la más famosa creación de la autora infantil sueca Astrid Lindgren, una chica tan fuerte que podía levantar un caballo. "¿Cómo sería ella hoy en día? ¿Cómo sería de adulta? ¿Cómo se le diría a una persona así?, ¿sociópata?, ¿hiperactiva? Un error. Ella simplemente ve la sociedad de forma distinta. La haré de 25 años e inadaptada. No tiene amigos y carente de habilidades sociales. Esa fue mi idea original". Esa idea evolucionó hasta transformarse en la imponente heroína de Larsson, Lisbeth Salander.
Pero sentía que Salander necesitaba algún contrapeso si quería que su historia fuera un éxito. Una vez más pensó en los personajes de Lindgren, esta vez en Kalle Blomkvist, un joven detective. "Sólo que ahora tiene 45 años y es periodista (Mikael Blomkvist). Un sabelotodo altruista que edita una revista llamada Millennium. La historia girará en torno a las personas que trabajan ahí".
Larsson sabía mucho sobre el funcionamiento del género policial. Todas las primaveras y otoños, cuando trabajaba para la agencia de noticias, tenía el encargo de escribir reseñas que resumieran las novedades del género. "Incluía las mejores cinco novelas del momento", dijo. "Algunos de los escritores que elogié fueron Sara Paretsky, Val McDermid, Elisabeth George y Minette Walters. Aunque parezca extraño, casi todas son mujeres".
En su trilogía, Larsson juega con las convenciones del género. El primer libro, Los hombres que no amaban a las mujeres, es una policíaca tradicional condimentada con una intriga. El segundo, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, tiene un aire de "vengador solitario", y el tercero, La reina en el palacio de las corrientes de aire, es una fusión de novela de espías y thriller legal. "He leído novelas policiales toda mi vida. Una cosa que siempre me ha molestado en el género policial es que se suele tratar de una o dos personas, no hay mucho acerca de la sociedad", me contó. "Quiero alejarme de ese patrón: un protagonista, un personaje secundario y personajes de fondo. En la vida real, la gente está integrada en una sociedad. Eso es lo que ocurre en mis libros. Los personajes menores no sólo aparecen y lanzan frases, ellos interactúan y tienen un efecto en el curso de las cosas. No es un universo aislado".
Cuando Larsson había terminado sus manuscritos, no los mandó enseguida a Norstedts, la compañía que después los publicaría. Primero fueron a parar a Piratförlaget, una editorial sueca enfocada en bestsellers: ni siquiera se molestaron en abrir el paquete. Así es que un amigo de Larsson, un reconocido periodista sueco y presidente de la administración de Expo, tomó los tres libros y los llevó a Norstedts. Y el resto, como se dice, es historia.
Le pregunté cuáles eran sus expectativas cuando envió los manuscritos a la editorial. "Si quisiera ser sarcástico, diría que las expectativas no tienen nada que ver", dijo. "Pero cualquiera que escriba para comer cree que su material tiene valor comercial, ¿verdad? Yo creo que mis libros tienen esa cualidad. Es por eso que los envié para su publicación. Sé que son buenos. Sabía que alguien iba a querer publicarlos. Esto es mi fondo de jubilación".
Muchos se preguntan por qué Larsson, a diferencia de la mayoría de los escritores, no salió a vender su libro por ahí en cuanto lo hubo terminado. ¿Por qué esperar a tener tres? "¿Y por qué no?", respondió. "Los escribí por diversión. No los escribí con la convicción de que serían publicados. Y las cosas no cobran sentido hasta que llegas al tercer libro. Ahora los cimientos quedaron instalados. Y puedo lanzarme a escribir cuantos libros quiera sobre estos personajes". Luego añadió: "Mi sinopsis original era para cinco libros".
Le pregunté si era cierto lo que había oído, que tenía casi terminado un cuarto libro. "Sí", respondió, "escribo rápido y las novelas policiales son fáciles de hacer. Es mucho más difícil escribir un artículo de mil palabras, donde todo tiene que estar ciento por ciento correcto". Me dijo que existían al menos 150 páginas del cuarto libro.
Al momento de nuestro encuentro, Larsson también había vendido los derechos de sus novelas para Alemania. Fue su primera venta en el extranjero, la primera pista de lo que vendría. No había visto ni un solo billete aún, pero sabía que "un cheque que cubriría la compra de mi departamento" estaba en camino.
Le pregunté sobre sus planes para el futuro. ¿Cuántas novelas de Millennium quería escribir? "Puedo escribir cientos de libros para la serie", dijo. "Eso no será un problema mientras haya alguien que quiera publicarlos y gente que quiera leerlos".
Tres semanas después de la entrevista, estaba en medio de la multitud en un andén de Estocolmo, esperando el tren, cuando sonó mi teléfono. Era Ake Edwardson, otro escritor de policiales representado por Norstedts.
"¿Supiste la noticia?", me preguntó. "Stieg Larsson está muerto". El tiempo se detuvo y el ruido a mi alrededor se diluyó en el silencio. Me pregunté si se trataba de una broma. De una mala broma. ¿Cómo podía estar muerto Stieg Larsson? Había hablado con él recién. Nuestra revista acababa de publicar un artículo sobre su futuro prometedor.
Cuando corté el teléfono pensé en el avance del pago desde Alemania, el dinero que hubiera permitido a Larsson una nueva vida. Todo parecía tan injusto. Tan sin sentido.

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