viernes, octubre 10, 2014

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Embarco a Yesenia. 
Mi idea es irme a casa, puesto que ando cansado, pero también siento desde hace unos segundos mucha hambre, un hambre que es más fuerte que mi voluntad de regresar a casa. El fumar poco me causa repentinos ataques de hambre. 
Alrededor tengo varias alternativas pero los restaurantes están llenos, cosa que no me sorprende debido a la inclinación autodestructiva del peruano. Pese a que Chile nos sigue dando una paliza, seguimos mirando el partido, quizá guardando la esperanza del milagro peruano, el gol de honor, la diferencia de uno solo, el empate y la hazaña de voltear el partido. 
Pregunto: ¿qué debemos tener en la cabeza, en el ánimo, en la inteligencia emocional, para abrigar la esperanza de que le íbamos a ganar a Chile? Pero así somos, somos apegados a las causas perdidas. Nos olvidamos pues de nuestro campeonato mediocre, de la limitación de nuestros futbolistas, de la ineficacia de nuestra dirigencia. Ni hablemos de los vendedores de humo de la prensa deportiva local. 
Si iba a comer, quería hacerlo tranquilo. Leyendo una de las cuatro revistas que acababa de comprarme. Faltaba poco para que el partido acabara. Entonces regresé a Selecta, en donde había dejado a Quiñones a cargo de la librería. 
Converso un toque con él. Vi la hora y ya había pasado más de veinte minutos y esta vez sí fui a buscar donde comer algo y leer. Había estado pensando en varias opciones, pero de estas se hacía más fuerte la ir a la sanguchería El Chinito. 
Para llegar a la sanguchería hay que bajar por la calle Zepita. En el trayecto me topo con ese lado de la ciudad que más de uno quisiera conocer, pero que contados se atreven a hacerlo. 
Llego a El Chinito. 
Pido un pan con chicharrón, más una taza de café. Para mi buena suerte, porque hay que tener suerte para encontrar una mesa, mi mesa me da una vista privilegiada de la calle. Ante mis ojos, mientras espero que me traigan el pedido, observo a las putas y tracas que están siendo rodeados por hormonales efectivos del serenazgo, lo hacen con el refuerzo de la caballería motorizada. 
Me es imposible, mientras doy cuenta del primer bocado, no pensar en la película El planeta de los simios, en aquella escena en la que Charlton Heston y los demás humanos son perseguidos por simios a caballo. Me acuerdo de la escena mientras los serenos rodeaban en moto a las putas y tracas. 
Más allá del drama que viven estas mujeres y protomujeres, me es difícil no estar de su parte, porque a fin de cuentas no le hacen mal a nadie, y si significan un problema, pues son un problema menor, muy alejado de los problemas mayores que agobian a la ciudad, problemas mayores que sí necesitan de esos serenos en moto. 
Doy cuenta del último bocado y disfruto de lo que queda de la taza del café. 
Pido otro café y sobre la mesa despejada leo la revista, una de las que compré, específicamente una nota que habla sobre la ruta del contrabando de cigarrillos en América Latina.

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