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Hace ya varios años leí un artículo de
Alonso Cueto, en el que decía que el contexto peruano ofrecía todos los insumos
creativos para un escritor, sea este consagrado o en ciernes. Pensé en lo leído
y no tardé en darle a Cueto toda la razón. Bastaba prender la radio, leer los
diarios, mirar los noticieros para constatar que había un universo rico en
situaciones, situaciones que también se nutrían de humor y sarcasmo. ¿Se decía
algo nuevo al respecto? No. Pero llamó mi atención ese artículo.
Por alguna extraña razón, en los últimos
años este universo ha dejado de ser explorado. O no se le exploró como tenía
que ser. Solo hay que pautar la línea de las novelas y cuentarios que leíamos
para ver que se le dio una espalda al realismo, en un franco retroceso de ese
crisol que, así nos guste o no, ha motivado la hechura de más de un libro medular
de nuestra tradición narrativa. Lo aberrante fue que esta negación del realismo
vino acompañada de una disidencia signada por el desconocimiento, la ignorancia
y la pose.
Obviamente, alguno traerá a colación la
narrativa sobre la violencia política, como para refutarme. Pues bien, en este
caso me refiero al realismo cotidiano, enfocado en esa nueva violencia
callejera producto del auge económico, que nace y se desarrolla en espacios
urbanos en los que cunde una versión local del Far West, en donde las balas son los argumentos. No estamos pues
ante un fenómeno para verlo de lejos, sino de cerca, ahora con mayor razón,
puesto que se ha convertido en un serio y delicado problema social.
Pero no es el momento de hablar de
problemas sociales, sino de lo que estos pueden suscitar en los terrenos de la
ficción. Los escritores tienen que saber mirar, deben ser esponjas y de esta
manera procesar la impresión de la realidad inmediata, tal y como lo ha hecho Fernando
Ampuero en Loreto (Planeta, 2014).
*
Por sobre todas las cosas, Ampuero es un
narrador con la vista puesta en la calle. Gracias a esa mirada tenemos títulos
ineludibles como la novela Caramelo verde,
tampoco pasemos por alto su importancia en el cuento, quizá el género que lo
ubica como uno de los narradores más relevantes de la narrativa peruana
contemporánea. Al respecto, me pregunto si habrá lector/escritor peruano que no
tenga en su biblioteca sus cuentarios y compilaciones de cuentos. La razón es
simple: en la cuentística de Ampuero es posible constatar una escuela.
Ahora, en lo personal, si tuviera que brindar
un ejemplo cuasi irrefutable de su mirada, ese ejemplo sería su obra de No Ficción,
conformada por artículos, crónicas y ensayos. Pienso en Gato encerrado y en Viaje de
ida, títulos que tranquilamente desprejuiciarían a cualquier dogmático de la
crítica literaria en cuanto a la No Ficción.
*
En Loreto
se acrisola la experiencia narrativa del autor, sea por medio de la
relojería del cuento, la estructuración de la novela corta y por ese toque de
sal que siempre ha condimentado su prosa. Además, en Loreto somos testigos de la atomización de los tópicos presentes a
lo largo de su poética. En lugar de ofrecernos un gran fresco del sicariato, lo
que tenemos en manos es una maceta de plantitas letales, un microespacio que
bien representa a todos los microespacios detrás de la eclosión de la
construcción, cuyos sujetos son jóvenes que van tras el dinero fácil y que ven
amenazado el orgullo a razón de una mirada directa a los ojos.
No es gratuito que la novela se ambiente
en el jirón Loreto del Callao. Si había un universo en donde se pudiera
apreciar la trastienda de este supuesto progreso, había que mirar allí.
Podríamos pensar en una novela policial, pero esta calificación sería insuficiente
y limitante; lo mismo si hablamos de novela negra. Lo que podríamos decir es
que Loreto se beneficia de los
respiros y criterios de las novelas policiales y negras. Pensemos entonces en una
novela gris y húmeda, que nos pone en bandeja una historia signada por la
enajenación, el orgullo y la ambición, que podríamos representar en sus
protagonistas Chito, Laura y Silverio.
Veamos.
Chito es el Man del jirón Loreto. Es respetado por los vecinos, es la autoridad
que camina, todos le temen. En teoría hablamos de un tipo invulnerable, pero en
la práctica tiene un punto débil, su hermana Laura, una adolescente generosa en
carnes y andar diabólico que suscita más de una obsesión entre los jóvenes y no
tan jóvenes del barrio. Uno de los obsesos es precisamente el adolescente
Silverio, que queda enamorado de ella y es por ella que conduce todas sus
acciones con tal de llamar su atención. Para probar su valentía, Silverio
participa de una reyerta barrial, con balacera incluida, de la que sale airoso,
pero ese triunfo hace que abandone el barrio por un tiempo, como para
protegerse y de esta manera los otros
olviden. Mientras tanto, Chito continua en sus negocios, sigue siendo el Man. Pero hay Manes de otros jirones, como Castilla, de donde amenazan con
quitarle hegemonía. Entonces Chito se ve en la necesidad de contar con nuevos
hombres y entre ellos convoca a Silverio, que regresa al barrio convertido en
un asesino de sangre fría, y, obviamente, con la obsesión recargada por Laura,
convertida en toda una mujer, que vive un romance con un empresario corrupto
coludido con el Gobierno Regional del Callao. Silverio se propone dos objetivos:
reforzar su leyenda de héroe callejero y conquistar a Laura. Silverio y Laura
se desean y consuman no su amor, sino su salvaje necesidad hormonal que tenían
en retraso durante años. La relación es aprobada por Chito, quien no es nada
tonto. Qué mejor manera que mantener el desempeño de su mejor hombre que en el
calor de su hermana. Pero Silverio peca de autosuficiente.
Loreto es una novela
de acciones. Aquí hay calle, violencia, jerga y sexo. En ella nos adentramos en
más de un universo personal, pero es precisamente en esa exploración en la que
el autor descuida la configuración de sus personajes. ¿Por qué ese desmedido
cuidado de Chito por su hermana? ¿Qué pasó con Silverio en el tiempo que se
alejó del barrio? Sin duda, se sacrificó parte del desarrollo de los mismos en
pos de la historia, que como tal, mantiene un ritmo no menos que trepidante y
esto es algo que siempre vamos a agradecer a Ampuero, que en esta oportunidad
le ofrece al lector entrenado y no entrenado un libro que no se suelta,
divertido, pero que como tal no deja de sacudir y fastidiar.
Por lo dicho, colegimos que esta novela
escapa de la línea intimista y metaliteraria que ha rubricado no solo a la
narrativa peruana última, sino también a la escrita en los últimos veinte años.
Está bien, qué pajita, escribamos novelas y cuentarios intimistas y de corte
metaliterario, pero hagámoslo dejando la piel en el asador, abandonemos la
distancia, el sentido del alegato, las etiquetas editoriales. Una novela como Loreto, pequeña pero poderosa, es una
patada en la entrepierna a todos esos títulos escritos con un forzado afán de
originalidad, que como son forzados, resultan falsos. Lo mejor de la narrativa
peruana descansa en el realismo y la realidad peruana ofrece más de un estímulo
para cualquier escritor atento y de mirada acuciosa.
…
Publicado en Lee por gusto
1 Comentarios:
Magnífico artículo...es un honor leerlo y seguirlo...
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