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Los días pasados estuvieron rubricados
por la tensión. También por la indignación. Fui testigo de cómo juega el Poder
Judicial, de la gran mentira que son las leyes en este país. Claro, no es nada
nuevo lo que digo, escuchamos de ese juego desde nuestra infancia. Pero una
cosa es escucharla y otra muy distinta vivirla.
Entonces, no me hice problemas. Si la
justicia Made in Perú me juega sucio,
yo también haré lo mismo.
Eso es lo que hice en estos días. Jugué
sucio, pero con estilo. Y gané, creo.
Ahora respiro tranquilo y como estoy
tranquilo, me dedico a caminar por las calles del centro, bajo cualquier
pretexto. Siempre camino por esas calles de historia, corrupción y humedad,
pero ante todo de gente que la lucha y la disfruta.
Se me antojó un jugo de granadilla con
mandarina. Caminé hasta el Don Juan. Una vez allí me puse a leer una revista de
política y respondí un par de llamadas que me hicieron al celular.
De regreso a la librería, opté por el
camino más largo. Me detengo en los kioskos y leo algunas portadas. En varias de
ellas se anuncia que pagarán a los fonavistas, a esas personas, muchas de ellas
que han pasado la base seis, que esperan que el Estado les devuelva el dinero
que aportaron durante tantos años. Lo justo. Obvio, es lo justo.
Bajé por Caylloma.
Horas después me arrepentí de haber
bajado por esa callecita, en donde se ubica una asociación de fonavistas, una
de las tantas que hay en Lima.
Más allá de quejarme, piensas que algo
puedes hacer contra el aprovechamiento de cierta gente de mierda que,
precisamente, se aprovecha de la esperanza de personas esperanzadas en que el
Estado les devuelva el dinero que les descontaron durante toda una vida laboral.
Estas cucarachas juegan con las expectativas de estos hombres y mujeres, a los
que vi maltratados, con hambre y sed, muchos de ellos en sillas de ruedas y
muletas, que no podían reunir cuatro soles para que la asociación a la que
pertenecen les agilice el papeleo o, sencillamente, les brinde la información
de cuándo es que tenían que pasar a cobrar por el Banco de la Nación. Así es,
cuatro soles que para uno es nada, pero no para esas personas que deberían
estar descansando en casa, despreocupados, tal y como corresponde para su edad.
Me arrepentí de haber pasado por esa
asociación, no por lo que vi, sino porque no hice algo cuando se supone tenía
que hacer algo, como agarrar a tabazos al guardia de la asociación, también al
tonto de corbata michi encargado de cobrar los cuatro soles a los viejitos.
Pero ante todo, me arrepentí de no haber armado una bomba casera para
desaparecer esa asociación con fines de lucro. Botella, gasolina y una mecha.
De esa manera se podía poner algo de orden y sentido común en el mundo.
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