jueves, enero 22, 2015

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Mientras boleteaba una novela de John Williams, bueno, la única obra maestra de Williams que ha llegado por estos lares, es decir, Stoner, que hace una semana recomendé a una lectora, a quien también sugerí que no se fiara de lo que le decía, sino que reforzara su criterio de elección con las opiniones de otras plumas que, seguramente más que yo, también comparten el entusiasmo por esta novela que bien haríamos en calificar de obra maestra. 
Eso es lo que hago todos los días, sugerir, no me gusta imponer, tampoco caer en esa trampa de aseverar, a lo bestia, que todos los libros son maravillosos, cuando no es así. Lamentablemente, soy un pésimo negociante, seguramente el peor vendedor de libros, un peligro patente para la subsistencia de cualquier librería. Ocurre que no puedo hacer nada, se impone el lector antes que el vendedor, se impone pues el librero, porque el librero, imagino, aunque no tenga desarrollado bien el concepto y, valgan verdades, poco o nada me interesa desarrollar ese concepto por considerarlo una pérdida de tiempo, tiene que ser un formador de lectores y ser permeable a la opinión contraria de los mismos. 
Discuto y converso mucho con los lectores. Quizá de esa condición brote de mí la persona tolerante que en otras instancias de la vida me es difícil ser. Hay pues una actitud romántica, una visión idealista que no se ajusta a la bestialidad de las leyes del mercado, que asesina la mística que debe tener todo negocio enfocado en el tránsito cultural. 
Me levanté pensando en esta penosa certeza. Hoy en día, en Perú, son contados los libreros, curadores, gestores culturales, que bien pueden honrar un principio en vías de extinción. Siento pues, y para bien, una resistencia entre los que quedan. No hay otra opción, se tiene que resistir, jugársela por el ideal, porque solo el arte, la cultura y la lectura brindarán esperanzas a este país de mierda con ciudadanos con dinero que se portan como acémilas, incapaces de redactar una carta a la madre, atarantados al momento de hilvanar una idea/concepto, peor cuando lo tienen que escribir.

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