lunes, julio 21, 2014

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Se supone que ayer, en la FIL, debía leer el texto sobre la presentación de Kaddish de Allen Ginsberg. Pero no fue así. Lo que hice con el traductor del libro, Rodrigo Olavarría, fue un más que estimulante diálogo sobre este poeta de la Generación Beat.
La Sala César Vallejo intimida a cualquiera. Es no menos que grande y a esa misma hora se desarrollaban otras presentaciones digamos más mediáticas. Pese a que en principio había poca gente, de a pocos llegaba el público y el público llegó. No solo eso, sino también se mostró muy participativo cuando di pase a la ronda de preguntas.
Es que el espíritu de Allen Ginsberg estuvo presente.
Ahora, todas las preguntas que le formulé a Olavarría partieron del siguiente texto que leerán a continuación.
 
 
Escribir de Allen Ginsberg no es cosa fácil, aunque parezca. Y lo parece porque quizá Ginsberg sea el poeta medular, el catalizador, de todo poeta o narrador en ciernes, es decir, te hablo de un poeta al que puedes asimilar sin necesidad de saber, o haber leído, mucha literatura. Y lo dicho no es para nada algo menor, porque la poesía es hoy en día lo más honesto y real que podemos ver en la literatura, la que le confiere de un sano aliento de autenticidad, la que se distingue de ese circo en que se ha convertido la literatura. Se suele decir que para apreciar la poesía hay que tener un cierto nivel de conocimiento, o sea, la sensibilidad no basta, resulta insuficiente, la emoción tiene un límite. En este sentido, Ginsberg es una presencia clave, la luz que te hace creer o por un momento alucinar en la posibilidad de pensar en que dedicarte a la literatura valdría la pena. Son pocas, contadas, las poéticas que te permiten experimentar en la palabra un mundo de aventuras, aventuras no necesariamente sanas o edificantes, me refiero pues al viaje de la vida, un viaje que te hace añicos pero que a la vez le da un sentido a tu vida, en una especie de adicción por lo extremo, una adicción que parte de la mente, de la teoría de lo que podría ser, por ello, tentadora, tentadora de lo que haría si te atrevieras.
Cuando leí por primera vez a Ginsberg tenía en claro que no quería ser poeta. Simplemente me interesaba vivir, leer y tirar. Nada más. Ni siquiera tenía en claro dedicarme a la literatura. Fue pues en 1995, en la mañana de un sábado de mayo, cuando me  acerqué a la Casa Museo José Carlos Mariátegui. Días antes una amiga me había comentado que en esta casa-museo se estaba llevando un taller de poesía, en donde se leerían y comentarían los poemas de los poetas malditos, pero los poetas malditos del Siglo XX. Me llamó la atención esa idea, “los poetas malditos del Siglo XX”. Llegué a la sesión del taller, sesionada por un inefable poeta noventero que dio inició con la lectura de los primeros versos de “Aullido” de Ginsberg. Aún mantengo en la memoria las palabras del poeta norteamericano, más que suficiente con ello, porque luego de la lectura del poema insignia de Ginsberg, el inefable poeta noventero no hizo otra cosa que no sea la de hablar de sí mismo y del por qué debíamos leer su poesía. Considero esa mañana como histórica, histórica en mi biografía ya que me ayudó a no tomar en cuenta a los poetas parlanchines sin talento y, muy en especial, porque había descubierto a un poeta que de la manera más simple me lo decía todo.
Con “Aullido” aprendí a no emputecerme.
Y con esa sola sensación basta y sobra. Bastó y sobró para empezar a leerlo en serio, a buscar cosas de Ginsberg por las calles del Centro Histórico de Lima. Además, había una motivación extra, el contexto político signado por la lucha contra la dictadura fujimontesinista.
Loco, pues.
Buscar poemas de Ginsberg en el pútrido aroma de la dictadura, ese era el contexto.
Aunque los tiempos habían cambiado, podemos decir que en esos años los no idiotas exhibíamos una genuina actitud de rebeldía, y fue quizá esa rebeldía la que me impulsó a leer no solo a Ginsberg, sino a toda la Beat Generation y fagocitar a todo artista rubricado por esa actitud.
*
Empecé a leer a Ginsberg gracias a las antologías de poesía norteamericana que encontré en la biblioteca del ICPNA del centro de Lima. No tenía dinero para comprarme sus libros traducidos, pero ello no era impedimento, me las jugué leyendo en inglés a los poetas de la Beat Generación con el más dispuesto de los ánimos. Fue un milagro que encontrara en los intocables anaqueles de la biblioteca del ICPNA varias antologías de poesía norteamericana contemporánea, entre las que se encontraban cuatro antologías poéticas que me brindaban acercamientos sobre lo que verdaderamente fue este movimiento, sobre su alcance y grado de influencia.
Como todo proceso de lectura, algunos representantes de la Beat Generación se me fueron decantando, ya no admiraba la obra en conjunto de cada uno, sino que me iba quedando con retazos de cada quien, incluyendo el mismo Kerouac. Sin embargo, Ginsberg se me presentaba como el más sólido a nivel de poética, lo cual no es poca cosa, ya que nunca se dejó de decir que el activismo de Ginsberg sustentaba precisamente su poética, o sea, la crítica mezquina que anhelaba verlo en el suelo, diseminaba esta propaganda, falsa, pero que no lo hería.
Pero también le hacían daño sus mismos seguidores. Para que tengamos una idea: lo podemos ver con los seguidores de Bolaño, que quieren parecerse al enorme escritor chileno.
Lo mismo, exactamente lo mismo, ocurre con Ginsberg. No pocos seguidores querían parecerse a Ginsberg. Parecer es pues lo más fácil. Ser Ginsberg, aunque sea una milésima parte es lo fregado, lo cuasi imposible. Por ese motivo durante muchos años se sabía que Ginsberg era uno de los grandes, pero la misma posería de sus seguidores impedía que se le reconozca unánimemente como un gran poeta.
De a pocos, pero a paso lento y seguro, se comenzó a leer la obra de Ginsberg. Sus libros se traducían y aparecían ediciones bilingües no solo de su poemario insignia, Aullido, sino de los otros, de esos poemarios de los que solo conocíamos por fragmentos.
Ha pasado tiempo el tiempo prudencial y ahora tenemos una idea más clara del corpus poético de Ginsberg. Valoramos a Ginsberg primeramente como poeta, por la escritura de su poética, que es lo que nos debe interesar, y luego admiramos y apreciamos su coherencia con la vida que decidió llevar, por ser un curioso viajero. Por ejemplo, durante algunos meses vivió en Perú, en donde, entre otras cosas, se encontró con Martín Adán en el Cordano, con quien, luego de algunas horas de conversa algo agitadas por el ron y el alcohol, terminó en un hotelito de mala muerte en Barrios Altos.
*
El libro que nos reúne esta noche es muy especial, especial por donde lo mires.
No quiero ahondar en el hecho de si es lo mejor o no de Ginsberg.
Que de esa tarea se ocupen los críticos y teóricos.
A mí me gusta Kaddish porque nos pone en bandeja al Ginsberg más vulnerable, a un ser humano más quebrado de lo que siempre fue. Leemos a Ginsberg y no dejamos de presenciar a un ser humano de sensibilidad afectada, lo percibimos en todos sus poemarios, en cada verso, pero en Kaddish esa sensibilidad la vemos por los suelos, encontrando en la poesía la redención del dolor que le produce la muerte de su madre, Naomi, que lo lleva a revisitar no solo la vida de ella, sino la suya misma.
Escribir sobre su madre fue prácticamente escribir de sí mismo.
A medida que leemos este extenso poema en prosa, nos sumergimos también en esa caudalosa trastienda que la nutrió. Kaddish vendría a ser una caja china a la que habría que asimilar con todo el cuidado posible, aparte de transmitir en el texto, prestemos también atención a lo que nos dice entrelíneas. Ginsberg nos habla de la poesía, de su esencia, pero sin caer en la bajeza de esos ramplones discursos que la pintan como medio de expresión. No. Los grandes como Ginsberg no caen en estas chapucerías.
Lo que nos dice el poeta sobre la poesía es que esta es un destino en sí misma.
No puedes querer ser poeta.
Eres poeta porque sí.
Naces poeta y a esa esencia tienes que consagrarte.
Ginsberg brinda escuela desde el dolor. Nos indica el camino y a ese camino deberíamos consagrarnos como seguidores de la buena y epifánica literatura. Con mayor razón con los poetas bajo la luz de Ginsberg. Ginsberg no les dice en Kaddish que sean buenos o grandes poetas, no. Ni hablar. Lo que dice es que sean poetas, honestos con el discurso poético, y de tener un discurso en paralelo y relacionado al poético, pues a honrarlo con la coherencia.
Ahora, y para terminar.
A Ginsberg solo lo puede traducir otro poeta. En este caso, sería imperdonable pasar por alto la mágica traducción de Rodrigo Olavarría, mágica  porque supo equilibrar la literalidad del texto y su interpretación personal, y sobre todo, no alterar el respiro y el aliento narrativo del maestro. Los lectores de Ginsberg estamos más que agradecidos.
Esta traducción de Kaddish es canónica.
Firmo lo dicho.
Eso es todo, gracias.

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