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Me encuentro en la librería, leyendo un
librazo de Norman Mailer, El combate,
que voy a reseñar próximamente.
A diferencia de ayer, no hace mucho sol
y el curso de las horas se me antojan cómodas y ligeras.
No me sorprende la prosa de Mailer. Lo
que sí me sorprende es que más de un amante del deporte, precisamente del box,
no conozca el título en cuestión, cuya edición que tengo es precisamente una
reedición.
Por eso, ahora disfruto de la lectura,
de manera lenta, adentrándome en los mundos interiores de Alí y Foreman.
Andaba muy contento.
Pero recibo la visita de una muy buena
amiga, que hasta en invierno le caen bien sus marrones lentes oscuros.
Con ella tengo que ir con cuidado cada
vez que hablamos, basta un breve comentario mío sobre la izquierda peruana para
que no demore en someterme a juicio popular. Por eso, ni bien la vi, supe que
uno de los temas que le tocaría sería el tema del que todo el mundo habla:
Burga.
Como toda persona informada, ella fue la
primera y no demoró en hablarme de Burga, y para no alterar la violenta paz que
me deparaban las páginas de Mailer, solo me dediqué asentir en cada una de sus
opiniones.
Sin embargo, también me habló de lo mal
que le cae Urresti, nuestro Ministro del Interior.
Entonces, dejé de asentir y solo me
limité a realizar afirmativos monosílabos.
Las cosas iban bien. Pero ella quebró mi
buen ánimo al decirme que no podíamos tener a un ministro de quien se sospecha
que tiene las manos manchadas de sangre. “Tortura”. “Asesinato”.
No podía quedarme callado más tiempo.
En buena onda, y con todo el aprecio que
le tengo en tantos años de amistad, le dije que no me parecía lógico su
razonamiento, porque no solo de Urresti tenemos las sospechas de violación de
derechos humanos, también del mandamás que tenemos en la presidencia.
¿De qué vale quejarnos de un amante de
las cámaras si quien lo puso allí fue precisamente otra persona de quien
también se sospecha que violó derechos humanos, apoyado en la campaña electoral
precisamente por esa izquierda a la que perteneces? ¿Por qué no me explicas,
querida, esa incoherencia?, le pregunté.
Ella me preguntó si le podía invitar un
cigarro, cosa que hice con mucho gusto, porque aparte de muchos buenos libros,
en Selecta también tenemos cigarros y café.
Fumó en silencio, mientras miraba las
novedades en la sección de Poesía Internacional.
Mientras ella se concentraba en los
lomos de los poemarios, yo me puse a responder algunos mensajes de texto.
El silencio se impuso entre nosotros. Yo
no tenía nada más que decir. Para mi buena suerte, ella rompió el hielo:
“Ese Burga saldrá de la federación
en un cajón”.
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