jueves, abril 21, 2011

"Kapuscinski no trabajaba para la policía secreta"

En ADN acabo de leer esta excelente nota de Verónica Aldaba a Artur Domoslawski (en la imagen), a razón del imprescindible KAPUSCINSKI NON-FICTION.

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"He admirado y sigo admirando a Ryszard Kapuscinski. Fue mi maestro y mi mentor, y fuimos amigos. Mi objetivo al escribir esta biografía no ha sido atacarlo sino simplemente hacer un trabajo serio, en lugar de caer en la mitificación. Muchos esperaban un libro sobre el monumento y no sobre el hombre, sólo me cuidé de no caer en esa trampa." Desde que publicó su biografía sobre el gran reportero del siglo XX, Artur Domoslawski está en el centro de una polémica de proporciones, imprevista para él, y que lo ha sometido en las últimas semanas a una situación que reconoce como incómoda.
Su libro, Kapuscinski Non-Fiction , una sólida biografía muy bien escrita y convenientemente documentada, provocó reacciones encontradas, tras su reciente aparición: las de los que creen que la memoria de Kapus´cin´ski ha sido vulnerada por quien se considera su discípulo y las de los que piensan, en cambio, que el trabajo ilumina los necesarios matices del personaje y presenta al periodista polaco más famoso en sus diferentes facetas: como narrador y analista excepcional y, a la vez, como una persona enrevesada y vulnerable.
Lo que nadie discute a esta altura es que los escritos de Kapuscinski pintan con precisión el espíritu de la época y los sitios a los que se refieren, y que siguen valiendo como metáforas y representaciones del mundo, del poder y la naturaleza humana. Premio Príncipe de Asturias de la comunicación y testigo directo de 27 guerras y revoluciones, Kapuscinski -para muchos, "el mejor reportero del mundo"- escribió casi veinte libros en los que narró con maestría los últimos treinta años de la historia europea ( Desde África , Ébano , El emperador , La guerra del fútbol , El imperio , El Sha o la desmesura del poder y Viajes con Heródoto , entre otros).
Domoslawski (Varsovia, 1967) sigue los pasos de Kapuscinski por los caminos del Tercer Mundo, especialmente, en América latina: periodista especializado en temas latinoamericanos para Gazeta Wyborcza , colabora también en Polityka , Le Monde Diplomatique en su edición polaca y Krytyka Polityczna , y es autor de libros como La fiebre latinoamericana (2004), La América rebelada y Cristo sin fusil (1999) que, según la traductora y amiga personal de Kapuscinski, Agata Orzeszek, revelan una mirada "kapuscinskiana" sobre el continente.
En Kapuscinski Non-Fiction (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores) se propuso contextualizar y dar sentido a los hitos centrales de la trayectoria del gran cronista polaco, con quien mantuvo una estrecha relación durante los últimos diez años de su vida, que hasta entonces no había sido narrada. Una cita del sociólogo polaco Zygmunt Bauman se incluye en la contratapa del libro:
En las librerías abundan los pequeños libros acerca de grandes personajes. También hay un buen número de grandes libros acerca de personajes insignificantes. Quizás lo que más haya sean libros insignificantes sobre personajes no menos insignificantes. Para contar los grandes libros sobre grandes personajes nos bastan los dedos de una mano, y este libro es uno de ellos.
"Yo era lector suyo incluso antes de conocerlo personalmente -explica Domoslawski a adn cultura, en perfecto español-. La relación personal y profesional que mantuvimos profundizó mi interés. Sentí que había que narrar la historia de ese testigo privilegiado y excepcional de tantos sucesos importantes."
Tras dos años de investigación en los que se entrevistó con un centenar de personas allegadas a "Kapu" -lo que lo llevó a recorrer cuatro continentes-, el biógrafo se topó con el rechazo de una editorial polaca, que lo consideró demasiado crítico con el reportero, y con una denuncia de la viuda de Kapuscinski. Un tribunal decidió finalmente que la denuncia contra Domoslawski no tenía fundamento y el libro fue publicado.
Las cuestiones que han originado el debate son esencialmente dos: en primer término, la posibilidad de que Kapuscinski haya magnificado e incluso falseado parte de los acontecimientos narrados en sus libros y, en segundo lugar, los alcances e implicancias de su participación en el régimen comunista polaco, durante la Guerra Fría. Mientras que el primero de estos ítems ha calado más hondo en América latina y parte de Europa, su colaboración con el régimen generó más revuelo en Polonia.
-Kapuscinski trabajó buena parte de su vida en la Agencia Polaca de Noticias (PAP) y redactó informes políticos sobre los países que visitaba, en los años 60 y 70, pero jamás hizo carrera denunciando a sus compañeros. No trabajaba para la policía secreta que perseguía a la oposición, cabe aclararlo. Como tantos otros periodistas y profesionales en aquellos años, fue presionado por el régimen para que se convirtiera en informador, y lo hizo por convicción ideológica. No sería justo juzgarlo con los criterios de hoy. Él vivió una época muy particular, fue un comunista convencido durante un largo período, un hombre que había crecido durante la Segunda Guerra, el nazismo, y que creyó que el comunismo encarnaba el futuro de la humanidad. Después, poco a poco, se fue desengañando y se distanció de ese sistema al que llegó a criticar en algunos de sus libros. En los últimos años de su vida, decepcionado por los fracasos del sistema en Polonia, seguía siendo un hombre de izquierda, pero no estaba vinculado a ningún partido.
-¿Temía él que lo acusaran de colaboracionista?
-Mucho. En Polonia, tanto en los tiempos del régimen comunista como después de 1989, nos acostumbramos a la idea del "buen" Occidente, defensor de la libertad y la democracia, contra la "mala" Moscú. Sus obras y su compromiso rompían ese esquema simplificado, y él tenía mucho temor por las consecuencias. Hacia el final de su vida se mostraba triste y abatido.
-¿Cuáles son, en su opinión, los aspectos más trascendentes de esta biografía?
-Bueno, no justamente los detalles que desencadenaron la polémica, aunque entiendo que el negocio es así. Lo importante es el hecho de que él haya sido un testigo excepcional del siglo pasado. Un niño que creció durante la Segunda Guerra, que participó activamente del movimiento comunista, que asistió a la caída del mundo colonial en África y de muchos otros acontecimientos importantes en Asia, en América latina, en Irán y en Polonia. Fue testigo directo de la caída de la Unión Soviética y de la gran utopía, y vio el surgimiento del mundo contemporáneo, con las manifestaciones crecientes de los excluidos del sistema. Kapus´cin´ski fue ante todo un testigo privilegiado de la historia y supo contarla como nadie. Ése es el punto más trascendente.
Kapuscinski Non-Fiction abre el debate sobre temas que trascienden la vida del cronista, entre otros, los límites y los márgenes entre la ficción y la no ficción.
-Kapuscinski hizo nuevo periodismo antes de que en Polonia se supiera qué era eso- resume Domoslawski.
-La afirmación de que falseó o manipuló los datos fácticos deliberadamente ¿supone un cuestionamiento ético de su parte?
-No, yo no hago juicios morales sobre Kapuscinski. Es cierto que por momentos él era consciente de que combinaba su subjetividad con la realidad de la que era testigo y eso lo llevaba a magnificar, amplificar o exagerar lo que contaba. En otros momentos no lo hacía deliberadamente. Pero yo no juzgo eso ni creo que haya tantos ejemplos como para que su obra sea puesta en discusión. Todos cometemos errores, todos tal vez exageremos un poco cuando narramos nuestras aventuras o las situaciones de peligro que hemos atravesado, en especial cuando nos apoyamos en lo que la memoria nos aporta. Además, en su obra son contados los ejemplos de este tipo, pequeñas inexactitudes, y no descalifican su proeza. A lo sumo, ha cometido el error, y también lo hemos cometido nosotros como lectores, de no discernir que algunas obras suyas son más bien ficticias. La guerra del fútbol reúne textos periodísticos, mientras que El emperador o El Sha , por ejemplo, son metáforas sobre el poder y están más cercanas a la ficción.
-En esos relatos, ¿las representaciones y el simbolismo pesan más que los datos?
-Sí. Eso hace la literatura, y creo que él fue por sobre todo un gran escritor, más que un reportero. En la mayoría de sus libros usaba recursos literarios, pero no al modo de la crónica periodística, que relata con esos recursos hechos verdaderos, sino que él añadía más: cargaba de exotismo los ambientes, podía referir cosas que no habían ocurrido nunca. Es probable que, cuando lo leíamos, lo hayamos malinterpretado al pensar que lo que contaba era la pura realidad. No es que él nos haya mentido, diría que la época le mintió a Kapuscinski. Clasificamos mal su obra. Entre la literatura y el periodismo hay fronteras precisas que él claramente cruzó. Pero ¿debía aclararlo? No lo sé. Un escritor no puede convertirse en crítico literario de sí mismo. Él escribía sobre el mundo en que vivió, en una época distinta a ésta, quizá debimos juzgar el material de otra forma o tomarnos el trabajo de leerlo críticamente.
-¿Definiría usted su obra como parte de un "género inclasificable"?
-Sí, una mezcla de géneros. El periodismo es como un vaso de agua clara, que con una gota de colorante ve teñido todo el contenido. Si en periodismo pones una gota de ficción, estarás cambiando el género y haciendo literatura, pero eso no lo hace menos valioso. Hay que destacar también que la memoria era una de sus fuentes de información, y la memoria completa, interpreta, es necesariamente subjetiva y creativa. No sólo reproduce lo que se vio, a eso suma los pensamientos, los sentimientos, lo que muchas veces añade fidelidad al recuerdo, entendido en un sentido más amplio. Cada lector podrá optar libremente sobre cómo enterarse de los acontecimientos históricos; yo sigo pensando que nadie ha superado los relatos de Kapuscinski.
-Las personas cercanas a su viuda le cuestionan haber publicado datos sobre su vida íntima, como los referidos al vínculo con su única hija, con quien no tuvo una relación idílica.
-Es inevitable, nunca es cómodo. Pero hice un trabajo honesto. Kapuscinski no fue sólo un profesional, también fue niño, marido, amante, militante, poeta, padre. Como me dijo el historiador estadounidense y biógrafo de Martin Luther King, Clayborne Carson: "Luther King plagió su tesis de doctorado. Si vamos a pretender verlo como un ser perfecto, saldremos siempre decepcionados. Pero si lo vemos como un ser humano, con todas sus fallas y contradicciones, podrá alcanzar su grandeza". Yo cuento quién era el hombre que he admirado casi toda mi vida, lo que tampoco supone esconder la basura bajo la alfombra. Hice el retrato de un personaje complejo, vivo, rico en matices, y no el de un monumento de bronce aburrido, sin vida y sin pensamientos.
-Usted plantea en el libro que construyó un personaje público, un "Kapuscinski literario".
-Sí, él terminó trabajando para alimentar su propio mito y quedó entrampado en la lógica de esa construcción.
-En "Borges y yo", Jorge Luis Borges describe la extrañeza que le produce el hecho de haberse convertido en otro, en el Borges público: "Estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar [...]. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro", escribió.
-Creo que esas palabras son totalmente aplicables a Kapu, las hubiera incluido como epígrafe de haberlas conocido. Él cayó en la tentación de exhibir una vida más atractiva e interesante de la que tenía, como les ocurre a tantos grandes: escritores, poetas, músicos, actores, pintores, y no por eso quedan desacreditados.
-¿Por qué cree que tuvo necesidad de alimentar el mito al punto de ocultar información? El periodista Jon Lee Anderson sostiene que descubrió que, a pesar de que las solapas de los libros de Kapuscinski mencionaban su supuesta amistad con el Che Guevara, esa relación era falsa y que Kapu había omitido la corrección del error deliberadamente?
-Es que, de no haberse erigido como mito viviente, como reportero de un país que nadie entiende, no hubiera trascendido como llegó a hacerlo. Su mayor construcción fue la de una suerte de álter ego literario: el intrépido cronista de guerra. Esa invención tuvo un costo para él: pagó el precio de la fama con algunas inexactitudes. En un punto, le ganó su leyenda, pero su obra no pierde grandeza.

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