Echevarría, el crítico
Ignacio Echevarría es
el crítico literario que más leo. No sigo al pie de la letra todo lo que dice
en sus columnas semanales de El Cultural.es, pero acepto que su magisterio me
está ayudando más de lo que creía. De él solo he leído Trayecto y Desvíos,
dedicados a la narrativa española y latinoamericana, respectivamente.
Terminé Desvíos. Un recorrido crítico por la
reciente narrativa latinoamericana (Ediciones Universidad Diego Portales,
2007) hace un par de meses y no he dejado de frecuentarlo, de picarlo para
reforzar o refutar ciertas ideas, como su ensayo sobre Fresán y la reseña de El arte de la fuga de Sergio Pitol,
libro capital en mi visión de la literatura y que todo aquel que se precie de
buen lector, serio, queda en la obligación de leer. Y regreso también a sus
elogios, que a estas alturas no debemos poner en tela de juicio, a Parra y
Bolaño, que tienen el poder de hacernos volver a lo que ellos han escrito. Cuando
el crítico español piensa, así estemos o no de acuerdo, genera pincelazos
neuronales, que más de un colega, en especial peruano, debería tomar de
ejemplo, pero al momento de preguntar es cuando cae, tal y como puede verse en
sus entrevistas a Aira y Villoro, flojísimas, por decir lo menos.
Ahora, Desvíos podría leerse bajo el amparo del
espíritu expectante que tenemos para con las antologías. Me explico: para armar
un libro como este se ha tenido que conocer a fondo el universo en que se
centra, para seleccionar lo mejor, lo bueno y, cómo no, también lo sobrevalorado.
En este sentido, la mirada de Echevarría viene bendecida por la distancia,
ajena a las argollas de este sur, por lo tanto, tuvo todo a su favor para
llevar un buen trabajo de escogencia, que lo logra, y con creces, pese a que sí
es posible especular sobre una inclinación preferencial de lo que para él
debería ser la narrativa latinoamericana. Lo que le importa es la forma, todos los
caminos que lleven a lo nuevo, no a la trama, ni el contenido. Digamos que su
función es la de abrir puertas y no la de cuidar la retaguardia.
Para llevar a cabo una
empresa tan ardua como esta se tiene ser dueño de una sensibilidad especial de
lector. Resulta nada complicado pontificar de lo ya establecido, y también ser
dueño de un carácter consecuente, es decir, los autores seleccionados, muchos
chilenos, eso sí, han sobrevivido a una criba descomunal, quedándose con el
hueso las grandes editoriales y agentes que hacen su chamba: vender a toda
costa cualquier tipo de sebo de culebra.
Echevarría es un
crítico a quien le tengo reparos, pero más allá de sus axiomáticas virtudes,
hay algo que destaco en él por encima de todo: su honestidad. Lo que debería
ser una característica natural se ha vuelto hoy en día una virtud. La crítica literaria en latinoamérica, salvo
excepciones, sucumbe ante la gangrena del lustrabotismo, el favoritismo y el
treponismo. Desvíos pone las cosas en
su lugar. Y eso no es nada poco en estos tiempos en los que importa más
trabajar la “otra literatura” que la literatura misma.
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