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Aquella noche que venía en el taxi,
supuestamente alejándome de la marcha contra la Ley Laboral Juvenil, me quedé
atrapado en un cuello de botella. Al igual que mi taxi, muchos buses, taxis y
autos particulares querían evitar el paso de los manifestantes. Cada quien
quiso cortar camino por donde más le convenía, pero ese afán les jugó a todos
un pésimo destino, siendo parte de un cuello de botella que se hizo
interminable porque los manifestantes corrían por entre los autos, huyendo del
gas lacrimógeno.
Pude evitar el sangrado que tenía al
lado del ojo izquierdo y no tuve otra opción que aceptar la realidad inmediata:
quedarme a esperar y rogar para que no haya nada que lamentar. El gas cubrió a todos
los vehículos estacionados a la fuerza. Los manifestantes corrían, su
desenfrenado trote generaba en el suelo una especie de sensación de temblor.
No sé cuánto tiempo habré estado allí,
quizá media hora. Miles de miles de jóvenes corrían con sus pancartas y
botellas de agua en la mano. La caballería policial también hizo su ingreso
entre los autos. Ver policías y caballos parecía la versión peruana de aquella
escena en El planeta de los simios
persiguiendo con redes a Charlton Heston y compañía.
Hasta ese momento no me había percatado
del buen gusto musical del taxista, puesto que de su USB salían muchos éxitos
bailables de los noventa. Me transporté a esas noches interminables de excesos.
De los temas que escuché, uno me llevó a una revelación. Se trataba de una
canción que no la escuchaba en mucho tiempo y que la había olvidado. La buscaba
desde mayo del año pasado, en las semanas que participamos de una feria del
libro en los portales de la Plaza de Armas de Arequipa.
Fue en una noche gélida en que me
encontraba cerrando el stand de Selecta. Tenía hambre y en lo único que pensaba
era en irme al Herraje por un churrasco con papas fritas. El stand que estaba a
nuestro lado no solo vendía libros, también música, buena música, y de su
equipo de sonido se escuchaban buenas canciones, pero una de ellas, llamó mi
atención y por escucharla dejé de cerrar el stand. La disfruté mucho, no era
para menos, su letra y ritmo me llevaron a los buenos momentos de mi exceso
noventero.
Cuando llegamos al hotel, me puse a
buscar en Internet la canción y de ser posible bajarla y tenerla en mi archivo de
música. Fácil no la escuchaba en más de una década. Tan fuerte ha sido el
influjo setentero que hizo que olvidara y pasara por alto muchas canciones que
forjan mi memoria de juergas. Sentí frustración al ver que había pasado más de
media hora sin encontrar el tema.
A partir de entonces, buscaba la canción
cada vez que podía. Fácil tres veces por semana. Hasta que di por perdida la
búsqueda. Sin embargo, como siempre seré un creyente del azar, supe que tarde o
temprano daría con ella, la encontraría y la secaría en mi cerebro, tal y como
siempre hago con todo aquello que me obsesiona.
La escuché mientras tres manifestantes
corrían despavoridas por nuestro lado. “Únete a la lucha, mierda. Abajo el
sistema neoliberal, conchadesumadre”. Le pedí al amigo taxista que repitiera la
canción, petición que hizo con muy buena onda. Me desconecté de todo, hasta del
ardor que tenía al lado del ojo izquierdo.
Una vez en casa. Saludé a mis padres y
di de alimentar al gato, que siempre me espera en su árbol. No hay noche en que
no me espere en su árbol y noche en que no está, quiere decir que está
seduciendo a la gata de los miércoles, porque mi gato es bravo, de armas tomar,
al punto que una vecina ha amenazado con dejarme una caja con gatitos recién
nacidos. Una vez por semana me pide que esterilice o castre a mi gato, algo que
me parece una locura, un atentado a la naturaleza hormonal de Silvestre.
Me puse a buscar con Silvestre la
canción y la escuchamos una y otra vez. A Silvestre le gustaba, en realidad le
gustan todas las canciones que escucho.
La canción (y perdonen si caigo en el
lugar común): “Lessons in Love” de Level 42.
Ojalá les guste.
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