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Recibo la llamada de una joven
narradora, que me pregunta si me encuentro en la librería, puesto que quiere
conversar conmigo. La percibo ansiosa y desesperada y le pregunto por qué está
ansiosa y desesperada. Suelta un poco de aire y me pide que le recomiende otra
lectura, otra lectura muy parecida a Limónov
de Carrére. Entonces nos sumergimos en
una interesante conversa telefónica de algunos minutos, le hablo de la
curiosidad que me despierta el perfil del poeta punk Limónov, perfil que me
recuerda al personaje central de El
caballo amarillo del ruso Boris Savinkov. Novela que he leído con fruición,
de la que he aprendido y que ha permitido que vuelva a mirar atrás, a pensar en
la posibilidad de releer a los capos de la novelística rusa. Novela rescatada hace
un par años por Impedimenta, hecho que agradezco, puesto qué mejor garantía de
la existencia/resistencia de editores que lean en tiempos de velocidades, en el
que podemos toparnos con prestigiosos editores que a duras penas han leído
veinte libros en sus vidas.
Pues bien, la lectura de Limónov hizo que me adentrara
someramente en la tradición de los terroristas rusos. Así guste o no, la
persona que inspira el trabajo del francés es de aquellas que pueden generar
tanto rechazo como aceptación e idolatría. Algunos lo podrán ver como un héroe,
otros como un ególatra oportunista que a como dé lugar quiere ganarse aunque
sea una ligera mención en la historia contemporánea. A mí me parece uno de los
personajes más
sugerentes del que hayamos tenido conocimiento, un personaje potencialmente
literario que no sé por qué no se le canibalizó antes. Tuvo que venir un grande
para hacerlo. Equivocado o no, Limónov es un idealista. De igual modo podríamos
hablar de Savinkov.
Cuenta la leyenda que Savinkov fue una
de las figuras que inspiraron a Camus. El Nobel francés solía hablar de él en
su círculo más íntimo, pero ese entusiasmo quedaba solo en el ideal de hombre
revolucionario, no en el hombre de acción que fue el ruso. Savinkov fue lo que
Camus jamás pudo ser. De la misma manera que Carrére con Limónov. Existe pues
en los escritores de prosa afilada una represión de acciones, una natural
tendencia hacia la admiración por aquellos personajes históricos que llevaron a
la vez el oficio literario con el ideal revolucionario. Pero no confundamos las
figuras, muchas veces un revolucionario también comete acciones terroristas. Savinkov,
aparte de escritor, fue también un asesino serial de imperialistas. En su
novela El caballo amarillo, nos
presenta al inglés George O´Brien, su alter ego. Junto a un grupo de cinco
seguidores planea el asesinato del Gran Duque Sergei Alexandrovich. Así
contado, podríamos estar ante una novela de conspiraciones, pero no, puesto que
Savinkov nos sumerge en el mundo de la Rusia del XIX por medio del registro del
diario, detallándonos el día a día de la sociedad rusa y la de O´Brien desde el
yo, o sea, inmerso en los terrenos del registro impresionista. O´Brien no
piensa, es un hombre que siente, todas sus decisiones obedecen al impulso
sentimental y hormonal. Anhela cambiar las cosas y desaparecer a todo aquel
contrario a sus afanes revolucionarios. Es capaz de armar un asesinato a la
perfección gracias a su entusiasmo, como perderse en la noche en los brazos de
cuanta mujer se cruce con él mientras se carcome el cerebro y el corazón
imaginando a la mujer que ama con otro hombre, mujer a la que no puede amar ni
poseer. El diario para O´Brien es pues su salida al amor no correspondido y lo
que explicaría la macabra precisión en el detalle cuando mata y descuartiza.
Como señalé líneas arriba, si hacemos un
breve repaso de la historia y novelística rusa, encontramos no pocos
revolucionarios, disidentes, que no dudan en tomar las armas en pos de un
ideal. Este tipo de sensibilidades son pues deliciosa materia en bruto para
cualquier novelista de oficio. Y no me sorprendería que Limónov haya tenido a
Savinkov en un altar, un altar oculto, algo entendible en alguien tan
egocéntrico como él.
…
Publicado en Siglo XXI
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