lunes, junio 30, 2014

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Hace ya varios años leí un artículo de Alonso Cueto, en el que decía que el contexto peruano ofrecía todos los insumos creativos para un escritor, sea este consagrado o en ciernes. Pensé en lo leído y no tardé en darle a Cueto toda la razón. Bastaba prender la radio, leer los diarios, mirar los noticieros para constatar que había un universo rico en situaciones, situaciones que también se nutrían de humor y sarcasmo. ¿Se decía algo nuevo al respecto? No. Pero llamó mi atención ese artículo.
Por alguna extraña razón, en los últimos años este universo ha dejado de ser explorado. O no se le exploró como tenía que ser. Solo hay que pautar la línea de las novelas y cuentarios que leíamos para ver que se le dio una espalda al realismo, en un franco retroceso de ese crisol que, así nos guste o no, ha motivado la hechura de más de un libro medular de nuestra tradición narrativa. Lo aberrante fue que esta negación del realismo vino acompañada de una disidencia signada por el desconocimiento, la ignorancia y la pose.
Obviamente, alguno traerá a colación la narrativa sobre la violencia política, como para refutarme. Pues bien, en este caso me refiero al realismo cotidiano, enfocado en esa nueva violencia callejera producto del auge económico, que nace y se desarrolla en espacios urbanos en los que cunde una versión local del Far West, en donde las balas son los argumentos. No estamos pues ante un fenómeno para verlo de lejos, sino de cerca, ahora con mayor razón, puesto que se ha convertido en un serio y delicado problema social.
Pero no es el momento de hablar de problemas sociales, sino de lo que estos pueden suscitar en los terrenos de la ficción. Los escritores tienen que saber mirar, deben ser esponjas y de esta manera procesar la impresión de la realidad inmediata, tal y como lo ha hecho Fernando Ampuero en Loreto (Planeta, 2014).
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Por sobre todas las cosas, Ampuero es un narrador con la vista puesta en la calle. Gracias a esa mirada tenemos títulos ineludibles como la novela Caramelo verde, tampoco pasemos por alto su importancia en el cuento, quizá el género que lo ubica como uno de los narradores más relevantes de la narrativa peruana contemporánea. Al respecto, me pregunto si habrá lector/escritor peruano que no tenga en su biblioteca sus cuentarios y compilaciones de cuentos. La razón es simple: en la cuentística de Ampuero es posible constatar una escuela.
Ahora, en lo personal, si tuviera que brindar un ejemplo cuasi irrefutable de su mirada, ese ejemplo sería su obra de No Ficción, conformada por artículos, crónicas y ensayos. Pienso en Gato encerrado y en Viaje de ida, títulos que tranquilamente desprejuiciarían a cualquier dogmático de la crítica literaria en cuanto a la No Ficción.
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En Loreto se acrisola la experiencia narrativa del autor, sea por medio de la relojería del cuento, la estructuración de la novela corta y por ese toque de sal que siempre ha condimentado su prosa. Además, en Loreto somos testigos de la atomización de los tópicos presentes a lo largo de su poética. En lugar de ofrecernos un gran fresco del sicariato, lo que tenemos en manos es una maceta de plantitas letales, un microespacio que bien representa a todos los microespacios detrás de la eclosión de la construcción, cuyos sujetos son jóvenes que van tras el dinero fácil y que ven amenazado el orgullo a razón de una mirada directa a los ojos.
No es gratuito que la novela se ambiente en el jirón Loreto del Callao. Si había un universo en donde se pudiera apreciar la trastienda de este supuesto progreso, había que mirar allí. Podríamos pensar en una novela policial, pero esta calificación sería insuficiente y limitante; lo mismo si hablamos de novela negra. Lo que podríamos decir es que Loreto se beneficia de los respiros y criterios de las novelas policiales y negras. Pensemos entonces en una novela gris y húmeda, que nos pone en bandeja una historia signada por la enajenación, el orgullo y la ambición, que podríamos representar en sus protagonistas Chito, Laura y Silverio.
Veamos.
Chito es el Man del jirón Loreto. Es respetado por los vecinos, es la autoridad que camina, todos le temen. En teoría hablamos de un tipo invulnerable, pero en la práctica tiene un punto débil, su hermana Laura, una adolescente generosa en carnes y andar diabólico que suscita más de una obsesión entre los jóvenes y no tan jóvenes del barrio. Uno de los obsesos es precisamente el adolescente Silverio, que queda enamorado de ella y es por ella que conduce todas sus acciones con tal de llamar su atención. Para probar su valentía, Silverio participa de una reyerta barrial, con balacera incluida, de la que sale airoso, pero ese triunfo hace que abandone el barrio por un tiempo, como para protegerse y de esta manera los otros olviden. Mientras tanto, Chito continua en sus negocios, sigue siendo el Man. Pero hay Manes de otros jirones, como Castilla, de donde amenazan con quitarle hegemonía. Entonces Chito se ve en la necesidad de contar con nuevos hombres y entre ellos convoca a Silverio, que regresa al barrio convertido en un asesino de sangre fría, y, obviamente, con la obsesión recargada por Laura, convertida en toda una mujer, que vive un romance con un empresario corrupto coludido con el Gobierno Regional del Callao. Silverio se propone dos objetivos: reforzar su leyenda de héroe callejero y conquistar a Laura. Silverio y Laura se desean y consuman no su amor, sino su salvaje necesidad hormonal que tenían en retraso durante años. La relación es aprobada por Chito, quien no es nada tonto. Qué mejor manera que mantener el desempeño de su mejor hombre que en el calor de su hermana. Pero Silverio peca de autosuficiente.
Loreto es una novela de acciones. Aquí hay calle, violencia, jerga y sexo. En ella nos adentramos en más de un universo personal, pero es precisamente en esa exploración en la que el autor descuida la configuración de sus personajes. ¿Por qué ese desmedido cuidado de Chito por su hermana? ¿Qué pasó con Silverio en el tiempo que se alejó del barrio? Sin duda, se sacrificó parte del desarrollo de los mismos en pos de la historia, que como tal, mantiene un ritmo no menos que trepidante y esto es algo que siempre vamos a agradecer a Ampuero, que en esta oportunidad le ofrece al lector entrenado y no entrenado un libro que no se suelta, divertido, pero que como tal no deja de sacudir y fastidiar.
Por lo dicho, colegimos que esta novela escapa de la línea intimista y metaliteraria que ha rubricado no solo a la narrativa peruana última, sino también a la escrita en los últimos veinte años. Está bien, qué pajita, escribamos novelas y cuentarios intimistas y de corte metaliterario, pero hagámoslo dejando la piel en el asador, abandonemos la distancia, el sentido del alegato, las etiquetas editoriales. Una novela como Loreto, pequeña pero poderosa, es una patada en la entrepierna a todos esos títulos escritos con un forzado afán de originalidad, que como son forzados, resultan falsos. Lo mejor de la narrativa peruana descansa en el realismo y la realidad peruana ofrece más de un estímulo para cualquier escritor atento y de mirada acuciosa.
 
 
Publicado en Lee por gusto

1 Comentarios:

Blogger Unknown dijo...

Magnífico artículo...es un honor leerlo y seguirlo...

9:29 a.m.  

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