De nuevo Bolaño
Los últimos libros póstumos de Roberto Bolaño no le están gustando a casi nadie. Y es bueno que se diga. Callar al respecto va contra el discurso que en vida el detective salvaje llevó a los extremos.
Pero también es bueno que se diga cuando algún título póstumo nos trae al mejor Bolaño, tal y como lo dice el narrador colombiano Santiago Gamboa en El Espectador.
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DEBO CONFESAR QUE HABÍA DECidido no leer ninguno de los libros póstumos de Roberto Bolaño más allá de 2666, es decir los no entregados al editor por él mismo, pues siempre pensé que, dada su preocupación por el futuro económico de su familia, si dejó algún libro en su archivo fue realmente porque no lo consideró parte de su obra.
Sobre esto vale la pena detenerse: en los archivos de los escritores suele haber historias a medio terminar o incluso acabadas que por una u otra razón permanecen inéditas, pero que el escritor no destruye creyendo que le servirán algún día, que más adelante encontrará el modo de arreglar o redimir, y ahí van quedando, trasteándose con los años de computador en computador junto a capítulos sueltos, desechados, proyectos varados, versiones antiguas de escritos, sinopsis fantasmales de textos que nunca nacieron, todo eso que uno redescubre, de pronto, al encontrar una vieja llave USB perdida.
Pero alguien dejó en mi casa Los sinsabores del verdadero policía, el último Bolaño, y curioso me acerqué, empecé a leer y quedé sobrecogido, pues allí estaba todo: la ternura, México, la desolación, el abismo, la literatura pura y dura, la valentía, la muerte, la amistad, el infierno, Barcelona, el sexo, la poesía, el miedo, los asesinos, el desierto, los poetas bárbaros, la desdicha, el tercer Reich, el delirio, los sueños, la desdicha, el humor, la lealtad, el crimen... ¡Todo Bolaño!
Ante semejante novela quedé perplejo: ¿cómo es posible que no haya pensado publicarla en vida? Hay varias hipótesis probables: el libro parece ser una especie de corazón madre de una parte sustancial de su obra, sobre todo de 2666, en donde se desarrollan personajes y situaciones de Los sinsabores (los crímenes de Sonora, misteriosos policías, Amalfitano, Arcimboldi), aunque con cambios: en Los sinsabores, por ejemplo, Arcimboldi es un escritor francés, mientras que en 2666 es alemán. En Los sinsabores Amalfitano es homosexual, y no recuerdo que lo fuera en 2666. Ante cambios tan sustanciales como estos, es posible que Bolaño haya decidido dejar Los sinsabores ahí, en stand by, como un surtidor, y que antes de morir, agotado por el descomunal esfuerzo de 2666, haya renunciado a hacerle los cambios estructurales necesarios para incluirla en 2666. Es decir que no la publicó por tiempo y por sentir que ya estaba desarrollada in extenso en 2666.
En Los sinsabores (que habría iniciado en los años ochenta), Bolaño ya tiene clara su tendencia por la novela fragmentada (de Cortázar, que él adoraba), la que no se cierra de forma circular. En esto se opuso a la otra corriente, que considera que una novela no debe dejar cabos sueltos, ser comprensible y sobre todo sorprender. Los lectores de éstas suelen hacer juicios del tipo: “Es mala porque adiviné el final”, y se sienten defraudados si no hay una llamarada en las últimas páginas (como en Dan Brown, extrapolando). A estas novelas, Conrad las describía así: “Invención de acontecimientos que, hablando con claridad, son sólo casualidades”. Los sinsabores va en contravía, pues en ella el policía es el lector, que, como en 2666, debe hacer comprensible el caos. Qué novela. Es verdad que el talento de un artista también se mide por las cosas que desecha.
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