miércoles, junio 08, 2011

La glorificación de un terrorista


En el blog de cine de Letras Libres un post de Juan Patricio Riveroll sobre la serie Carlos, de Olivier Aassayas. Assayas, definitivamente, quedó obnubilado por la figura y leyenda de este conocido terrorista que hizo de las suyas, principalmente, en la década del setenta a favor, supuestamente, de la causa árabe.
Como señalé en su momento, tanto la serie y la película son divertidas. Pero eso sí: muy lejas de ser obras maestras.

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Ilich Ramírez Sánchez fue capturado en 1994. Desde entonces vive en una cárcel francesa, ya juzgado por el asesinato de tres personas y a la espera de juicio por detonar una bomba en una farmacia. Todo esto en la década del setenta, en Francia, en sus años de gloria, o, si se prefiere, cuando las noticias de los atentados dirigidos por él daban la vuelta al mundo. Para los años ochenta su fama se encontraba un tanto deslavada, y para los noventa era una reliquia de la guerra fría prescindible para los gobiernos que fueron sus aliados. En su época, fue el terrorista más famoso del mundo, equiparable hoy con la fama de Osama bin Laden. En ese entonces, el hombre más temido por los gobiernos del mundo occidental era "Carlos el Chacal": el sobrenombre “Carlos” lo escogió él al entrar a la lucha, mientras que el alias “El Chacal” fue responsabilidad de la prensa.
Carlos, la mini-serie de Oliver Assayas, consta de tres capítulos de poco menos de dos horas cada uno, y va desde su incursión inicial en el terrorismo internacional a favor de la causa palestina en 1973 hasta su detención en Sudán, entregado por el gobierno que lo acogió. La primera parte se enfoca en sus primeros trabajos, desde pequeñas pruebas para comprobar su dedicación a la causa —un asesinato fallido, por ejemplo— hasta eventos más serios bajo su mando. Tras el arresto de uno de sus compañeros y su delación, para huir se ve forzado a asesinar a tres policías, convirtiéndose en una "estrella para los medios occidentales", según palabras del jefe de la fuerza terrorista palestina.
El segundo capítulo relata su acción más temeraria y por la que es vivamente recordado: el asalto a la junta de directivos de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) el 21 de diciembre de 1975, de la que escapó con sus rehenes en un avión, aunque para efectos de la causa palestina, el atentado fue un fiasco. Es expulsado de la célula terrorista, se independiza, forma la suya y busca alianzas con otras causas. "Carlos" Ilich Ramírez ve la lucha armada como una institución internacional en la que cualquier batalla contra el imperialismo es válida y digna de pelearse.
El tercero, en un símil con la segunda parte de Che de Steven Soderbergh, es una espiral en picada. Lo corren de varios países y termina atrapado en una suerte de callejón sin salida, sin lugar a dónde ir ni gobierno bajo el cual cobijarse. Durante la parte final de su vida como terrorista llevó a cabo asaltos poco trascendentes hasta dejar de tener importancia para quienes antes lo necesitaron. Una pieza del tablero sacrificada al desplomarse el comunismo y la cortina de hierro que dividió el continente europeo por tanto tiempo.
Assayas es un maestro de la gimnasia cinematográfica. La agilidad con la que cuenta la trama es tan seductora como el personaje que encarna el actor Edgar Ramírez, quien hace ver a "El Chacal" como un playboy tipo James Bond filmado al estilo de la nueva ola francesa: cámara en mano, cortes rápidos y abruptos y escenarios reales. El personaje histórico está estilizado a más no poder, porque además del físico del actor que lo interpreta y su presencia en la pantalla, la cantidad de mujeres despampanantes que pasan por sus brazos es embriagante. Aunque la película dice estar basada en una investigación histórica que contiene áreas grises de las que nada se sabe, la licencia que se toma el director se inclina hacia la glorificación del terrorista en vez de la desmitificación. Tras ver los tres capítulos de la mini-serie pareciera que ser terrorista es un intenso vuelo que por emocionante quizá valga la pena.
En su libro El palestino, Antonio Salas, el periodista español que del 2004 al 2009 se infiltró en las filas del terrorismo internacional para investigar y denunciarlo después, cuenta la manera en que logró acercarse al verdadero Ilich Ramírez. Después de años de infiltración se coló tan adentro de distintas organizaciones terroristas que llegó a ser el encargado de la página web de "El Chacal", venezolano de nacimiento. Cuando en 2008 se anunció el rodaje de Carlos en el Festival de Cine de San Sebastián, "a Ilich no le hizo ninguna gracia la noticia", y "en 2010, concluido el rodaje y el montaje de la serie, Ilich Ramírez interpuso una denuncia contra la productora, intentando paralizar su difusión. Argumentó que en la película se valoraban atentados que todavía no han sido juzgados, y de los que se le hace responsable. Los tribunales franceses no le dieron la razón". Aunque uno es periodista y el otro director de cine, el caso de Antonio Salas es antagónico al de Oliver Assayas en cuanto a que el primero exhibe y desmitifica a quienes buscan un cambio a través de las armas, de la sangre y de la muerte, mientras que el segundo eleva al terrorista a un pedestal de héroe épico en aras de la seducción y el entretenimiento. Se dice que no hay que dejar que la verdad se entrometa en una buena historia, sin embargo, Ilich Ramírez dejó dolor y sufrimiento a su paso, un aspecto totalmente ignorado por el realizador francés.
Como divertimiento, Carlos es un gran producto, andando con desfachatez sobre las ruinas de la Historia —y tal vez la Historia sólo sirva para contar historias—. Sería ingenuo pedirle objetividad a una película, ya sea ficción o documental. Sin embargo, existe siempre una ética de por medio, una postura que se torna política y moral. Ignoro si este espectáculo hace algún daño o queda sólo como una buena anécdota. De lo que estoy seguro es que entretiene, y hoy en día no hay nada más venerado que el entretenimiento.

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