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Quizá el presente texto no guste para
nada a los narradores peruanos presentes en esta sala.
Contra lo que dicen las buenas
costumbres, para mí resulta esencial comparar, y en parte eso es lo que haré en
principio esta noche, que tendré el agrado de presentar por segunda vez Las siete bestias de Crist
Gutiérrez-Rodríguez.
Ahora, voy a retroceder en el tiempo y
en el espacio geográfico, quizá un par de años, para ubicarme en una noche de frío
y de inminente lluvia en Providencia, en Santiago. En esa noche de frío y de
inminente lluvia acababa de ofrecer una charla sobre narrativa peruana última
en el Centro Cultural de España.
La charla, pese a mis problemas para
hablar en público, había salido muy bien. Y tal y como suele ocurrir en este
tipo de encuentros, uno se queda hablando con los interesados, en este caso, en
los interesados en la narrativa peruana última. Me preguntaban por autores y en
buena onda les ofrecía nombres y títulos; pero de repente, una chica me dice
que ha leído a no pocos autores peruanos jóvenes, que escriben muy, en casi
todos los casos hasta de manera “preciosista”.
Con lo de “preciosista” me fue imposible
no enarcar las cejas, era la primera vez que alguien me usaba esa definición.
Esta chica sabía de lo que me estaba hablando y por mi cuenta comencé a
explorarme conceptos que los tenía “allí”, los cuales no estaban del todo armados,
a años luz de ser definidos. Entonces de a pocos me separé del grupo, cosa que
así intentaba ahondar en su concepto sobre la narrativa peruana última. Pensé
que ella no iría más allá de una opinión picante, pero las cosas adquirieron un
cariz inesperado, que no podía sospechar ni por asomo.
“La prosa de la nueva narrativa peruana
es muy amanerada, no comunica, demasiado adornada, mucha flor, demasiada
belleza en el estilo. No hay contenido. No me sirve”. Quedé en la nada luego de
escucharla y en contra de lo que suele ocurrirme, no me arrepentí en haberle
pedido que profundice más en su opinión.
No la volví a ver, se tuvo que ir, pero
su sola opinión bastó para que a mi regreso empezara a reconfigurar no pocos
conceptos que tenía sobre lo que venía escribiéndose en Perú, además, comencé a
hurgar más en esas ideas flotantes que por temor no me atrevía a desarrollar, porque
el solo hecho de hacerlo iba a poner en entredicho muchas de las ideas que
había trabajado durante años. Pues bien, no tardé en llegar a la siguiente
conclusión: había llegado a su final el tiempo de tolerancia para la nueva
narrativa peruana y el poco o mucho apoyo que le di se dio en un contexto
inicial. La situación era crítica: muchos de los narradores que aparecieron y
que recibieron justificados saludos no supieron macerar su poética, cayendo en
el facilismo de repetir el plato, el mismo menú: escribir bonito, dotar de
verbosidad extrema cada oración pergeñada, malinterpretando el principio de que
la literatura es lenguaje.
Por eso llegaron los años oscuros, los
años en los que no sucedió absolutamente nada.
O como bien dijo el poeta Jon Martínez: “en
la narrativa peruana hay demasiada flora, pero poquísima fauna”.
Eso, pues, eso es lo que pasó: mucha
flora y poca fauna.
Debido a la flora es que la narrativa
peruana última cayó en la inverosimilitud, en la mentira disfrazada de artificio.
Encima, nos alegrábamos y festejábamos cada
vez que venía cualquier mediocre con una propuesta distinta a la ya vista y no
tardábamos en celebrar esa propuesta para poco después olvidarla.
En este sentido, hay que pararse y
aplaudir cuando se publica un cuentario del fuste de Las siete bestias.
A su autor, Crist Gutiérrez-Rodríguez,
ya lo ubicábamos gracias a su cuento “Los caminantes de Sonora”, con el que
ganó la última edición del Copé de Cuento.
Los que recordamos dicho relato, supimos
que estábamos ante una voz potente, original y, muy en especial, madura. Lo
lógico era pensar que tarde o temprano el autor publicara un libro, no sabíamos
si de relatos o una novela, pero con lo leído en el relato ganador teníamos sospechas
razonables sobre una propuesta que bien podría marcar una diferencia real, una
diferencia que nos podría llevar a aseverar que estábamos ante un narrador
genuino, de los de verdad, que nos harían olvidar a las últimas voces famosillas
que en una se caían de falsas.
En primer lugar, y así suene a
redundancia, llama la atención la madurez de nuestro autor.
El hombre tiene 32 años.
O sea, podemos deducir que ha tomado en
serio el oficio literario. A lo mejor pudo haber debutado en la literatura a
una edad temprana, pero quiso esperar, cuidando su prosa y dejarla que repose,
como reposan los buenos tragos; esta espera también permitió que su mirada se
afile, procesando y definiendo su mundo interior y su geografía literaria.
No es poca cosa lo que digo.
Pocas veces encontramos un libro que
exude madurez, que sea un ejemplo axiomático de alto voltaje verbal, en el que
percibimos una poesía callejera, giros verbales que no hacen sino lacerar la
sensibilidad del lector.
Ahora, estimada lectora, ten cuidado con
este cuentario, porque vas a terminar húmeda con la prosa del autor. Advertida
estás.
Ahora, estimado lector, ten cuidado, la
prosa del autor te hará recapacitar y llegarás a la conclusión de que no has
vivido nada y que ya es muy tarde para que comiences a vivir lo que debiste
vivir en su momento.
Es que hay que tener fuerza testicular
para adentrarse en estos relatos.
Relatos, por decirlo de alguna manera,
puesto que en la primera presentación como en la de ahora debo decir que cada
uno de estos cinco relatos son novelas cortas. En ellos constatamos un aliento
que va más allá de la relojería del cuento. No hablamos de extensión, hablamos
pues de mundos representados, diseccionados, cada uno de los cuales en relación
a la funcionalidad de la historia.
Sin embargo, lectora, lector, no te
hablo únicamente de relatos extensos, sino ten en cuenta que los mismos
quedarían amputados si no fuera por el estilo de acero que nos regala el autor,
esa musicalidad porteña que en el estilo se eleva y llega a los verdaderos y
agradecidos terrenos de calidad literaria.
L7B es un libro
distinto.
Me refiero, para que lo tengas claro, a
la igualdad de fuerzas existentes entre estilo y contenido.
Si el estilo es la biografía de todo
escritor, bien podríamos decir que nuestro autor se posiciona como el nuevo
capitán estilístico de la nueva narrativa peruana.
Coge tu ejemplar y ábrelo en cualquier
página y me darás la razón.
Este estilo es como roca volcánica, que
no solo quema, sino que tiñe tu piel durante muy buen tiempo, que se posiciona
de tu memoria emocional, que queda en ti como una marca de fuego.
Una de las cualidades que me gustan de
los escritores de verdad es el conocimiento que deben tener de sus personajes.
Gutiérrez-Rodríguez los conoce, a fondo, y los trata con respeto, como lo que
son, personajes que sobreviven, la mayoría de ellos sin las nociones ideales
del bien y del mal. Los vemos tales cuales, sin afeites, desprendidos del calor
materno, lanzados a las calles con el único objetivo de no ser devorados. Y para
no ser devorados deben ser más revoltosos y chuchas que aquellos que los
quieren desaparecer. En esta marginalidad que se nos presenta encontramos una
ética, una moral, identificamos una Verdad, la verdad emocional de los
personajes. Es decir, arribamos no a la verosimilitud, sino a lo Real, a esa
hechizante instancia que solo nos puede brindar la literatura llamada a
quedarse con nosotros.
Líneas arriba aseveré que deberíamos
celebrar una publicación como esta. Y lo vuelvo a decir. Un cuentario como este
le hace bien a la narrativa peruana última, la desahueva sin más, obligando a
las nuevas a voces a hacer un ejercicio de autocrítica, a preguntarse en qué se
falló, o para que me entiendas mejor: a cuestionar la falsedad con la que se
han llevado muchas poéticas en los últimos años.
Sin exagerar, estamos ante el libro más
contundente de la narrativa peruana última. Un libro que lleva al disfrute y
epifanía de la lectura, pero ese disfrute no se da en la facilidad, sino en la
dificultad, puesto que el lector debe poner de su parte, una cuota de voluntad
radical que lo llevará a ser parte de esta experiencia, puesto que Las siete bestias es una experiencia,
experiencia de la que no te aseguro que vayas a salir bien librado, seguramente
abollado, golpeado, quizá traumado.
Es que así nos dejan los libros de
verdad.
…
Texto leído en la presentación de Las siete bestias. 28 de julio. FIL
2014.
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