viernes, abril 08, 2011

A nosotros se nos ha entregado una catástrofe

El narrador Martín Roldán Ruiz acaba de regresar a Lima. Ha tenido un agitado Book Tour por tierras europeas.
En su participación en El Salón del Libro de Luxemburgo, leyó el siguiente texto.
También lo pueden leer aquí.

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Yo creo firmemente que uno es producto de su tiempo, que si somos de tal o cual forma, hemos sido determinados, espontáneamente, por los acontecimientos que nos han marcado la vida, y que si de alguna forma tenemos que expresarnos, siempre nos vamos a remitir a esos mismos acontecimientos. Siendo de vital importancia la forma cómo nos enfrentamos a los tiempos que nos han tocado vivir. Es decir, nuestra posición frente al mundo. Si vamos a pasar por la vida sin rebeldía ni esperanza, como un simple transcurrir. O si nos vamos a enfrentar a ellos.
De esto deduzco, también, que las expresiones artísticas más puras y honestas para significar ciertos contextos, han surgido en tiempos convulsionados. Determinadas por el contexto social que les dio forma. Por tal motivo, antes de hablar de mis dos libros, quiero mencionar el contexto social anterior a su escritura, para poder situarnos en ellas. Sobre todo, de dos fenómenos sociales dentro de los cuales se enmarcan. Me refiero al movimiento del Rock Subterráneo y al fenómeno de las barras bravas o la violencia en el fútbol.
EL SOUNDTRACK DE UNA EPOCA
Como muchos deben saber, en los años ochenta, el Perú, atravesó una época de terror signada por los atentados de los subversivos que se habían levantado contra un orden que consideraban injusto, y la represión de las fuerzas del Estado. Sumado a ellos una crisis económica heredada del régimen militar de los años setenta, que se acentuó en el régimen democrático con el gobierno de Fernando Belaúnde, y que se agudizó al extremo con la irresponsable conducción del gobierno de Alan García en la segunda mitad de esa década. Esta situación creó un ambiente de incertidumbre, entre los jóvenes, frente al futuro y posibilidades del país.
De las expresiones artísticas urbanas que casi inmediatamente consignaron el descontento frente a dichos sucesos; fueron la poesía, el teatro y la música (básicamente el rock), las más activas. Si bien hubo también producción poética, teatral y musical de parte de los militantes subversivos, estas se diferencian por obedecer a directrices partidarias que seguían un único derrotero: Exaltar y justificar sus actos. No eran creación espontanea de los individuos que las conformaban. Al contrario de la poesía y la música, concretamente el rock, que expresaban ese descontento propio de una juventud capitalina que había crecido entre apagones y atentados.
El novelista Miguel Gutiérrez, en su ensayo Narrativa de la Guerra 1980 – 2006, dice lo siguiente: “Esta ausencia la suplió con creces y originalidad el rock subterráneo que bandas como Leuzemia, Eutanasia o Guerrilla Urbana crearon en los años más duros de la guerra. Anárquicas y libertarias, estas composiciones, de ritmo poderoso y avasallante, conforman, con los huaynos andinos contestatarios, la banda sonora del tiempo en que la vida en el Perú no valía nada y la muerte violenta se convirtió en un suceso rutinario”.
CUANDO EL ROCK NO ES ALIENANTE Y SE CONVIERTE EN EXPRESION DE UNA EPOCA
Hacia inicios de la década de los ochenta, el panorama rockero limeño se había estancado. Las bandas se dedicaban a repetir los temas de Deep Purple, Slade, Rolling Stones, o los éxitos comerciales difundidos por las emisoras radiales. Aparte había una serie de bandas que cultivaban una música ligera con mensajes propios de coro parroquial que no llegaban a identificarse con un grueso sector de jóvenes en proceso de búsqueda. Un rock alienante que repetía de manera mediocre el mainstream norteamericano. Era una situación extraña porque años atrás la movida peruana había sido muy fuerte y original a nivel sudamericano. En la década del sesenta habían surgido Los Saicos (considerada la primera banda musicalmente punk a nivel mundial) y en los setenta, Tarkus (Primera banda sudamericana de Hard Rock en cantar en castellano)
La fuerte politización de la sociedad peruana durante el régimen militar en los años setenta, que permitió el auge de la izquierda política– más aún con la lucha por la vuelta a la Democracia – copó todos los aspectos y rincones de la sociedad, desde la esquina del barrio hasta los almuerzos familiares. En consecuencia, muchos jóvenes habían tomado conciencia de la realidad del país, y se encontraba en búsqueda de formas de expresión, para cuestionar el sistema.
Fue dentro de la poesía, que ese espíritu contestatario se fue forjando hasta alcanzar notoriedad en los circuitos artísticos. En los años setenta, los poetas del movimiento Hora Zero cuestionaron la poesía anterior a ellos, creando novedosas formar de poetizar. Su principal propuesta: el “Poema Integral”, con ella pretendían "escribir la angustia, escribir la lucha, escribir la violencia". Su posición de artistas iconoclastas fue recogida por los poetas de inicios de los ochenta que llegaban a escena con una nueva sensibilidad. Surgirían, entonces, nuevas voces y grupos poéticos cuyas obras ya se enmarcaban dentro de lo que estaba pasando en el país. Hora Zero había propuesto ir a las calles y poetizar lo que había en ella. Los que vendrían en la siguiente década llevarían al extremo esta propuesta y se meterían en los fumaderos, en los sectores lumpen, en los abismos marginales, para plasmarlo en arte. Estos serían los poetas del grupo Kloaka.
En su artículo Poesía en Rock, el novelista e investigador Carlos Torres Rotondo, afirma que el grupo fundado por Roger Santiváñez y Mariella Dreyfus fue “el antecedente literario de la Movida Subterránea que estallaría en 1985”. Kloaka fundó una estética anárquica. “Versos furiosos y alucinatorios que describían visiones urbanas del caos”, diría Torres Rotondo sobre la poesía de Domingo de Ramos, uno de los más representativos de Kloaka. Esto los hizo muy cercanos a los temas de ciertas bandas de rock que pululaban por las zonas marginales de Lima, buscando un espacio más estable para sus presentaciones. Lo cual devino en una estrecha relación de amistad y trabajo en recitales, donde poesía y rock irían de la mano.
Roger Santivañez cuenta que el desaparecido Edgard Barraza, más conocido como Kilowatt, fue el que llevó la voz cantante del rock and roll a los recitales de Kloaka con su banda Kola Rock. Y fue él mismo quien los contactó con un desconocido trío que recién empezaba a tocar y que se hacían llamar Leuzemia, banda que junto a Narcosis, Zcuela Cerrada y Guerrilla Urbana, serían los iniciadores del Rock Subterráneo. Era más o menos 1983 y esto recién empezaba.
¿Pero qué es en sí el rock subterráneo? Podemos decir que es una expresión urbana - marginal surgida espontáneamente entre jóvenes cultores del rock que vieron necesario expresar su descontento a través de la música, básicamente influenciados por el punk.
Leuzemia, junto a las demás bandas se levantaron contra una argolla de bandas comerciales que no representaban en nada las inquietudes de jóvenes que estaban consientes de cómo el país se estaba yendo al carajo. En consecuencia, establecieron un circuito alternativo de conciertos, distribución de maquetas (cintas-demo) y prensa aficionada (fanzines), la cual fue expandiendo la nueva onda por lo bajo, subterráneamente. Hasta que en 1985 un informe de televisión llevaría al rock subterráneo y a los subtes (así se denominaba a los seguidores) a todo el país, propiciando el estallido.
Aparecieron bandas de rock en todos los barrios de Lima, desde los barrios de la clase media hasta las zonas más marginales. Las paredes fueron pintarrajeadas con los slogans e iconografía subte, donde la A de la Anarquía era el principal símbolo. Los pelos parados, las casacas de cuero y las botas militares, más conocidas como chancabuques, fueron adoptados por los seguidores de lo subte.
¿Y cuál era la temática de sus canciones? Les hago una breve descripción de cómo era la situación del Perú para darnos una idea:
En la segunda mitad de los ochenta, gobernaba el actual presidente del Perú, Alan García. Una serie de errores en el manejo de la economía causaron una catástrofe financiera que se tradujo en 2,178.482 % de inflación acumulada. Las personas cobraban su sueldo y al instante lo cambiaban en dólares, porque corrían el riesgo de que al siguiente día su dinero se hubiera devaluado. Escaseaba todo tipo de alimentos básicos. Las familias muy pobres, usaban alimento para aves llamado NICOVITA para preparar el almuerzo. El índice de pobreza sólo en Lima Metropolitana ascendió a 43 %. Y El nivel del subempleo ascendió a un desastroso 73 % al término del gobierno aprista. Proliferó la especulación, y las inmensas colas para adquirir arroz, leche o azúcar fueron el punto de socialización habitual, por las interminables horas que se pasaba ahí. Es obvio mencionar que no había trabajo. Las huelgas se organizaban, se levantaban y se volvían a organizar cada mes. El número de horas perdidas por conflictos laborales con el gobierno, aumentó de 6 millones en 1985 a 124 millones en 1990.
La subversión ya tenía más de un lustro con su accionar de terror. Lo que en un principio se creyó un asunto de “serranos”, por parte de los limeños – En 1980 el presidente Belaúnde los calificó de ser unos cuántos abigeos – ya hacían sentir su prédica y sus atentados en la capital. Los apagones sumían a la ciudad en una oscuridad total, y la Hoz y el Martillo brillaba en los cerros, formada con decenas de antorchas, advirtiéndonos que la aurora roja se estaba alzando por el horizonte. Tal como anunciaban los salmos de Sendero Luminoso. Los llamados Paros Armados y las pintas subversivas en las zonas marginales, avizoraban Los Cinturones de Hierro que estrangularían a la capital, tal como Abimael Guzmán, el camarada Gonzalo, predecía en su estrategia maoísta del campo a la ciudad.
Las universidades nacionales habían sido tan infiltradas que era el lugar donde se captaba a la mayoría de futuros militantes. Los atentados a dependencias públicas y puestos policiales, con petardos de dinamita o coches bomba, eran tan a menudo que el solo hecho de ver un auto mal estacionado, o un paquete sospechoso, nos hacían cruzar a otra calle o regresarnos por donde habíamos venido. Diariamente sucedían ajusticiamientos contra civiles que por alguna razón eran considerados “Enemigos de la Revolución”. O contra simples policías de tránsito a quienes les robaban el arma. O los enfrentamientos en cualquier lugar de Lima con saldo trágico de muertos y heridos.
La policía y las fuerzas armadas tenían también su mérito en esta vorágine de terror. Las batidas donde detenían a los indocumentados, y a los que poseían la fachada estereotipada de subversivo, es decir jóvenes de rasgos andinos. Ser estudiante de la universidad de San Marcos, más aún si pertenecías a las facultades de Sociología o Antropología, te aseguraban ser catalogado como terrorista. Muchos no regresarían. O muchos serían encontrados muertos en algún lugar. Sumado a esto, las acciones ilegales de los paramilitares agrupados en torno al comando Rodrigo Franco, integrada por militantes del partido gobernante, hacían que el ambiente sea de miedo e incertidumbre.
Aparte una ciudad desordenada, sucia, sobrepoblada y tugurizada. Dónde el tránsito era un caos, llena de vendedores ambulantes, de basura en las esquinas. Con una clase política incompetente y un presidente tan cínico que no era capaz de reconocer que sus medidas estaban hundiendo más al país… Contra todo esto cantaban los rockeros subterráneos.
Ahora, en medio de esta situación, imagínense a un adolescente de 17 años, que vivió su niñez, entre los mensajes de esperanza por un Perú mejor, con las reformas del General Velazco, a favor de las clases necesitadas. Que escuchaba en su casa el debate político sobre las revueltas por regresar a la Democracia, y la esperanza que esto generaba en los peruanos. Y que sentía que todo se estaba yendo a la mierda. Que lo único que poseía era vivir el momento, porque el No Futuro, era lo único que se vislumbraba: Sendero con su prédica de muerte avanzaba en su toma del poder y el gobierno hundía cada día más al país
¿Se imaginan, ustedes, cómo podía ser la vida de este muchacho que encontraría en el movimiento subterráneo una identidad y el espacio donde poder desarrollar sus expectativas de expresión… y tal vez el amor? Pues de eso trata mi novela Generación cochebomba.
LITERATURA DE LA GUERRA.
Este hecho tan traumatizante como fue la guerra interna de los ochenta y principios de los noventa en el Perú, forjó una nueva sensibilidad en los escritores. Desde casi sus inicios fueron escribiéndose historias, en un principio aisladas, que con el tiempo devinieron en una especie de BOOM literario. Miguel Gutiérrez en su ensayo La Novela y la Guerra afirma: “Se fueron escribiendo durante los años más duros de la guerra interna, algunas ficciones marginales, casi clandestinas, que con el transcurrir de los años, con el concurso de los narradores de todas las generaciones vigentes en el Perú, incluyendo a los más jóvenes (es decir, aquellos que vivieron su infancia y pubertad bajo el imperio del miedo), conformaron lo que de manera tentativa podemos denominar una narrativa de la guerra”.
Dentro de esta categoría el investigador norteamericano Mark Cox consigna 300 cuentos, y 68 novelas publicadas por 165 autores hasta el año 2010. Esta diversidad abarca cada una de las visiones de los sectores de la sociedad peruana que padeció dicha guerra. Tenemos novelas y cuentos, de escritores que vivieron en carne propia la violencia en el interior del país. En la zona andina sur y central del Perú, donde fue mucho más cruento el enfrentamiento entre Sendero Luminoso y las fuerzas gubernamentales, y donde el índice de civiles desaparecidos o muertos es escalofriante. Según la Comisión de la Verdad y Reconciliación, se calculan unas 70 mil víctimas.
También hay la visión de escritores capitalinos, de distinta clase social. Cada uno brindando la interpretación desde su sensibilidad particular. Lo cual ha generado polémica en cuanto a la valoración de dichas publicaciones: Si interpretan verdadera y honestamente lo que pasó. Más allá de esta polémica yo considero que es difícil que un escritor proveniente de un sector social determinado haya vivido y sentido, lo que pasó en ese tiempo violento, de la misma forma que uno de un sector social distinto. Es decir, un escritor de zona residencial no la va a vivir igual que otro de barrio o de la periferia. Pero sí me parece válido que haya esta diversidad, porque son formas distintas de ver algo que fue común a todos, y es bueno conocer todas las versiones habidas y por haber. Siempre y cuando obedezca a una interpretación honesta. Como dice Miguel Gutiérrez al final de su ensayo: “La guerra interna no debe ser tomada sólo como un tema literario o impuesto por las demandas del mercado del libro. Pues siempre debería tenerse en cuenta que las novelas de los grandes maestros, siendo gran literatura, se imponen por la verdad humana que revelan”.
Tomando en cuenta lo último, la principal motivación que me llevó a escribir Generación cochebomba, fue narrar ese tiempo, tal como padecí el drama humano desde mi posición social de muchacho de barrio antiguo de Lima, que participaba del movimiento subterráneo. Pero, tampoco se interprete esto como que la novela es mi historia personal. No niego que hay hechos de mi vida que han inspirado capítulos del libro, porque creo firmemente en lo que dice Simone de Beavouir: “Se escribe a partir de lo que se ha vivido”, pero es en gran parte una construcción ficcional.
Lo que si trato de reflejar en mi novela, es la incertidumbre de crecer en medio de una guerra que no entendíamos y que no habíamos pedido vivirla. No sé si lo he logrado, pero el libro ha tenido buena acogida. Es motivo central de una tesis de licenciatura en la Universidad Católica de Lima. Y por lo que me han escrito lectores muy jóvenes, les ha ayudado a conocer esos años. Es más, el título está siendo tomado como una denominación generacional.
Pero, más allá de todo, al ser ese tiempo traumático común a una generación, y el rock subterráneo un fenómeno propio de su tiempo, otros escritores han tocado el mismo tema. Julio Duran con Incendiar la ciudad, Rafael Inocente con Ciudad de los culpables y Carlos Torres Rotondo con Nuestros años salvajes. Ellos, al igual que yo, fueron partícipes de la movida subterránea. Junto a esos tres autores se reproduce lo que mencionaba líneas arriba: Lo válido de tener distintas versiones de un tema. Porque ninguno de nosotros pertenecemos al mismo nivel social, ni barrial –sólo con Duran tengo amistad desde esos años– Pero, cada uno, ha escrito sobre los jóvenes participes de la movida subterránea, dando su visión particular. Para beneficio de los lectores interesados.
HEREDEROS DE LA VIOLENCIA
La literatura, como todo, varía de acuerdo al tiempo. Lo que fue ayer, no es lo mismo a lo de hoy. Y, como afirmo al inicio de esta charla, también está condicionada por el contexto. Si Miguel Gutiérrez identifica a un grupo de novelas como Narrativa de la Guerra, también identifica a una parte de la narrativa de los años noventa como Narrativa del Olvido, pues en ese periodo surgieron publicaciones que buscaban temas y formas de narrar alejadas de la tradición realista de la literatura peruana: Dice Gutiérrez: “Hubo una hegemonía mediática en relación a las obras no realistas (resultado de legítimas búsquedas artísticas y con algunas ficciones de indudable valor) y que, en conjunto, conformaron una cierta literatura del olvido”.
Es sintomático que esta nueva narrativa, se enmarque dentro de un nuevo contexto peruano y mundial, surgido después de la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría; y la captura de Abimael Guzmán, y la posterior capitulación de Sendero Luminoso. La intelectualidad peruana, tradicionalmente cercana a las ideas progresistas de izquierda, viró hacia la otra esquina. Según Gutierrez: “Ahora, bajo la tutela del fujimorato, surgieron varias modalidades de la derecha, una juvenil y beligerante que (según el ejemplo de Vargas Llosa) es abiertamente anticomunista y antisocialista, y neoliberal en el plano económico, y otra que asume la estrategia de la neutralidad o del apoliticismo, aunque en el nivel estético se muestra belicosa, casi fundamentalista, en sus ataques al realismo”.
Pues bien, estos escritores cultivan válidamente temáticas que están alejadas de lo que sucedió en los años del terror y de la realidad inmediata. No ven la necesidad de reflejarla en sus obras, y apuestan por una temática intimista e individual. Lo cual, pienso yo, también es producto, reflejo o consecuencia de lo que había sucedido años atrás. Me reafirmo, entonces, en que somos, de alguna forma, lo que el contexto histórico de nuestro tiempo nos ha determinado.
Sin embargo, hubieron escritores que comenzaron a hacer búsquedas estilísticas que iban más allá de las formas tradicionales del realismo. La novela negra, el simbolismo, la sátira, o lo fantástico, pasaron a enriquecer la tradición realista y crearon novelas y cuentos de calidad. Gutiérrez nos dice: “Una de las mejores cosas que le ha ocurrido a la narrativa peruana en las dos últimas décadas es mostrar que el orden realista y el orden fantástico no son territorios necesariamente excluyentes, de ahí que los narradores de las últimas promociones transitan sin dificultad ni complejos de culpa de un territorio a otro”.
Es que la realidad concreta de los últimos años, está generando situaciones que nos llaman a ficcionar, porque nos brinda una infinidad de temas nuevos. Pero el asunto no es solo que tengas el gran tema, sino también cómo lo cuentas. Recuerdo que en el 2002 llevé un taller con el reconocido cuentista Cronwell Jara. Ahí nos enseñó que en Lima, existen temas novedosos que pueden abonar nuestra imaginación para escribir. Muchos de estos temas son de alguna forma, y sin temor a equivocarme, parte del contexto de la primera década del siglo XXI. Y consecuencia de la guerra interna que se vivió en el país.
Uno de ellos es el tema de la violencia de las barras de fútbol, en la cual giran los siete cuentos de mi libro Este amor no es para cobardes.
LOS EXCLUIDOS DEL PROGRESO
Para fines de los ochenta, se comenzaron a formar en las hinchadas de los equipos más representativos del Perú, Alianza Lima y Universitario, grupos que ejercían la violencia alrededor de los estadios de Lima. En un principio fueron unos cuantos jóvenes, pero conforme pasaron los años, estas fueron creciendo hasta ser prácticamente incontrolables. Su presencia la podemos encontrar en todos los barrios de la capital, de las principales ciudades del interior y hasta en las grandes capitales del mundo.
Bien, estos grupos que se denominan barras bravas, han provocado hechos de violencia en la que ha habido muchos muertos y heridos. Tanto de los miembros de ambas barras como de personas inocentes que tuvieron la mala suerte de cruzarse con ellos. La sociedad y los medios de prensa se han preguntado el porqué de esta violencia “sin sentido”, y han tratado de brindar explicaciones sobre estos “dementes y vándalos”. El resultado ha sido mucho más confusión y desconocimiento de las causas de este fenómeno social. Salvo algunos recientes estudios sociológicos y antropológicos. Donde se explica que son consecuencia de muchos factores, y no simplemente la causa de hechos violentos.
A diferencia del rock subterráneo, que fue un movimiento que estaba en contra del sistema, que cuestionaba lo establecido, y que teatralizaban la violencia para hacer sentir su descontento; las barras bravas usan directamente la violencia para llamar la atención de la sociedad y decir “miren, acá estamos, atiéndanos, nosotros también existimos”. Porque dentro de todo, esa parafernalia de cánticos, banderas y violencia, hay toda una búsqueda de una identidad, de un espacio, donde poder decir: “Este soy yo y nosotros”. Es decir de ser aceptados dentro de un sistema excluyente. Son aquellos que no están dentro de las estadísticas de bienestar que el slogan oficial EL PERU AVANZA, nos quiere hacer creer. Son los excluidos del progreso. ¿Entonces, díganme si no es un buen tema para convertirlo en narrativa?
Porque las barras aglutinan a jóvenes que si bien no han crecido en los años de la violencia política, ejercen la violencia urbana, porque saben que es el único medio con la cual sobresalir en una ciudad hostil, y en un sistema donde se impone el más fuerte con todo y contra todos. Alberto Fujimori dio el máximo ejemplo al zurrarse en la Constitución, cerrar el Congreso y gobernar según su antojo. El mensaje obvio fue: La fuerza es lo único que manda para imponerte sobre los demás. Además con un país casi destruido la juventud postguerra interna encontró en el equipo de fútbol la religión en la cual creer, y en la barra la patria por la cual luchar.
Yo soy parte de una de estas barras. Soy hincha de Alianza Lima y he podido observar de cerca los dramas humanos, que ahí se presentan. He podido ver cómo en las relaciones humanas se reproducen las taras que arrastramos como país desde inicios de la República, que parecen ser parte oficial de nuestra peruanidad: El racismo, la discriminación, las injusticias. También la forma peculiar de hablar de los jóvenes que las integran, con un ritmo especial, con muchos giros y figuras, matizadas con neologismos y jergas. Todo eso me llamó un día a escribir. Y a pesar de lo que muchos puedan creer, Este amor no es para cobardes, no es un libro sobre el fútbol, ni tampoco es una apología del hincha. Es una representación del Perú, vista a través de estas organizaciones, en sus modos de pensar y de desenvolverse.
En conclusión Generacion cochebomba y Este amor no es para cobardes, son dos libros que se corresponden, porque, para mí, pertenecen al tema de la Guerra. Un tema que no se va a agotar y que seguirá generando literatura de todos los niveles. En una conversación con Miguel Gutiérrez, pudimos llegar a esa conclusión, teniendo como ejemplo la experiencia de la guerra civil española, que ha generado muchos libros con enfoques novedosos sobre ese hecho histórico. Donde hasta el humor y lo fantástico reflejan muy bien esa tragedia.
Para finalizar, creo que lo que he escrito, y lo que llegue a escribir en el futuro, dentro del realismo o no, siempre va a estar ligado a lo que sucedió en mi país, sobre todo desde los años ochenta. Porque fue en ese periodo que se agudizó mi sensibilidad; y, porque yo mismo soy un producto de ese proceso social. Parafraseando el manifiesto de Hora Zero, titulado Palabras Urgentes, puedo decir que a mí y a otros escritores de mi generación, nos han entregado una catástrofe para narrar.
Muchas gracias.

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