Incongruencia
Converso con mi pata Parlanchín.
Hablamos de todo y le comento sobre mi intención de hacer un post sobre el
mundo librero local, pero Parlanchín me dice que no lo haga, puesto que me
enfrentaría “innecesariamente” a toda una galaxia de mercachifles que odian la
lectura. Pero eso es precisamente lo que detesto, la aberrante incongruencia de
los que pueblan el mundo de la distribución y venta del libro. Uno no sabe qué
pensar cuando te topas con esta gente, en especial con sus mandamases, cuyas
primeras palabras los delata como zafios a quienes no les interesa leer. No
debería sorprender, obvio, basta con ver a las cabezas de las librerías referenciales,
a Carbajal, Ropón y demás fenicio inculto. Pero esto no es lo que me apena,
Parlanchín, lo que me hunde es que cada vez hay menos vendedores de libros que
leen. Y libreros como tales, hablamos pues de una especie en extinción. En el
mundo tenemos más osos Panda que libreros, de esa certeza no me saca nadie.
Recorres las librerías y vas con la idea de que tienes que atenderte solo, porque
no soportas que los vendedores dependan de una computadora o de Google Images
para recomendarte una buena publicación. Es que la consigna es vender y vender,
negocio y negocio. La venta del libro se ha vuelto una actividad nefasta en
cuanto a esencia, ha perdido mística. Veamos a los vendedores de verduras,
caramelos, pescados, televisores, autos, et al, a quienes les interesa vender y
hacer negocio, pero que a diferencia de los vendedores de libros, saben lo que
venden, muestran aunque sea un mínimo interés en saber algo más del producto
con el que se ganan la vida.
Parlanchín se queda absorto. Me
pregunta:
“G, pero los escritores aquí en Lima
tampoco leen, ¿por qué no leen?
Y mi respuesta es la más dura que puedo
hacer en estos momentos. Una respuesta gráfica del actual estado de las cosas:
“Sin comentarios”.
5 Comentarios:
Aguantation. Que Pedro Suárez Vértiz o Gisela no lean, OK, atraco; que Paulo Coehlo tampoco lea, bueno, ya me lo imaginaba; pero que, digamos, Gustavo Rodríguez -que no lo tengo como buen ejemplo- no lea, eso es otra cosa. ¿A eso te refieres?
no, no me refiero a eso, sino a la gente metida en el mundo de libro y que le hace ascos a la lectura. Ss. G
¿Se acabó el tiempo de los libreros benefactores y lectores incansables como Juan Mejía Baca? Acabo de enterarme que hay una universidad privada (por la que, por cierto, ni de a vainas pondría mis manos al fuego)que lleva su nombre.
Asi es mi estimado ya no hay pasion en este noble oficio solo automatas que arrugan el entrecejo cuando les preguntas por Roth...
En la década de los ochenta había un carromato tirado por una mujer flaca y simpática, que ambulaba de la Plaza Francia a la Iglesia San Francisco, del Jr. de La Unión al Jr. Quilca.
En el carromato llevaba libros y vaya qué libros. Podías encontrar desde El Matrimonio del Cielo y el Infierno hasta ediciones príncipe de Los Perros Hambrientos o el Mundo es Ancho y Ajeno, pasando por Los Cantos de Maldoror y las Cinco Tesis Filosóficas.
El carromato fue bautizado como El Brillante Desquite y la poeta se llamaba, se llama, Virginia Macías.
Una mujer sensible que no vendió su alma al diablo del negocio, esa es Virginia Macías, obra y vida de poeta.
Rafael Inocente
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