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Se supone que ayer, en la FIL, debía
leer el texto sobre la presentación de Kaddish
de Allen Ginsberg. Pero no fue así. Lo que hice con el traductor del libro,
Rodrigo Olavarría, fue un más que estimulante diálogo sobre este poeta de la
Generación Beat.
La Sala César Vallejo intimida a
cualquiera. Es no menos que grande y a esa misma hora se desarrollaban otras
presentaciones digamos más mediáticas. Pese a que en principio había poca
gente, de a pocos llegaba el público y el público llegó. No solo eso, sino también se mostró muy participativo cuando di pase a la ronda de preguntas.
Es que el espíritu de Allen Ginsberg
estuvo presente.
Ahora, todas las preguntas que le
formulé a Olavarría partieron del siguiente texto que leerán a continuación.
…
Escribir de Allen Ginsberg no es cosa
fácil, aunque parezca. Y lo parece porque quizá Ginsberg sea el poeta medular,
el catalizador, de todo poeta o narrador en ciernes, es decir, te hablo de un
poeta al que puedes asimilar sin necesidad de saber, o haber leído, mucha
literatura. Y lo dicho no es para nada algo menor, porque la poesía es hoy en
día lo más honesto y real que podemos ver en la literatura, la que le confiere
de un sano aliento de autenticidad, la que se distingue de ese circo en que se
ha convertido la literatura. Se suele decir que para apreciar la poesía hay que
tener un cierto nivel de conocimiento, o sea, la sensibilidad no basta, resulta
insuficiente, la emoción tiene un límite. En este sentido, Ginsberg es una
presencia clave, la luz que te hace creer o por un momento alucinar en la
posibilidad de pensar en que dedicarte a la literatura valdría la pena. Son
pocas, contadas, las poéticas que te permiten experimentar en la palabra un
mundo de aventuras, aventuras no necesariamente sanas o edificantes, me refiero
pues al viaje de la vida, un viaje que te hace añicos pero que a la vez le da
un sentido a tu vida, en una especie de adicción por lo extremo, una adicción
que parte de la mente, de la teoría de lo que podría ser, por ello, tentadora,
tentadora de lo que haría si te atrevieras.
Cuando leí por primera vez a Ginsberg
tenía en claro que no quería ser poeta. Simplemente me interesaba vivir, leer y
tirar. Nada más. Ni siquiera tenía en claro dedicarme a la literatura. Fue pues
en 1995, en la mañana de un sábado de mayo, cuando me acerqué a la Casa Museo José Carlos
Mariátegui. Días antes una amiga me había comentado que en esta casa-museo se
estaba llevando un taller de poesía, en donde se leerían y comentarían los
poemas de los poetas malditos, pero los poetas malditos del Siglo XX. Me llamó
la atención esa idea, “los poetas malditos del Siglo XX”. Llegué a la sesión
del taller, sesionada por un inefable poeta noventero que dio inició con la
lectura de los primeros versos de “Aullido” de Ginsberg. Aún mantengo en la
memoria las palabras del poeta norteamericano, más que suficiente con ello,
porque luego de la lectura del poema insignia de Ginsberg, el inefable poeta
noventero no hizo otra cosa que no sea la de hablar de sí mismo y del por qué
debíamos leer su poesía. Considero esa mañana como histórica, histórica en mi
biografía ya que me ayudó a no tomar en cuenta a los poetas parlanchines sin
talento y, muy en especial, porque había descubierto a un poeta que de la
manera más simple me lo decía todo.
Con “Aullido” aprendí a no emputecerme.
Y con esa sola sensación basta y sobra.
Bastó y sobró para empezar a leerlo en serio, a buscar cosas de Ginsberg por
las calles del Centro Histórico de Lima. Además, había una motivación extra, el
contexto político signado por la lucha contra la dictadura fujimontesinista.
Loco, pues.
Buscar poemas de Ginsberg en el pútrido
aroma de la dictadura, ese era el contexto.
Aunque los tiempos habían cambiado,
podemos decir que en esos años los no idiotas exhibíamos una genuina actitud de
rebeldía, y fue quizá esa rebeldía la que me impulsó a leer no solo a Ginsberg,
sino a toda la Beat Generation y fagocitar a todo artista rubricado por esa
actitud.
*
Empecé a leer a Ginsberg gracias a las
antologías de poesía norteamericana que encontré en la biblioteca del ICPNA del
centro de Lima. No tenía dinero para comprarme sus libros traducidos, pero ello
no era impedimento, me las jugué leyendo en inglés a los poetas de la Beat Generación
con el más dispuesto de los ánimos. Fue un milagro que encontrara en los
intocables anaqueles de la biblioteca del ICPNA varias antologías de poesía
norteamericana contemporánea, entre las que se encontraban cuatro antologías
poéticas que me brindaban acercamientos sobre lo que verdaderamente fue este
movimiento, sobre su alcance y grado de influencia.
Como todo proceso de lectura, algunos
representantes de la Beat Generación se me fueron decantando, ya no admiraba la
obra en conjunto de cada uno, sino que me iba quedando con retazos de cada
quien, incluyendo el mismo Kerouac. Sin embargo, Ginsberg se me presentaba como
el más sólido a nivel de poética, lo cual no es poca cosa, ya que nunca se dejó
de decir que el activismo de Ginsberg sustentaba precisamente su poética, o
sea, la crítica mezquina que anhelaba verlo en el suelo, diseminaba esta
propaganda, falsa, pero que no lo hería.
Pero también le hacían daño sus mismos
seguidores. Para que tengamos una idea: lo podemos
ver con los seguidores de Bolaño, que quieren parecerse al enorme escritor
chileno.
Lo mismo, exactamente lo mismo, ocurre
con Ginsberg. No pocos seguidores querían parecerse a Ginsberg. Parecer es pues
lo más fácil. Ser Ginsberg, aunque sea una milésima parte es lo fregado, lo
cuasi imposible. Por ese motivo durante muchos años se sabía que Ginsberg era
uno de los grandes, pero la misma posería de sus seguidores impedía que se le
reconozca unánimemente como un gran poeta.
De a pocos, pero a paso lento y seguro,
se comenzó a leer la obra de Ginsberg. Sus libros se traducían y aparecían
ediciones bilingües no solo de su poemario insignia, Aullido, sino de los otros, de esos poemarios de los que solo
conocíamos por fragmentos.
Ha pasado tiempo el tiempo prudencial y
ahora tenemos una idea más clara del corpus poético de Ginsberg. Valoramos a
Ginsberg primeramente como poeta, por la escritura de su poética, que es lo que
nos debe interesar, y luego admiramos y apreciamos su coherencia con la vida
que decidió llevar, por ser un curioso viajero. Por ejemplo, durante algunos
meses vivió en Perú, en donde, entre otras cosas, se encontró con Martín Adán
en el Cordano, con quien, luego de algunas horas de conversa algo agitadas por
el ron y el alcohol, terminó en un hotelito de mala muerte en Barrios Altos.
*
El libro que nos reúne esta noche es muy
especial, especial por donde lo mires.
No quiero ahondar en el hecho de si es lo
mejor o no de Ginsberg.
Que de esa tarea se ocupen los críticos
y teóricos.
A mí me gusta Kaddish porque nos pone en bandeja al Ginsberg más vulnerable, a un
ser humano más quebrado de lo que siempre fue. Leemos a Ginsberg y no dejamos
de presenciar a un ser humano de sensibilidad afectada, lo percibimos en todos
sus poemarios, en cada verso, pero en Kaddish
esa sensibilidad la vemos por los suelos, encontrando en la poesía la redención
del dolor que le produce la muerte de su madre, Naomi, que lo lleva a revisitar
no solo la vida de ella, sino la suya misma.
Escribir sobre su madre fue
prácticamente escribir de sí mismo.
A medida que leemos este extenso poema
en prosa, nos sumergimos también en esa caudalosa trastienda que la nutrió. Kaddish vendría a ser una caja china a
la que habría que asimilar con todo el cuidado posible, aparte de transmitir en
el texto, prestemos también atención a lo que nos dice entrelíneas. Ginsberg
nos habla de la poesía, de su esencia, pero sin caer en la bajeza de esos
ramplones discursos que la pintan como medio de expresión. No. Los grandes como
Ginsberg no caen en estas chapucerías.
Lo que nos dice el poeta sobre la poesía
es que esta es un destino en sí misma.
No puedes querer ser poeta.
Eres poeta porque sí.
Naces poeta y a esa esencia tienes que
consagrarte.
Ginsberg brinda escuela desde el dolor.
Nos indica el camino y a ese camino deberíamos consagrarnos como seguidores de
la buena y epifánica literatura. Con mayor razón con los poetas bajo la luz de
Ginsberg. Ginsberg no les dice en Kaddish
que sean buenos o grandes poetas, no. Ni hablar. Lo que dice es que sean
poetas, honestos con el discurso poético, y de tener un discurso en paralelo y
relacionado al poético, pues a honrarlo con la coherencia.
Ahora, y para terminar.
A Ginsberg solo lo puede traducir otro
poeta. En este caso, sería imperdonable pasar por alto la mágica traducción de
Rodrigo Olavarría, mágica porque supo
equilibrar la literalidad del texto y su interpretación personal, y sobre todo,
no alterar el respiro y el aliento narrativo del maestro. Los lectores de
Ginsberg estamos más que agradecidos.
Esta traducción de Kaddish es canónica.
Firmo lo dicho.
Eso es todo, gracias.
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