viernes, septiembre 19, 2014

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A eso de las cuatro de la tarde, le pedí al señor Quiñones, el encargado del otro local de Selecta Librería, que ocupara por un par de horas el 16. Necesitaba salir, respirar algo de aire y despejar mi mente mientras me perdía por ciertos recovecos del centro.
Caminé por Rufino Torrico hasta Ica, en donde compré agua mineral en una tienda. No sé por qué camino sin rumbo, pero me siento bien haciéndolo, de cuando en cuando me pierdo en estas calles, guiado por los caprichos canábicos del azar, o por el capricho que sea.
Una vez ubicado en la Plaza Mayor, tomo asiento en unas de las bancas de concreto y me dedico a ver a dos turistas que toman fotos a la Catedral. Prendo el primer cigarro luego de seis horas, porque bajo una promesa de amor he decidido dejar de fumar, pero sé también que dejaré de fumar de a pocos, no cometeré el craso error de dejar de fumar de sopetón, que es lo peor que uno puede hacer si es que quiere dejar una adicción.
Las bocanadas de humo se perdían en el aire y me puse a pensar, mientras mirada a las dos turistas, ahora tomándole fotos al Palacio de Gobierno, en los diarios de Jonas Mekas que vengo leyendo desde hace unos días. Me pongo a pensar en que de los muchos libros que leo, los diarios hacen sentir su presencia. Por ejemplo, de cada diez títulos, cinco son de diarios, dietarios, bitácoras, como gustes llamarlos.
Las turistas se me acercan, una de ellas me sonríe y me pregunta si les puedo tomar una foto. Les digo que sí, que se acomoden en el lugar que quieren salir.
Ambas hacen gestos, gestos vivaces, entonces disparo, disparo cuatro veces, al hilo, en cada disparo un nuevo gesto, otra postura, otro derroche de natural sensualidad. Les entrego la cámara y ven en la pantalla las fotos que les acabo de tomar. Me dicen que soy todo un profesional de la foto, y la verdad que no es la primera vez que me lo dicen, pero tampoco cometería la estupidez de ufanarme de ello, es solo un talento natural que nunca me ha interesado potenciar. Las turistas se despiden de mí y las veo alejarse mientras acabo el cigarro, cigarro que se me antoja inacabable.
Lamento no haber traído una novela corta en formato de bolsillo, que siempre me son tan útiles cada vez que camino por las calles. ¿cuántas novelitas habré terminado en las calles?, me pregunto. Lamento no haber llevado conmigo una novelita, porque seguía con ganas de permanecer sentado, durante una hora, leyendo, reprimiendo la tembladera, ansiedad, que me genera el no poder fumar como lo hacía.

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