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Ante todo, me siento muy honrado de
poder presentar esta muy buena novela de Francisco Ángeles.
La lectura de Austin, Texas 1979, no ha hecho otra cosa que no sea llenarme de
esperanza.
*
Entremos en contexto: a fines del año
pasado decidí no hacer el recuento literario de rigor. Se publicaron tantos
libros malísimos que ni siquiera el puñado de libros rescatables/destacables
podía funcionar como contrapeso. En un post de mi blog dije que peor no
podíamos estar, que más bajo no podíamos caer y que guardaba la esperanza de
que el 2014 tenía que ser mejor, aunque sea un poco mejor. Felizmente, la
realidad me viene demostrando que estamos saliendo de ese marasmo y es mi deseo
que continúe así durante los próximos meses.
Pero hago un alto, recomiendo al oyente
no malinterpretar lo de la esperanza, porque la presente novela que nos reúne
dista mucho de ser una novela feliz. Nada peor para la literatura que la
felicidad y el aliento de la autoayuda.
*
Me gustaría centrarme en la novela, pero
me es imposible hacerlo. Si solo me enfocara en ella, pienso que limitaría su
epifanía, su presente legado, pasaría por alto el terremoto interior que ha
generado su publicación, terremoto interior por partida doble. Por un lado,
tenemos a los lectores, esos seres pasivos que solo buscan el mayor placer
literario que pueda existir: la de leer buenos libros. Por otro, el remezón que
ha significado para los escritores que ya la leyeron, que más allá de hacerse
añicos en la experiencia lectora, seguramente han cuestionado el proceso de sus
poéticas durante los últimos años. Aunque claro, esto nunca lo dirán, ni en las
más alucinadas de sus borracheras.
En los últimos días he pensado en lo
bien que le hace esta novela a la narrativa peruana última. Llevábamos tiempo
necesitando una que no solo se solazara en el artificio verbal, en la forma
disforzada, que no caiga en esa suerte de salvavidas que es el extrañamiento,
que bien puede servir para un primer libro, aunque no para el desarrollo de una
propuesta.
*
Querido futuro lector de Austin, Texas 1979, presta atención: te
enfrentarás con una novela distinta, y me atrevería a decir que también
distinta dentro del espectro latinoamericano actual, en el que también podemos ubicar a
más de un inflado. Distinta, para bien.
Bien se dice que las novelas y los
cuentarios, para que lleguen a buen puerto, tienen que partir de la
configuración de un personaje.
Sobre el personaje, podemos decir muchas
cosas, interesantes e interminables, los hay para todos los gustos. Al
respecto, tengo una teoría personal: puedo valorar el nervio narrativo de un
escritor partiendo de la hechura moral y ética de sus personajes. Y en la
parcela de la novela, esta tiene que sostenerse sí o sí en sus personajes.
Escritor que no respete la fisonomía moral del personaje, no es un escritor, es
sencillamente un chancateclas con ritmo.
No hay secreto por descubrir en novela,
todo está dicho. El personaje es más importante que la trama, el estilo, la
forma. Quien contradiga esto, le sugiero que se desasne leyendo el siglo de la
novela, el XIX. Que Balzac, Dumas, Dickens, Dostoievski, Tolstoi, Flaubert sean
los maestros que desasnen. Discutan con ellos, si es que se atreven.
*
Pablo, nuestro protagonista, es un tipo escindido,
roto, quebrado. En este sentido, agradezco a Ángeles por habernos entregado un
medio hombre, un medio hombre que bien podría ser todos los hombres. De alguna
manera, todos hemos sido Pablo alguna vez, aunque algunos son Pablo toda la
vida. Estamos pues ante un personaje en crisis, y esa crisis se proyecta en la
peor de las crisis: la emocional. En este sentido, conociendo a Pablo me
resultó inevitable no relacionarlo con esa sentencia de Paul Auster en su
maravillosa novela El palacio de la Luna:
lo peor no es que no te quiera la mujer que quieres, lo peor es ya no sentir
ese afecto y cariño que tenías por la mujer que querías, viviendo así un vacío
que te hace débil y presa fácil de las circunstancias de la vida.
El autor nos entrega un hombre que
trasunta en ese vacío. Ahora, él no intenta superar esa carencia emocional con
mujeres al paso, menos en relaciones que se pinten de emocionales, como si
buscara desesperadamente más de un salvavidas. Simplemente, este se deja llevar
y en ese vaivén es que sin proponérselo se cuestiona, es decir, recuerda, y
recuerda desde su vulnerabilidad.
Nos adentramos en una novela de
recuerdos, pero de recuerdos selectivos, guiados por un constante y nada
piadoso estímulo crítico. Pablo no se guarda nada, deja que el dolor y el
resentimiento funjan como finos estiletes que quiebran a las personas que lo
rodean. ¿Lo que me pasa es culpa mía? ¿Lo que me pasa es culpa de los demás?
Ambas preguntas guían su discurso. En esas preguntas escondidas yace el sentido
de su empresa suerte de tierra arrasada sentimental en la que nadie queda en
pie.
*
Acabo de decir que tenemos una novela
con un personaje escindido. Un personaje así nos asegura una novela aceptable.
Pero para Ángeles esto es insuficiente.
Si algo puedo decir de Francisco
Ángeles, aparte de reconocer su enorme talento literario, es que es un pata
sumamente inteligente. Y lo supe desde antes de conocerlo personalmente, por
ejemplo: hay que ser un capo neuronal para que durante casi dos años haya sido
el escritor inédito más conocido del Perú, fama literaria que se cimentó con la
publicación de su primera novela La línea
en medio del cielo, que también recibió saludos de la prensa y el favor de
los lectores.
*
Vuelvo a Austin…
Mientras recorría las páginas, me hacía
muchas preguntas. Una de ellas tenía que ver con la distancia. Bien sabemos que
Ángeles no vive en Perú, su ámbito es uno académico e imagino que sus lecturas
deben estar muy alejadas de las modas y etiquetas literarias. Especulo sobre
ello porque percibo en el texto una libertad narrativa que le ha permitido armar una atmósfera y tensión narrativa libre
y alejada de esos respiros narrativos efectistas que tanto daño le hacen a la
narrativa peruana última, como también latinoamericana.
Leo los fragmentos de diarios insertados
en la novela y me pregunto si al autor le quedó teclado. Seguramente, escribió
más de un tramo de la novela con sincopada furia.
No exagero, en cada página hay furia,
pero también tensión. Para esto, ya se han dispuesto los tiempos, los
personajes, el conflicto.
Es gracias a esa tensión y a la
disposición de los recursos narrativos, que tenemos una novela distinta, o
mejor dicho, una novela honesta en la que podemos hallar La Verdad. La verdad en
la experiencia de la palabra. No es poca cosa lo que digo, hoy en día
encontramos pocas veces la verdad en narrativa. Confundimos artificio con
verosimilitud, belleza verbal con cima literaria.
No me hago problemas y tú tampoco te
hagas problemas. La verdad a la que me refiero es la mágica conexión no debe dejar
de existir entre el texto y el lector.
Es que la literatura es conexión.
Es que la literatura es transmisión.
Ángeles la tiene clara: escribir bonito,
bien, no es literatura.
Austin,
Texas 1979
incomoda, fastidia.
Para que me entiendas: su lectura es
como si participaras de una sesión de Ayahuasca.
Esta sesión de Ayahuasca literaria la
vemos en toda su plenitud en la segunda parte, que lleva el título de la
novela. En lo personal, quedé hecho mierda. Ocurre que algunos somos producto
del azar, de un camino distinto. Algunos sabiendo que son hechura de ese camino
elegido, se dedican a vivir su vida, en cambio otros, como Pablo, indagan en el
por qué de esa elección que otros tomaron.
Líneas atrás dije que Austin, Texas 1979 le hace bien a la
narrativa peruana.
Y le hace bien por su contundencia. La
novela que nos reúne está muy alejada de ser lo menos malo que se publica entre
nosotros.
Sácate esta idea de la cabeza: Austin, Texas 1979 es un antes y un
después para la narrativa peruana última.
*
¿Te acuerdas de los primeros versos del
poema “Aullido” de Ginsberg? Más o menos esta sería la idea: He visto a las
mejores plumas de mi generación perderse en la verbosidad, en la preciosidad de
la palabra, en el fugaz reconocimiento del Face, en la anuencia general de que
estamos en un gran momento narrativo.
*
Lógico, la narrativa es costura. Pero la
coraza sin nervio es nada.
Sin nervio, sin tensión, si no eres
capaz de decir algo, no puedes alcanzar la excelencia literaria, solo te
quedarás en el saludo inmediato por lo bonito que escribes, pero carecerás de
epifanía, revelación, estarás a años luz de producir esa sensación de los
relámpagos sobre el agua, es decir, de esa sensación que hace que los demás
vean la vida de forma diferente, de esa experiencia literaria que acompaña, en
la que seguirán leyendo un texto tuyo sin necesariamente leerlo.
*
No lo niego. Me alegra que un pedazo de
mí sea parte de la contratapa de la novela.
Y no me hace bien por afán de
figuretismo.
Me hace bien porque cuando hablo de
originalidad, hablo de voz.
Ángeles encontró su voz. Y voz literaria
es lo que no se ve en la narrativa peruana última. Lo mismo podría decir de la
narrativa latinoamericana actual, salvo excepciones.
Esa voz es lo que distingue a su autor,
lo que hace de Austin, Texas 1979 la
novela que es.
Ya lo dije, Ángeles es un pata
inteligente. Y su inteligencia parte de la honestidad creativa. La pudo hacer linda
con una novela cumplidora, pero no, se dio el tiempo y repotenció la búsqueda
de ese hálito narrativo que notamos en su primera novela. Procesó su voz, y sin
apuro, concibió Austin, Texas 1979.
Lo que pasa es que hay que respetar a la
voz narrativa, dejarla que se forme y una vez formada sirve de base para
grandes novelas como Austin, Texas 1979.
…
Texto leído el 12/6/2014, en la
Universidad Federico Villarreal.
1 Comentarios:
Querido, Gabriel Ruiz Ortega,:
Mi nombre es José Rubén Marquina Blas. Aquí te dejo mi comentario que lleva por título:
A modo de receta: ocho apreciaciones sobre Austin, Texas 1979
«Ahora que te he contado esta historia ya no [la] quiero más conmigo» le dice Lucas a su hijo, en la segunda parte de la novela Austin, Texas 1979 (Animal De Invierno, 2014). He leído esta novela de Francisco Ángeles (Lima, 1977) “con pasión y furia”, ahora tampoco la quiero conmigo: “Ahora que he leído esta historia ya no la quiero conmigo”. ¿Qué me queda? Completar el círculo. Escribir. Olvide el “tratar de” —porque siempre es lo mismo “tratar de”—: tratar de escribir.
1. Lector, cuando tengas la novela de Francisco tendrás en las manos una cápsula pequeña de 141 páginas. Como toda capsula, Austin, Texas 1979 es fácil de ingerir.
2. Hay cápsulas y capsulas. Esta es una capsula buena y, lo que no es lo mismo, una buena capsula.
3. Primera advertencia: el paciente principal es Pablo: esta es la historia de la crisis de Pablo. No obstante, a modo de un injerto, también están la historia del nacimiento de Adriana y la historia sentimental de Lucas. Otros pacientes.
4. Toda cápsula, pastilla o comprimido promete un viaje. Segunda advertencia: este viaje es hacia la ciudad de Austin en el 79.
5. Primera recomendación: en momentos de fiebre aproximarse a El corazón de las tinieblas y se les pasará.
6. Las cápsulas se dirigen hacia nuestro interior, al centro del universo.
7. La identificación es una forma de lectura: «le decía que me sentía identificado con su historia y por ratos me parecía estar leyendo la mía», le escribe Lucas a Alessa en la segunda parte de la novela. Tercera advertencia: La novela puede generar casos severos de identificación (se inscribe en la contratapa el testimonio de Alberto Fuguet, conejillo de Indias: “Austin, Texas 1979 es el tipo de historia que […] nos ocurrió a todos”).
8. Cualquier reclamo o malentendido, por favor, dirigirse al laboratorio principal que se ubica en la tradición literaria de Buenos Aires —y, si no es mucha molestia, revisar la de Montevideo—.
El Dr. S. F.
Francisco Ángeles
Austin, Texas 1979
Lima, Animal De Invierno, 2014. 141.
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