jueves, agosto 23, 2012

Echevarría, el crítico




Ignacio Echevarría es el crítico literario que más leo. No sigo al pie de la letra todo lo que dice en sus columnas semanales de El Cultural.es, pero acepto que su magisterio me está ayudando más de lo que creía. De él solo he leído Trayecto y Desvíos, dedicados a la narrativa española y latinoamericana, respectivamente.

Terminé Desvíos. Un recorrido crítico por la reciente narrativa latinoamericana (Ediciones Universidad Diego Portales, 2007) hace un par de meses y no he dejado de frecuentarlo, de picarlo para reforzar o refutar ciertas ideas, como su ensayo sobre Fresán y la reseña de El arte de la fuga de Sergio Pitol, libro capital en mi visión de la literatura y que todo aquel que se precie de buen lector, serio, queda en la obligación de leer. Y regreso también a sus elogios, que a estas alturas no debemos poner en tela de juicio, a Parra y Bolaño, que tienen el poder de hacernos volver a lo que ellos han escrito. Cuando el crítico español piensa, así estemos o no de acuerdo, genera pincelazos neuronales, que más de un colega, en especial peruano, debería tomar de ejemplo, pero al momento de preguntar es cuando cae, tal y como puede verse en sus entrevistas a Aira y Villoro, flojísimas, por decir lo menos.

Ahora, Desvíos podría leerse bajo el amparo del espíritu expectante que tenemos para con las antologías. Me explico: para armar un libro como este se ha tenido que conocer a fondo el universo en que se centra, para seleccionar lo mejor, lo bueno y, cómo no, también lo sobrevalorado. En este sentido, la mirada de Echevarría viene bendecida por la distancia, ajena a las argollas de este sur, por lo tanto, tuvo todo a su favor para llevar un buen trabajo de escogencia, que lo logra, y con creces, pese a que sí es posible especular sobre una inclinación preferencial de lo que para él debería ser la narrativa latinoamericana. Lo que le importa es la forma, todos los caminos que lleven a lo nuevo, no a la trama, ni el contenido. Digamos que su función es la de abrir puertas y no la de cuidar la retaguardia.

Para llevar a cabo una empresa tan ardua como esta se tiene ser dueño de una sensibilidad especial de lector. Resulta nada complicado pontificar de lo ya establecido, y también ser dueño de un carácter consecuente, es decir, los autores seleccionados, muchos chilenos, eso sí, han sobrevivido a una criba descomunal, quedándose con el hueso las grandes editoriales y agentes que hacen su chamba: vender a toda costa cualquier tipo de sebo de culebra.

Echevarría es un crítico a quien le tengo reparos, pero más allá de sus axiomáticas virtudes, hay algo que destaco en él por encima de todo: su honestidad. Lo que debería ser una característica natural se ha vuelto hoy en día una virtud.  La crítica literaria en latinoamérica, salvo excepciones, sucumbe ante la gangrena del lustrabotismo, el favoritismo y el treponismo. Desvíos pone las cosas en su lugar. Y eso no es nada poco en estos tiempos en los que importa más trabajar la “otra literatura” que la literatura misma.

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