jueves, julio 21, 2011

El largo adiós a Susan Sontag


En Revista Ñ, un nota de Andrés Hax para los seguidores de Susan Sontag.
Tenemos, pues, al escritor y cineasta Edgardo Cozarinsky y al hijo de la escritora, David Rieff.
En Lima, me consta, he visto a más de uno con Renacida en manos.

...

Hace apenas dos semanas, en el soleado barrio de Recoleta, ocurre lo siguiente: en la trastienda de la galería La Ruche de Jorge Mara se juntan a conversar el escritor y cineasta argentino, Edgardo Cozarinsky y el periodista, escritor (y también hijo de Susan Sontag), David Rieff. Lo que sucederá es digno de una escena de una novela prousteana. Son dos intelectuales cosmopolitas que habitan múltiples ciudades sin tener que elegir una a exclusión de las otras: París, Nueva York, Buenos Aires. El diálogo es à propos de rien , salvo el placer de reunirse por unas horas para matar ese bache existencialmente muerto entre el desayuno y el almuerzo. En realidad, el mecenas de la conversación, Jorge Mara –amigo, también de ambos–, propone, como en un juego de salón, que el formato de la charla sea el de una entrevista; que Cozarinsky entreviste a Rieff sobre los diarios de Sontag que va editando y publicando (el primer volumen fue Renacida). Y la charla comienza así. Luego se bifurcará por varios caminos íntimos e intelectuales, como es de esperar También presente en la sala de la galería –un amplísimo cuarto bien iluminado, sin ventanas, con un sabor entre biblioteca de arte, archivo y bunker Zen– está la cámara de Ñ Digital. Lo mencionamos porque un video de la conversación estará online en el sitio de Ñ, pero también por cómo comienza la charla. Cozarinsky hecha una mirada cómplice a la documentalista Victoria Reale como para decir, “¿Ya estamos filmando?”. Reale asiente con una mirada afirmativa. Entonces Cozarinsky mira fijo a la cámara y, levantando sus brazos, ejecuta un dramático pero escueto aplauso: una claqueta improvisada para marcar el comienzo del rodaje.
“Es el director en vos...”, se ríe David Rieff (58 años), encorvado angularmente en su silla en una de las esquinas de la enorme mesa cuadrada de madera clara. Cozarinsky (72 años), que está sentado en la misma punta, pero al otro costado, no se saca la campera negra de invierno. Con el café recién servido entre los dos, el entrevistador comienza con una introducción sobre la historia de la relación entre ellos. Habla un inglés cosmopolita. La lengua internacional de este largo momento histórico que tal vez esté entrando ya en su crepúsculo.
“Yo conocí a David hace unos ya cuarenta años, una Nochebuena en París, cuando estaba visitando a su madre, Susan, una amiga mía de mucho tiempo. Aún era un teenager .”

-Edgardo Cozarinsky: Puedo decir que te consideraba un amigo antes, pero que nuestra amistad se fortaleció después de que Susan muriera. ¿Qué piensas de esto?

-David Rieff: Es verdad. Pero creo que siempre fui reticente con los amigos de mi madre. Pensaba que tenía que existir una división entre el estado y la iglesia, por decirlo así. Sino era demasiado incestuoso estar demasiado cerca de gente con la cual ella estaba muy cerca y cuya amistad preexistía a la mía... Al revés, a veces funcionaba: que amigos míos se hicieran amigos de ella. Pero en el caso de sus amigos –y vos eras íntimo de ella, especialmente en su período de París (de hecho vos apareces en los diarios)– sentía que tenía que haber una cierta distancia.
"Estos son una versión de sus diarios"

Uno nunca deja de ser el hijo de sus padres, aun cuando ellos mueren. El caso se exagera cuando el padre o madre es una eminencia de fama internacional. Más cuando uno trabaja en la misma profesión que ese padre o esa madre. Y más aún cuando uno asumió el trabajo de ser el curador de la obra póstuma del padre o la madre. Tal es el caso de David Rieff.
-EC: Lo que me interesa –casi más como una situacion literaria que humana– es que estás editando los diarios de Susan. Seguramente ya sabías muchas de las cosas que cuenta en los diarios. Pero, ¿hubo cosas que te sorprendieron? No hechos, pero tal vez sentimientos, impresiones, opiniones... Porque ella comenzó los diarios cuando era una niña, antes de que nacieras. Entonces, ¿tuviste revelaciones editando los diarios? ¿O simplemente fue la confirmación de la imagen que ya tenías?

-DR: Ella no llevaba diarios de una forma tradicional. No escribía como los diaristas famosos que llegaban a casa después de una cena y escribían los eventos del día junto con emociones y especulaciones. Ella llevaba los diarios con intensidad intermitente y escribía más cuando estaba descontenta que cuando se sentía bien. Entonces, en los largos períodos en los que ella se sentía bastante bien hay muy poco escrito. Otra cosa es que hay un sinfín de listas. A ella le encantaban las listas. Eran una forma –entre muchas otras cosas– de seguir siendo un alumna, porque ella era una alumna perpetua. También eran una forma de mantener el mundo bajo su control, porque era una persona muy ansiosa. También las listas funcionaban como puntos de referencia. Eran libretas de trabajo: listas de libros que había leído, de libros que quería leer, películas que había visto, de grabaciones que escuchaba y quería escuchar... Al hacer los diarios, la primera cosa que tuve que hacer fue inventarles la forma. Tuve que decidir qué era lo importante. Y no sólo se trataba de elegir cuáles entradas publicar, sino que dentro de las mismas entradas tuve que hacer una edición.
No me gusta hablar mucho de estas cuestiones. Lo estoy haciendo porque es la Argentina, y siento que puedo hacer una excepción. Suelo no hablar del trabajo de mi madre, edito nada más. Es mi deber y mi honor hacerlo, pero no quiero presentarme como un gran experto sobre su trabajo. Podemos hablar sobre lo personal, porque eso es distinto, y en ese campo supongo que sí soy un experto. En cuanto a la edición: otra persona lo podría haber hecho de otra forma. Si ella hubiera vivido la larga vida que quería vivir, tal vez ella misma hubiera editado sus propios diarios. Hubiera tomado decisiones muy diferentes. Soy terriblemente consciente de eso. Pero no hay nada que se pueda hacer al respeto. Soy el único que quedó, entonces me toca a mí. Esta es sólo una versión de sus diarios. En cuanto a las sorpresas, a mí me llamó la atención cuán consistente eran sus ambiciones y sus puntos ciegos. De alguna manera ella fue ella misma a una edad muy temprana... Siempre estaba hablando sobre la transformación y la transformación era una parte central de mucho de su trabajo –las películas, tanto Duet for Cannibals y Brother Carl– son sobre la transformación. Y una de sus películas favoritas era Odet de Dryer, que es sobre un milagro...
-EC: Ella dijo en algún momento que la posibilidad de un milagro era la única cosa que tenía importancia.
-DR: Bueno, si no hubiera sido una atea rigurosa, hubiera sido una buena mística cristiana. Desafortunadamente el materialismo mostró su fea cabeza.
-EC: Era una atea pero también era, de alguna manera, culturalmente judía.
-DR: Sí. Tenía una relación muy complicada con eso.
-EC: Ella dijo en algún lado que era una católica de placar.
-DR: Creo que ella quería ser una católica de placar. Baudelaire dice en algún lugar de sus diarios: “Siento el viento de las alas de la locura...”. Y de alguna manera creo que le hubiera gustado ser una católica wildeana. Tú tal vez serás un converso pero ella no.
-EC: Lo dudo, a esta edad tan tardía.
DR: Bueno, nunca se sabe... Roma sigue estando allí. Pero para contestar bien tu pregunta original. Me llama la atención la consistencia de interés, ambición y tambien, sus errores. Es interesante. Cuando ella era una mujer muy joven, huyó de su marido y de mí y de la niñera para irse a Europa, alrededor de 1956. Pasó más de un año entre Oxford y París. Me contó una vez que en un momento de ese período estuvo en Grecia y vio una representación de Medea al aire libre. Aún era el mundo premoderno... Mi madre recordaba que cuando Medea está por matar a sus hijos, la gente en la audiencia gritaba “¡No lo hagas, Medea!”. Tengo que decir que tengo esta misma sensación una y otra vez cuando leo sus cuadernos, cuando hay una affaire después de otro. Y al editarlos, yo pensaba: “¡No lo hagas, Susan!”.
En cuanto a las revelaciones:los primeros dos volúmenes que he publicado van desde que mi madre tuvo 14 años hasta que tuvo 31. Yo tengo 58 años, entonces he tenido la extrañísima experiencia de leer los diarios de un padre, pero también la de una persona vieja leyendo los diarios de una persona joven. Es extremadamente peculiar.
Memorias de un hijo

-EC: Ahora, en este otro libro que publicaste en inglés, “Nadando en un mar de muerte, las memorias de un hijo”, hablás de los últimos meses de la vida de Susan. Y es un libro, al parecer, contenido. Desde el punto de vista literario esto es un gran triunfo porque se ve la intensidad de los sentimientos, pero nunca llega a ser sentimental. ¿Cómo fueron para ti estos últimos meses de su vida?

-DR: Soy alérgico al sentimentalismo. Lo detesto. Creo que es el kitsch de las emociones y que destruye el pensamiento. No quería escribir un libro que llevase a que Oprah Winfrey me invitara a su programa, sino todo lo contrario: quería escribir un libro que desagrade a los lectores de Oprah Winfrey. Pero uno dice la verdad sólo hasta el punto en que uno lo entiende y es posible que uno haya malentendido algo. Pero también estaba limitado por mi decisión de no escribir sobre situaciones de las cuales no conocía la verdad entera como yo lo podría entender. Por ejemplo, no iba a hablar de la relación de mi mamá con Annie Leibovitz. Sí escribí una frase muy enojado sobre unas fotos que sacó Leibovitz después de la muerte de mi madre. Sentí que le debía ese comentario al lector. Y en cuanto a mi madre, los últimos diez años de nuestra conexión eran muy difíciles. Sentí que el lector se merecía tener esta información. Pero para contestar concretamente a tu pregunta sobre cómo me sentí, debo decir que cuando ella se enfermó con su tercer cáncer, después de haber sobrevivido a dos anteriores, entré en una especie de neutralidad emocional. Hay tanta administración en una enfermedad... Va sonar muy frío pero en ese momento creo que no sentí mucho. Soy bueno al momento de distanciarme. Pero tienes que serlo en este tipo de situación. Tú lo sabes bien con lo que pasó con tu madre.
-EC: Es extraordinariamente claro lo que cuentas. En mi caso, brevemente, empecé a sentir que mi madre murió después de pagar las últimas cuentas. De alguna manera este trabajo de mantener todo en orden e interactuar con todas las personas involucradas en su tratamiento... Una vez que terminó eso había de repente un vacío. Y ese vacío era el vacío de su muerte.
-DR: Y después es un proceso. El libro, seguramente, era parte de ese proceso. No fue mi intención escribir el libro, pero escribí un artículo y de allí parecía que había algo para hacer. Espero que uno que no esté interesado en Susan Sontag pueda encontrar algo de interés en este libro, en cuanto que el libro pueda tener una narrativa más allá del momento periodístico. Tiene que ser sobre algo más grande. Y este libro trata sobre el tema de no estar reconcilado con la muerte. Y no encontrar manera de acomodar la idea de la extinción de uno mismo. Distintas personas tienen distintas capacidades para enfrentar la muerte. Y ella no lo tenía. Creo que yo tampoco la tengo. Pero al fin se convierte en un objeto que ya no te pertenece... Ahora, esto es un libro y la gente podrá hacer con ello lo que le parezca.

COZARINSKY BASICO
Buenos Aires, 1939
Escritor, cienasta y dramaturgo

Autor polifacético y de obra extraña, vivió durante muchos años en París. Su primer libro, "Vudu Urbano", que venía con prólogo de Susan Sontag, lo puso en un lugar destacado en el mapa literario de la época. Luego vinieron 12 libros más de narrativa. Dirigió también veinte películas, algunas de ellas en francés y otras en español. Fue también actor, y ha escrito obras para teatro. Recibió premios como el Konex de Platino. Su última novela es "La tercera mañana" (Tusquets, 2011).


RIEFF BASICO
Boston, 1952
Analista político y crítico

Licenciado en Historia en la Universidad de Princeton. Es miembro de The New York Institute for the Humanities y ha colaborado como editor en el World Policy Journal, en The New Republic y en Harper’s Magazine. Ha publicado también siete libros, entre los que destacan los territoriales “Camino de Miami”, “Los Angeles, Capital of the Third World” y “Slaughterhouse: Bosnia and the Failure of the West”. Ha compilado los diarios de su madre, la gran Susan Sontag.

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