martes, diciembre 23, 2014

210


Abro la librería y la vuelvo a cerrar. Necesito tomar un poco de aire, ver los buses del corredor azul me deprimen. Mientras venía al centro veía las largas colas y los buses llenos. Si tuviera que convocar a una marcha, haría una contra esos buses pintados, que no son más que latigazos emocionales contra los ciudadanos que menos tienen.
Camino a la Plaza San Martín, quiero ver qué ha quedado de la marcha de ayer. Una amiga, que vive cerca de la plaza, me dijo que durmió feliz, oliendo a bomba lacrimógena, con el ruido de los petardos. Y le parece bien dormir así de vez en cuando, “los jóvenes no deben callar cuando se les viola sus derechos, menos cuando se les dice cómo es que deben protestar”, me dijo en un mail.
Mientras llego a la plaza, el aroma a maravilla verde cala en mis huesos. También los suaves olores del licor. Pienso en amigos y conocidos que seguramente marcharon ayer. Pienso también en las fotos que subirán a sus respectivas cuentas de Facebook. Y está bien que eso pase, me digo, porque si algo le faltaba a esta nueva juventud, que no vivió la dictadura de Fujimori, era un desahuevamiento colectivo en supuestas épocas de prosperidad.
Prendo un pucho y me quedo mirando la plaza. La recorro, camino muy despacio. Parezco un inspector a la búsqueda de pruebas que confirmen el delito. Y en mi fugaz búsqueda encuentro muchas pruebas, que me ponen contento, porque no solo hubo indignación, sino también un ánimo festivo que justifica y legitima estas movilizaciones.
Decido regresar a la librería, para abrirla sin abrir. Me doy cuenta de que tengo el celular apagado. Lo prendo. Tengo algunas llamadas perdidas, un par de mensajes, tres mensajes de voz. Estoy a nada de responder las llamadas y los mensajes. Pero no. No quiero alterar la tranquilidad de la mañana de cielo gris, que es lo que más me gusta, lo que me consuela de la insoportable humedad del centro.
Craso error.
Empiezo a recibir llamadas y no sé si contestar porque desde que cambié de número solo he grabado los números de gente muy cercana a mí. Uno de esos números es insistente. La memoria del cel me indica que ha llamado más de diecisiete veces. Entonces respondo.
Se trata de Joseph, un buen amigo pintor.
Joseph me pregunta si haré mi recuento literario del año.
Y es verdad, todo el mundo está haciendo su recuento literario, un año literario que podríamos calificar de positivo, tal y como indiqué en algún post anterior. Sin embargo, quiero tomarme un tiempo, procesar bien la impresión, no caer en involuntarias injusticias valorativas, ni en excesos. Quiero enfriar el entusiasmo que me generan los buenos libros que han publicado mis amigos. Alejarme en el discurso del posible amiguismo. Bueno, esto es lo que pienso en principio, quizá en algunas horas me raye y decida no hacer recuento literario alguno y me dedique solo a seguir leyendo y, por supuesto, comentando libros cuando las ganas me lo permitan.

2 Comentarios:

Anonymous Marco Zanelli dijo...

Gabriel
¿Habrá algún comentario sobre Kymper para fin de año? Un abrazo.

1:48 p.m.  
Blogger Gabriel Ruiz-Ortega dijo...

claro, voy a comentar ese libro. pero antes debo terminar el recuento, voy 1200 palabras y estoy lejos de la mitad.
G

3:39 p.m.  

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