Entre humos
Días atrás, en la sección de fumadores de un bar, un buen amigo –en realidad mi mejor amigo- me preguntó cómo era posible que pueda fumar sabiendo de la imagen de la boca cancerosa en mi cajetilla. (Confieso que mis hábitos de consumidor de tabaco han bajado considerablemente, antes fácilmente me acababa dos cajetillas y media diaria, ahora no paso de los ocho cigarrillos.) Pues bien, no tuve otra que comentarle que toda esta guerra contra el tabaco es fatua y de doble moral. Sancionar el consumo de cigarros es lo más fácil, es agarrar a patada limpia a la droga social más vulnerable. Sabemos que es perniciosa para quien fuma en exceso, y también para los que nos rodean en el momento que fumamos, pero si somos justos, e inteligentes y coherentes, deberíamos exigir el mismo nivel de satanización hacia otras drogas sociales que desde hace rato están pasando piola, y que matan tanto en lentitud y rapidez, dependiendo de los casos. Me refiero al consumo desmedido del alcohol (¿por qué, me pregunto ingenuamente, en las botellas de chelas no pegan imágenes de autos destrozados, cuerpos atropellados y riñones cancerosos?, chitón, a seguir bajándole el precio nomás). Y aunque no sean drogas sociales, se debería hacerse lo mismo con el consumo de las comidas que se venden en los fast food (poner una imagen de un estómago carcomido por bichos en las cajitas de las hamburguesas, por ejemplo), o alertar del inminente peligro que significa tragar desmedidamente nuestros ricos potajes nacionales, que tan en boga están desde hace buen tiempo y que para no pocos es motivo de orgullo, sabiendo bien, lo que es peor, que estamos alentando, para un futuro cercano, a una legión de enfermos potenciales…
Evidentemente, puedo decir mucho más al respecto, pero estoy devorando la antología de poesía hispanoamericana contemporánea CUERPO PLURAL (Pre-Textos, 2010), de la que pienso hacer un post para los próximos días, y terminando de leer las novelas EL FUTURO DE MI CUERPO de Luis Hernán Castañeda, SUEÑOS BÁRBAROS de Rodrigo Núñez Carvallo, ADIÓS, GUERNICA de Julio César Vega y SONATA PARA KAMIKAZES de Giancarlo Poma Linares, de las que también espero poder dedicarles los comentarios que merecen.
Pues bien, les recomiendo que lean el artículo Entre humos –publicado en XL Semanal- de Juan Manuel de Prada (su novelón LAS MÁSCARAS DEL HÉROE la pueden comprar en El Virrey, a leerla que es toda una exquisitez).
…
Soy un fumador inconstante, casi diría que inconsistente (una cajetilla puede durarme entre cuatro y cinco días), que acude a la nicotina para iniciar su diaria labor de escritura. Parece como si las neuronas, náufragas todavía en las ciénagas de la somnolencia, se despabilaran, acicateadas por el rumor dormido del humo y la placentera hipnosis de sus volutas. También me gusta encender un cigarrillo hacia las postrimerías de una comida reparadora en compañía de amigos, cuando el intrépido vino me ha transportado a ese horizonte de feliz camaradería en que las palabras se deshacen en sonrisas. Soy, desde luego, un fumador que se responsabiliza de las consecuencias de su elección: mientras las briznas del tabaco crepitan y se transforman en una aromática brasa, sé que mis pulmones están acatando un castigo, un levísimo castigo si se quiere, pero castigo a fin de cuentas.
Quien fuma debe hacerlo con la certeza de que está erosionando su salud. Pero esa certeza no debería degenerar en histeria. Las cifras pavorosas de mortandad que se achacan al tabaco son descaradamente falsas: a nadie que no esté abducido por la propaganda de la histeria se le escapa que los cánceres y desarreglos vasculares y demás infortunios de la salud atribuidos en exclusiva al tabaco son resultado de una confluencia de agentes dispares; a nadie se le escapa tampoco que muchas de las presuntas muertes ocasionadas por el tabaco en personas mayores de setenta años constituyen, en realidad, muertes naturales que quizá la nicotina haya precipitado. ¿Por qué no se calculan, por ejemplo, los efectos perniciosos que sobre nuestro organismo ejercen las bocanadas de aire requemado de gasolina que cada día respiramos sin proferir una sola queja? Nadie discute que el tabaco sea perjudicial para nuestra salud; convendría, sin embargo, que no se le atribuyese tan a la ligera la responsabilidad de todas las calamidades contemporáneas. Por lo demás, en la beligerancia que nuestra época ha desatado contra el tabaco subyace una consideración idolátrica de la salud. Se ha extendido la idea desquiciada de que la salud es un bien que debemos preservar incólume hasta la tumba, si no deseamos convertirnos en réprobos. Pero, ¿de qué sirve una salud intacta en un cuerpo decrépito? No estoy vindicando la dilapidación insensata de ese incalculable tesoro; pero considero que una vida intransigentemente saludable no merece la pena ser vivida.
No trato aquí de negar los efectos nocivos del tabaco; trato tan sólo de cuestionar este asedio incesante de informaciones apocalípticas que pretenden convertir nuestra existencia en una condena. Poco a poco, estamos conformando una sociedad amilanada, en la que respirar comienza a convertirse en una actividad sospechosa. La propaganda del miedo, la repetición machacona de admoniciones y especies disuasorias amenaza con extender entre la gente una enfermedad del espíritu mucho más perniciosa que las enfermedades del cuerpo que se pretenden combatir. Los propagandistas de la histeria, animados por un fuego demasiado parecido al que exalta a los fanáticos, no parecen intimidados por las consecuencias que su propaganda acarreará, pero a nadie se le oculta que las manías persecutorias, paranoias y demás formas soterradas de la locura que difunden sus mensajes crecen día tras día. Una sociedad que convierte la salud en preocupación constante, en excusa de discriminaciones y anatemas, en acicate de sacrificios sobrehumanos, es una sociedad enferma. Pero, del mismo modo que la estadística y el laboratorio se preocupan de detallar las propiedades cancerígenas del tabaco, nadie parece molestarse en analizar los desarreglos psíquicos que tales propagandas tremendistas infunden en la población.
Toda sociedad reprimida, a la postre, desagua compulsivamente sus frustraciones. Esta cruzada de salubridad que se ha desatado en los últimos años condena al ostracismo a quienes osan rechistar contra ella, a la vez que convierte a cada ciudadano en centinela de su propia salud y de la ajena; pero, con el decurso del tiempo, acabaremos propiciando la extensión de una plaga mucho más pavorosa que la mera enfermedad física. Los demonios de la paranoia acabarán incubando monstruos. Quizá logremos extirpar la enfermedad de nuestras vidas; pero el fantasma ubicuo de la muerte nos convertirá en licenciados vidrieras, en marionetas angustiadas por esa zozobra cotidiana e insomne que es vivir, sabiendo que sólo somos «presentes sucesiones de difunto».
6 Comentarios:
Disculpa la ignorancia pero qué tiene q ver el fumar cigarros con la estatura???? Margarito Machahuay fumaba cigarros todos los dias y media igual
Bueno, es una joda, por decirlo de alguna manera. Lo central es que hay una satanización hacia el consumo de tabaco cuando hay otras drogas sociales mucho más perniciosas
Ss
Gabriel
Hola, creo que el tema de la estatura te obsesiona. Me imagino que te sientes superior que el resto de limeños por tu "tallarín". Por favor, no caigas en webadas de esa laya y sigue posteando, porque el "Chato" Hildebrandt te va a patear en el culo por ello.
Acabo de borrar ese pequeño comentario sobre la estatura, al parecer hiere a ciertas pequeñas personalidades...
G
Isti concha, porque mide un poco más de un metro ochenta se cree la gran cagada. Tamare, mejor nunca viajes a Holanda o Suecia porque te matan a pedos los habitantes de esos países.
Los holandeses a lo mejor, las holandesas no creo
gracias por comentar
G
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal