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Lo que me gusta de ser librero es que
puedo conocer a mucha gente. Nadie me pidió meterme en este oficio, más bien lo
hice con mucho cariño y amor. Entonces, lo que me mueve no es el lucro a lo
bestia, sino hacerlo con el suficiente estilo que denote el principio de la
recomendación veraz. Meses atrás estuve en Santiago conversando con uno de los
libreros más conocidos de la ciudad. Un librero que es un personaje en sí
mismo, un librero que cumple con lo que busco de un librero: es pues un lector
voraz.
A Sergio le comenté sobre lo que venía
haciendo en la librería, sobre lo que esperaba de este oficio de librero.
Sentía pues una sensación que a ojos de las demás personas dedicadas al mundo
del libro les parecía inconcebible. Es decir, a ser franco con el lector cuando
este preguntaba por alguna sugerencia. Se lo iba a comentar a Sergio, pero él
me ganó la intención, puesto mirándose fijamente a los ojos, me dijo que había
que ser franco siempre, nunca mentirle al lector cuando este te preguntaba por
algún libro. O sea, si el lector viene y te pregunta por un libro que has
leído, le tienes que decir lo que piensas del libro, si te gustó o no. Del
mismo modo con los libros que no has leído. Esa franqueza es el lazo entre el
lector y tú. No le dije a Sergio que eso era lo que venía no solo pensando,
sino también ejerciendo desde el momento que me hice librero. Y me alegró que
esas palabras provinieran de alguien con más experiencia que la mía. Y seguimos hablando, en especial de las
amistades peruanas que recordaba con muchísimo cariño.
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