martes, junio 07, 2011

Vargas Llosa y la moral de los límites


El domingo 5, en La República, Guillermo Niño de Guzmán escribió un artículo sobre el papel que desempeñó Mario Vargas Llosa en la segunda vuelta electoral.
En lo personal, la postura de Vargas Llosa me pareció admirable, aunque debió ser un poco más firme en su apoyo condicionado al ahora presidente Ollanta Humala.

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La renuncia de Mario Vargas Llosa a seguir publicando su columna “Piedra de Toque” en el diario El Comercio es una señal inequívoca de la convulsión que envuelve al Perú en esta segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Las tensiones generadas por una contienda electoral en la que abundaron maniobras dudosas y golpes bajos ha conducido a una fuerte polarización, lo que no hace sino poner en evidencia las fracturas que persisten en la sociedad peruana, pese a la aparente bonanza económica acorde con las estadísticas.
Las serias acusaciones del escritor contra el más importante grupo mediático del país, al que achaca una reiterada parcialidad en beneficio de uno de los candidatos, así como manipulación y ocultamiento de la información, reclaman un profundo análisis y reflexión sobre el rol que han desempeñado los medios de comunicación a lo largo de esta feroz campaña electoral. Porque, si bien las críticas de Vargas Llosa están dirigidas contra el decano del periodismo nacional, habrá que convenir en que el cuestionamiento puede extenderse a buena parte de los órganos de prensa. En el caso de El Comercio, basta con que los lectores revisen las primeras planas y los contenidos de los últimos cuatro o cinco meses para que saquen sus propias conclusiones.
Lamentablemente, hay un sector de la sociedad que está dispuesto a cerrar los ojos ante semejantes tropelías. ¿Por qué? Porque, simplemente, poderoso caballero es don Dinero (Quevedo dixit, ¿o me equivoco, Jaime Bayly?). Y a ese sector, mientras siga gozando de sus privilegios y llenándose los bolsillos, no le importa la suerte del país. Pero de nada sirve el crecimiento económico si se pisotean los principios y valores que constituyen los pilares de una sociedad justa y democrática. ¿Cómo cohesionar a un pueblo tan golpeado y escindido como el peruano si se legitima una dictadura que hizo del crimen, el latrocinio y la corrupción sus principales estandartes?
Considero que la posición de Vargas Llosa incide, antes que nada, en ese aspecto ético. En consecuencia, vale la pena recordar la lección de Camus, para quien la moral era una instancia superior a la que debía subordinarse la política. Al analizar su pensamiento, Vargas Llosa observó con acierto que “la moral de los límites es aquella en la que desaparece todo antagonismo entre medios y fines, en la que son aquellos los que justifican a estos y no al revés”. Asimismo, resaltó que “la experiencia moderna nos muestra que disociar el combate contra el hambre, la explotación, el colonialismo, del combate por la libertad y la dignidad del individuo es tan suicida y tan absurdo como disociar la idea de la libertad de la justicia verdadera, aquella que es incompatible con la injusta distribución de la riqueza y de la cultura”. De ahí que para un escritor “la libertad sea la condición primera de su existencia”, lo que no lo exime de la obligación de “recordar al poder a cada instante y por todos los medios a su alcance, la moral de los límites”.
En mi opinión, Vargas Llosa representa el más sólido bastión de la conciencia moral del Perú. Su estatura política corresponde a la del disidente, a la del rebelde que expresa sus ideas aun cuando ello implique desafiar al sistema. Sin duda, toda sociedad que se respete necesita disidentes, mentes lúcidas que se atrevan a mostrar su disconformidad cuando los gobernantes toman un camino equivocado o cuando la percepción de la realidad de la clase dirigente se ha distorsionado. Vargas Llosa no ha vacilado en ir contra la corriente cuando lo ha estimado necesario, sin hacer ninguna concesión en cuanto a sus convicciones. Hombre fiel a sus principios, su ética rigurosa le ha acarreado no pocas controversias y vituperios. En las actuales circunstancias, tan difíciles para el país, su valiente actitud, su compromiso intelectual y una moral inquebrantable ennoblecen el ejercicio de la política.
Por lo demás, soy consciente de que optar supone correr el riesgo de equivocarnos. No obstante, creo que es preferible afrontar esa eventualidad antes que legitimar un pasado execrable, incongruente con la defensa de la justicia y la democracia. Porque, a estas alturas, si hay algo que no podemos permitirnos, eso es perder la dignidad.

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