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Llego un poco tarde a casa, he estado en
las coordinaciones respectivas en vistas a reactivar los dos locales de
Selecta, luego de poco más de quince días en la Feria del Libro Ricardo Palma.
Me sirvo una taza de café y me pongo a
revisar mails y mi cuenta de Facebook. No es que me las quiera pegar de algo,
pero me tomo mi tiempo para responder a todas las personas que me han escrito. De
entre lo que respondo, más de uno me manifiesta su inquietud por la
desaparición de un post en donde hablaba de la última edición del Copé de
Cuento. Pues bien, el post no había desaparecido, lo que desapareció fue el texto,
que decidí ocultarlo por unos días puesto que tenía a mi sobrina en la clínica.
Eso es lo que suelo hacer cada vez que tengo a los míos mal de salud.
Desaparezco para volver.
Ese post es asumido por “algunos” como
incendiario, que viéndolo bien, tan incendiario no es, no en comparación a
otros que he escrito. Sé que ese post podría quebrar para siempre la buena
relación que tenía con dos de los tres escritores aludidos, pero a veces, sí, a
veces, y por más apenado que te sientas, resulta saludable para uno honrar lo
que tanto reclama de los demás, la coherencia, así la tengas que aplicar hacia
quienes estimas o admiras. Esa fue la razón por la que hice ese
post y del por qué borré su contenido durante algunos días, no por el hecho de
que alguien me haya llamado la atención o me haya ajustado. El único que me
llama la atención es mi padre y la única persona que me ajusta, aparte de mi
madre, es mi mujer.
Cuando me toque leer el libro que
consigne los textos ganadores del último Copé de Cuento, pediré las disculpas
pertinentes si es que los textos son buenos, en especial si el cuento ganador
es lo que dicen que es, y espero que el cuento sea lo que dicen que es, y así
equivocarme, porque como nunca espero estar, ahora sí, equivocado. Pero si el
relato ganador no lo es, ese post se verá reforzado y estará más condimentado
de lo que está.
Entre los otros mensajes que respondo,
se encuentra uno del crítico literario Edwin Angulo, que me hace recordar que
mañana viernes debo participar en un conversatorio sobre la narrativa peruana
contemporánea en la Universidad Federico Villarreal. Apunto el nombre de la
sala en donde tendrá lugar la conversa con el editor Armando Alzamora, y la
hora, 5 pm.
Me pongo pues a hilvanar ideas, trazo un
ligero mapa por el que transitarán mis conceptos, porque eso es lo que
necesito, un mapa ligero y dejar a las circunstancias del momento el fuego de
conceptos, que para bien, siempre me han acompañado. Así como creo en la verdad
emocional, también creo en la verdad instantánea, solo hace falta encontrar el
instante, instante que siempre aparece a los cinco minutos de iniciada la
charla.
Tampoco es que iré con la pierna en
alto. No me la quiero pegar de terrorista literario, tal y como me lo dijo una
poeta/narradora hace unos meses. El calificativo no me molestó, por el
contrario, me pareció curioso, y pensé en aquellos que se esfuerzan en ser
incendiarios y revolucionarios, logrando a duras penas proyectar una caricatura
de agitador rojo delatado por su falta de coherencia. Es que en la coherencia,
como bien señalaba el terrorista literario e intelectual Christopher Hitchens, vemos
a los que honran sus ideas y convicciones.
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