136
A eso de las cuatro de la tarde, le pedí
al señor Quiñones, el encargado del otro local de Selecta Librería, que ocupara
por un par de horas el 16. Necesitaba salir, respirar algo de aire y despejar
mi mente mientras me perdía por ciertos recovecos del centro.
Caminé por Rufino Torrico hasta Ica, en
donde compré agua mineral en una tienda. No sé por qué camino sin rumbo, pero
me siento bien haciéndolo, de cuando en cuando me pierdo en estas calles,
guiado por los caprichos canábicos del azar, o por el capricho que sea.
Una vez ubicado en la Plaza Mayor, tomo
asiento en unas de las bancas de concreto y me dedico a ver a dos turistas que toman
fotos a la Catedral. Prendo el primer cigarro luego de seis horas, porque bajo
una promesa de amor he decidido dejar de fumar, pero sé también que dejaré de
fumar de a pocos, no cometeré el craso error de dejar de fumar de sopetón, que
es lo peor que uno puede hacer si es que quiere dejar una adicción.
Las bocanadas de humo se perdían en el
aire y me puse a pensar, mientras mirada a las dos turistas, ahora tomándole
fotos al Palacio de Gobierno, en los diarios de Jonas Mekas que vengo leyendo
desde hace unos días. Me pongo a pensar en que de los muchos libros que leo,
los diarios hacen sentir su presencia. Por ejemplo, de cada diez títulos, cinco
son de diarios, dietarios, bitácoras, como gustes llamarlos.
Las turistas se me acercan, una de ellas
me sonríe y me pregunta si les puedo tomar una foto. Les digo que sí, que se
acomoden en el lugar que quieren salir.
Ambas hacen gestos, gestos vivaces,
entonces disparo, disparo cuatro veces, al hilo, en cada disparo un nuevo
gesto, otra postura, otro derroche de natural sensualidad. Les entrego la
cámara y ven en la pantalla las fotos que les acabo de tomar. Me dicen que soy
todo un profesional de la foto, y la verdad que no es la primera vez que me lo
dicen, pero tampoco cometería la estupidez de ufanarme de ello, es solo un
talento natural que nunca me ha interesado potenciar. Las turistas se despiden
de mí y las veo alejarse mientras acabo el cigarro, cigarro que se me antoja
inacabable.
Lamento no haber traído una novela corta
en formato de bolsillo, que siempre me son tan útiles cada vez que camino por
las calles. ¿cuántas novelitas habré terminado en las calles?, me pregunto.
Lamento no haber llevado conmigo una novelita, porque seguía con ganas de
permanecer sentado, durante una hora, leyendo, reprimiendo la tembladera,
ansiedad, que me genera el no poder fumar como lo hacía.
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal