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Hace no más de un mes una revista
literaria local me pidió un texto largo sobre Henry Miller.
Ese texto será publicado el próximo año
a razón de los cien años del escritor norteamericano.
Llevaba semanas pensando en cómo
abordaría dicho texto, tampoco he estado pensando exclusivamente en el texto,
soy obseso pero no tanto. Pues bien, me puse manos a la obra el pasado domingo,
programando lo esencial: la relectura de todos sus libros, que no es poco,
Miller es mucho más que los Trópicos.
Me puse a buscar todos sus libros que
tuviera en mi poder. Hice pues arqueología en ciertas secciones de mi
biblioteca, la extrañeza no demoró en manifestarse, puesto que a los veinte
minutos me preguntaba qué había pasado que no encontraba ningún libro de Miller
en los anaqueles.
Prendí un cigarro y abrí una Cusqueña en
lata. Empecé a sentir una ligera sudoración, necesitaba respirar, mantener la calma,
controlar esa extraña mezcla de hipocondría y ansiedad. No es que mi biblioteca
sea inmensa, interminable, pero chica no es.
Botaba humo, prendí el televisor y
sintonicé Fox Sports. A eso de las cuatro de la tarde se jugaba el clásico
River-Boca. Tomé asiento y me puse a ver a la nueva generación de futbolistas
argentinos, que, sin duda, tienen un gran futuro, pero que no son la maravilla
mundial que pintan sus periodistas, algunos de los cuales hasta parecen
empresarios, encantadores de serpientes. Pero bueno, no me hago problemas con
fanfarronadas, porque lo siempre llamará mi atención del fútbol argentino es
precisamente la pasión que despierta, esa suerte de irracionalidad que nos
lleva a una salvaje desconexión de la vida, de sopetón, desconexión que nos
hace sentir comprometidos con unos colores ajenos (en mi caso, River). Es que
la esencia de ese fútbol la hace y define el hincha, que de paso te brinda una
idea del temperamento de la idiosincrasia del club.
Terminé de ver el partido y debo decir
que no me gustó para nada, pese a los esfuerzos de los periodistas/empresarios
de Fox que intentaban convencernos de que habíamos sido testigos de uno de los
mejores partidos jugados ese día en el mundo entero.
Más calmado, vuelvo a los anaqueles.
Luego de diez minutos infructuosos, los títulos comienzan a aparecer, varios de
ellos de la nada y cada uno me remonta a los años en que los leí con fruición. Cuando
pienso que tengo suficientes libros de Miller, aparece otro, y esta sucesión se
da hasta en cuatro veces más. Hago dos torres y efectúo dos selecciones: los
que revisaré y los que releeré.
No solo sustentaré mi opinión sobre
Miller, en realidad el mayor placer que me depara ese largo texto que escribiré
es precisamente la vuelta a varios títulos medulares de su poética. No sé si ya
lo dije, pero se deduce en este post que Henry Miller es uno de mis escritores
preferidos.
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