Escritores malditos
Cuando comento un
libro, lo hago con la idea de que algún lector se interese por la publicación. Como
bien saben, o solo algunos lo perciben, aquí comento libros que me gustan, o
que, en su defecto, me parezcan muy interesantes. Sin embargo, más de una vez
he sentido desazón, porque he escrito de títulos que aún no llegan a Lima, como
la novela Stoner de John Williams,
que compré hace algunos meses en Santiago, en la librería Metales Pesados.
En esta ciudad del sur
fui incapaz de contener mi tendencia compulsiva de comprador de libros,
sabiendo de antemano que allá los libros no son para nada baratos, pero el
precio es lo que menos importa ya que lo mío es leer con una voracidad casi
sexual. Entre lo que conseguí y devoré en el hotel y en el vuelo de regreso: Los malditos (Ediciones Universidad
Diego Portales, 2011) de la prestigiosa cronista argentina Leila Guerriero.
Cada país, cada tradición
literaria, tiene sus figuras capitales, muchas de estas insertadas en el canon, y otras en vías de
estarlo gracias a las variadas lecturas que durante décadas han llevado a cabo
los lectores, escritores y críticos salvajes, la mayoría de las veces en plan
bullero, indignado, yendo a la contra de lo que los celadores de la literatura
cuidaban hasta con las garras, haciendo uso de un discurso conservador,
proteccionista de lo ya establecido. Si no fueran por estos salvajes de la vida
y de la literatura, no sabríamos absolutamente nada de las poéticas de Porfirio
Barba Jacob, Martín Adán, Alejandra Pizarnick, Jorge Baron Biza, Teresa Wilms
Montt, Bernardo Arias Trujillo, Rodrigo Lira, Jaime Saenz, Samuel Rawet, Pablo
Palacio, Jorge Cuesta, Ignacio Anzoátegui, Calvert Casey, Rafael José Muñoz,
Joaquín Edwards Bello, César Moro y Gustavo Escanlar.
Estaría demás discutir
de la calidad de cada uno de estos autores. Pues bien, ellos comparten un lazo
común, un sendero vital y existencial malhadado, una actitud ante la vida
rubricada por el exceso y la autodestrucción. Sabedora de aquello, Guerriero
nos presenta un excelente conjunto de perfiles de estos letraheridos
latinoamericanos del siglo XX, diseccionados por una destacada pluma de sus
respectivos países de origen, a excepción de Alberto Fuguet (Escanlar de
Uruguay) y Rafael Gumucio (Casey de ¿Cuba?).
Cada acercamiento viene
marcado por la impronta personal de su escritor designado, la mayoría de estos reconocidos
en las parcelas de la ficción, pero que ahora juegan en otra cancha, quizá
mucho más complicada que la de los recovecos de la imaginación, la de la no
ficción. Ellos se las arreglan muy bien, bajo la asesoría de Guerriero, que los
siguió mediante llamadas telefónicas, correos electrónicos y a lo mejor Skype,
logrando que los perfiles de sus escritores malditos se metan en nuestra médula,
entendiendo la razón del por qué ellos pusieron (involuntariamente) sus propias
vidas al servicio de un fin sin recompensa alguna.
Por otra parte, Los malditos también puede leerse como
una antología de lo mejorcito de la narrativa latinoamericana actual, en sus
páginas nos encontramos con autores consagrados y otros aún por conocer: Alan
Pauls, Alejandra Costamagna, Daniel Titinger, Andrés Felipe Solano, Óscar
Contardo, Juan Gabriel Vásquez, Edmundo Paz Soldán, Graca Ramos, Gabriela
Alemán, Rafael Lemus, Juan José Becerra, R. Gumucio, Boris Muñoz, Roberto
Merino, Marco Avilés, Mariana Enríquez y A. Fuguet. Sin duda alguna, ciertos
nombres nos brindan la garantía de que esta nómina de cirujanos es todo un
lujo.
Líneas arriba dije algo
sobre la desazón que sentía al comentar y recomendar libros que aún no llegan a
Lima. En teoría este post podría hermanarse con dicha desazón, pero en la
práctica no, puesto que a fin de mes llegará Los malditos a esta ciudad gris, gracias a las gestiones de Selecta
Librería (769 - 1735) y que desde esta se distribuirá a las principales librerías locales.
A esperar nomás.
2 Comentarios:
No quiero apagar el fuego con mi sombrero, pero debo decir que yo no creo que un escritor sea maldito y un otro bendito o de otra laya. El asunto es que escribir, que parece ofrecer una enorme gama de posibilidades solo ofrece dos o tres a todos los que la ejercen: estirar las tripas y cantar al mundo es una, otra pensar el mundo destripando lo que hay en el. Y lo que hace uno y otro, con diferencia de aptitud, es lo mismo. Pues vivimos en un mismo mundo (del pensamiento o donde actua el pensamiento)...
Se respetan todas las opiniones, estimado Ricardo. Ss.
G
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