martes, octubre 07, 2014

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Hace no más de un mes una revista literaria local me pidió un texto largo sobre Henry Miller.
Ese texto será publicado el próximo año a razón de los cien años del escritor norteamericano.
Llevaba semanas pensando en cómo abordaría dicho texto, tampoco he estado pensando exclusivamente en el texto, soy obseso pero no tanto. Pues bien, me puse manos a la obra el pasado domingo, programando lo esencial: la relectura de todos sus libros, que no es poco, Miller es mucho más que los Trópicos.
Me puse a buscar todos sus libros que tuviera en mi poder. Hice pues arqueología en ciertas secciones de mi biblioteca, la extrañeza no demoró en manifestarse, puesto que a los veinte minutos me preguntaba qué había pasado que no encontraba ningún libro de Miller en los anaqueles.
Prendí un cigarro y abrí una Cusqueña en lata. Empecé a sentir una ligera sudoración, necesitaba respirar, mantener la calma, controlar esa extraña mezcla de hipocondría y ansiedad. No es que mi biblioteca sea inmensa, interminable, pero chica no es.
Botaba humo, prendí el televisor y sintonicé Fox Sports. A eso de las cuatro de la tarde se jugaba el clásico River-Boca. Tomé asiento y me puse a ver a la nueva generación de futbolistas argentinos, que, sin duda, tienen un gran futuro, pero que no son la maravilla mundial que pintan sus periodistas, algunos de los cuales hasta parecen empresarios, encantadores de serpientes. Pero bueno, no me hago problemas con fanfarronadas, porque lo siempre llamará mi atención del fútbol argentino es precisamente la pasión que despierta, esa suerte de irracionalidad que nos lleva a una salvaje desconexión de la vida, de sopetón, desconexión que nos hace sentir comprometidos con unos colores ajenos (en mi caso, River). Es que la esencia de ese fútbol la hace y define el hincha, que de paso te brinda una idea del temperamento de la idiosincrasia del club.
Terminé de ver el partido y debo decir que no me gustó para nada, pese a los esfuerzos de los periodistas/empresarios de Fox que intentaban convencernos de que habíamos sido testigos de uno de los mejores partidos jugados ese día en el mundo entero.
Más calmado, vuelvo a los anaqueles. Luego de diez minutos infructuosos, los títulos comienzan a aparecer, varios de ellos de la nada y cada uno me remonta a los años en que los leí con fruición. Cuando pienso que tengo suficientes libros de Miller, aparece otro, y esta sucesión se da hasta en cuatro veces más. Hago dos torres y efectúo dos selecciones: los que revisaré y los que releeré.
No solo sustentaré mi opinión sobre Miller, en realidad el mayor placer que me depara ese largo texto que escribiré es precisamente la vuelta a varios títulos medulares de su poética. No sé si ya lo dije, pero se deduce en este post que Henry Miller es uno de mis escritores preferidos.

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