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Hace unos días estuve participando con
Selecta en un congreso nacional de Ciencias Políticas, llevado a cabo en la
universidad Federico Villarreal. Fuimos con algunas dudas, pero no puedo negar que
nos fue mucho mejor de lo que esperábamos.
Ahora, los que me conocen, saben bien
que tengo la piel muy sensible. Soy de los que deben usar bloqueador todos los
días y en todas las estaciones. Pero en esos tres días de ambiente
villarrealino, mi bloqueador fue la absoluta nada, la inutilidad en estado de
gracia a razón de un sol que, literalmente, quemó, dejándome la nariz tan roja,
peor que la de un adicto angustiado.
Más allá de estas cosas, debo decir que
la pasé bien. No sabía que conocía a mucha gente, no sabía que mucha gente me
conocía y se acercaba a saludarme, hasta el Philip Roth de la Villarreal. Como también
el joven periodista Marco, de la universidad San Martín, que fue a buscarme
mientras abría cajas y acomodaba varias rumas de libros.
No es la primera vez que me entrevistan,
tampoco quiero decir que me entrevistan desde el inicio de los tiempos. En
realidad, no me gusta que me entrevisten. Pero hice una excepción con Marco. Hasta
donde sé, él es un lector del blog.
A diferencia de otras entrevistas, no
puedo pasar por alto que Marco hizo su tarea, puesto que se informó de lo que
debía informarse, detalle que veo muy poco en ciertos periodistas culturales
que asumen su chamba como si fuera un pasatiempo, un hueveo, que el
lector/oyente potencial percibe sin mucho esfuerzo, reforzando pues el
prejuicio de que cualquiera puede dedicarse al periodismo cultural.
Me gustaría poder explayarme sobre casi
todas las preguntas que respondí, pero una de ellas iba sobre un artículo de
Gustavo Faverón en La República, en donde el narrador y crítico se preguntaba
por la ausencia del humor en la cultura peruana contemporánea y la deformación
que presenciamos hoy por hoy de aquello que precisamente llamamos humor.
Específicamente, pensé en la ausencia
del humor en la narrativa peruana última. Me preguntaba si existía alguna
novela que exhibiera en su sentido discursivo el aliento del humor, que entre
las palabras se proyectara la presencia constante de la ironía y el sabor
verbal presentes en nuestra historia narrativa. Pero seamos sinceros, el humor
solo ha estado presente en alguna que otra novela importante. Su tradición es
flácida. Ni hablar de los cuentarios, al punto que el único logro en esta
parcela para la narrativa peruana última la tiene el inhalable cuentario Manual para cazar plumíferos de Leonardo
Aguirre. Entonces, pensé en el artículo de
Faverón, pensé también en alguna razón que nos permita especular al respecto, razón
por demás impresionista en todos sus lados.
El sol daba en mi cara, en especial en
mi nariz, que tal y como ocurre cuando es bañada por el calor, comienza a
sangrar, primero de a pocos, como preparándome para la hemorragia.
Pues bien, la respuesta siempre ha
estado a la mano, en lo que me toca ver día a día, como en la carencia de
crítica a los problemas sociales, en preferir y defender la comodidad personal
en vez de abrigar ideales colectivos, en quedarnos callados ante la mirada del
opresor, en no saber reírnos de nuestros propios defectos.
Aunque claro, qué humor, porque el humor
es también una visión de la vida, podemos esperar en nuestra literatura de hoy,
cuando sus actores andan más preocupados en sus intereses personales, como el
ser invitados a una feria internacional del libro, buscando en Facebook el Like
de la legitimidad, en sobar al crítico en pos de una reseña positiva, sabiendo
que ven al crítico como un imbécil, en pontificar sobre asuntos que en la práctica
se desdeñan.
El humor en narrativa es una actitud
que no solo obedece al artificio. El humor viene acompañado de una coherencia
ética y moral por cuenta de su hacedor. O sea, para practicar el humor hay que ser un
inconforme, no quedarse callado, estar en un constante proceso de
desahuevamiento, en reforzar cada vez que se pueda el aliento crítico, ese
aliento crítico que hoy en día ha desaparecido.
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