jueves, diciembre 04, 2014

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Llego un poco tarde a casa, he estado en las coordinaciones respectivas en vistas a reactivar los dos locales de Selecta, luego de poco más de quince días en la Feria del Libro Ricardo Palma. 
Me sirvo una taza de café y me pongo a revisar mails y mi cuenta de Facebook. No es que me las quiera pegar de algo, pero me tomo mi tiempo para responder a todas las personas que me han escrito. De entre lo que respondo, más de uno me manifiesta su inquietud por la desaparición de un post en donde hablaba de la última edición del Copé de Cuento. Pues bien, el post no había desaparecido, lo que desapareció fue el texto, que decidí ocultarlo por unos días puesto que tenía a mi sobrina en la clínica. Eso es lo que suelo hacer cada vez que tengo a los míos mal de salud. Desaparezco para volver. 
Ese post es asumido por “algunos” como incendiario, que viéndolo bien, tan incendiario no es, no en comparación a otros que he escrito. Sé que ese post podría quebrar para siempre la buena relación que tenía con dos de los tres escritores aludidos, pero a veces, sí, a veces, y por más apenado que te sientas, resulta saludable para uno honrar lo que tanto reclama de los demás, la coherencia, así la tengas que aplicar hacia quienes estimas o admiras. Esa fue la razón por la que hice ese post y del por qué borré su contenido durante algunos días, no por el hecho de que alguien me haya llamado la atención o me haya ajustado. El único que me llama la atención es mi padre y la única persona que me ajusta, aparte de mi madre, es mi mujer. 
Cuando me toque leer el libro que consigne los textos ganadores del último Copé de Cuento, pediré las disculpas pertinentes si es que los textos son buenos, en especial si el cuento ganador es lo que dicen que es, y espero que el cuento sea lo que dicen que es, y así equivocarme, porque como nunca espero estar, ahora sí, equivocado. Pero si el relato ganador no lo es, ese post se verá reforzado y estará más condimentado de lo que está. 
Entre los otros mensajes que respondo, se encuentra uno del crítico literario Edwin Angulo, que me hace recordar que mañana viernes debo participar en un conversatorio sobre la narrativa peruana contemporánea en la Universidad Federico Villarreal. Apunto el nombre de la sala en donde tendrá lugar la conversa con el editor Armando Alzamora, y la hora, 5 pm. 
Me pongo pues a hilvanar ideas, trazo un ligero mapa por el que transitarán mis conceptos, porque eso es lo que necesito, un mapa ligero y dejar a las circunstancias del momento el fuego de conceptos, que para bien, siempre me han acompañado. Así como creo en la verdad emocional, también creo en la verdad instantánea, solo hace falta encontrar el instante, instante que siempre aparece a los cinco minutos de iniciada la charla. 
Tampoco es que iré con la pierna en alto. No me la quiero pegar de terrorista literario, tal y como me lo dijo una poeta/narradora hace unos meses. El calificativo no me molestó, por el contrario, me pareció curioso, y pensé en aquellos que se esfuerzan en ser incendiarios y revolucionarios, logrando a duras penas proyectar una caricatura de agitador rojo delatado por su falta de coherencia. Es que en la coherencia, como bien señalaba el terrorista literario e intelectual Christopher Hitchens, vemos a los que honran sus ideas y convicciones.

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