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Abro la librería y la vuelvo a cerrar.
Necesito tomar un poco de aire, ver los buses del corredor azul me deprimen.
Mientras venía al centro veía las largas colas y los buses llenos. Si tuviera
que convocar a una marcha, haría una contra esos buses pintados, que no son más
que latigazos emocionales contra los ciudadanos que menos tienen.
Camino a la Plaza San Martín, quiero ver
qué ha quedado de la marcha de ayer. Una amiga, que vive cerca de la plaza, me
dijo que durmió feliz, oliendo a bomba lacrimógena, con el ruido de los
petardos. Y le parece bien dormir así de vez en cuando, “los jóvenes no deben
callar cuando se les viola sus derechos, menos cuando se les dice cómo es que
deben protestar”, me dijo en un mail.
Mientras llego a la plaza, el aroma a
maravilla verde cala en mis huesos. También los suaves olores del licor. Pienso
en amigos y conocidos que seguramente marcharon ayer. Pienso también en las
fotos que subirán a sus respectivas cuentas de Facebook. Y está bien que eso
pase, me digo, porque si algo le faltaba a esta nueva juventud, que no vivió la
dictadura de Fujimori, era un desahuevamiento colectivo en supuestas épocas de
prosperidad.
Prendo un pucho y me quedo mirando la
plaza. La recorro, camino muy despacio. Parezco un inspector a la búsqueda de
pruebas que confirmen el delito. Y en mi fugaz búsqueda encuentro muchas
pruebas, que me ponen contento, porque no solo hubo indignación, sino también
un ánimo festivo que justifica y legitima estas movilizaciones.
Decido regresar a la librería, para
abrirla sin abrir. Me doy cuenta de que tengo el celular apagado. Lo prendo.
Tengo algunas llamadas perdidas, un par de mensajes, tres mensajes de voz.
Estoy a nada de responder las llamadas y los mensajes. Pero no. No quiero
alterar la tranquilidad de la mañana de cielo gris, que es lo que más me gusta,
lo que me consuela de la insoportable humedad del centro.
Craso error.
Empiezo a recibir llamadas y no sé si
contestar porque desde que cambié de número solo he grabado los números de
gente muy cercana a mí. Uno de esos números es insistente. La memoria del cel
me indica que ha llamado más de diecisiete veces. Entonces respondo.
Se trata de Joseph, un buen amigo
pintor.
Joseph me pregunta si haré mi recuento
literario del año.
Y es verdad, todo el mundo está haciendo
su recuento literario, un año literario que podríamos calificar de positivo,
tal y como indiqué en algún post anterior. Sin embargo, quiero tomarme un
tiempo, procesar bien la impresión, no caer en involuntarias injusticias
valorativas, ni en excesos. Quiero enfriar el entusiasmo que me generan los
buenos libros que han publicado mis amigos. Alejarme en el discurso del posible
amiguismo. Bueno, esto es lo que pienso en principio, quizá en algunas horas me
raye y decida no hacer recuento literario alguno y me dedique solo a seguir
leyendo y, por supuesto, comentando libros cuando las ganas me lo permitan.
2 Comentarios:
Gabriel
¿Habrá algún comentario sobre Kymper para fin de año? Un abrazo.
claro, voy a comentar ese libro. pero antes debo terminar el recuento, voy 1200 palabras y estoy lejos de la mitad.
G
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