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El sol me obliga a tener que buscar una
chela. Llamo al señor Quiñones, “Hombre sabio”, para que se haga cargo de la
librería en mi ausencia. Mientras lo espero, me pongo a releer algunas páginas
de Susan Sontag. La entrevista completa
de Rolling Stone de Jonathan Colt.
Una vez ubicado en el Salón Hora Zero en
el Queirolo, pido una Cusqueña y una butifarra. A mi lado, mi cuaderno loro de
apuntes. Me gusta este salón, porque a las once de la mañana no hay mucha
gente. No hay nada peor para el disfrute de una chela que el ruido de la
conversa alegre de los demás. Hago algunos apuntes, refresco mi memoria, de lo
que más tengo presente de Susan Sontag. Como se puede deducir, haré una reseña
de este libro y me es imposible no consignar en mi cuaderno Loro el hecho de
que Sontag fue quizá mi primer gran amor platónico intelectual. Y pienso en si
sería válido poner este dato en el archivo de la reseña, dato que considero
esencial, aunque para algunos puristas y celadores de las buenas costumbres sea
toda una provocación.
Supe de Sontag en San Marcos, mucho
antes de que las canas en la barba delataran mi verdadera edad. Veía a patas y
flacas con su fotocopia de Contra la interpretación, que cuidaban
como si fuera un texto que solo podía ser por leído por los elegidos del
pensamiento académico. Me fastidiaba esa actitud y me vengaba de ellos
vacilándolos por su desconocimiento que tenían de los clásicos. Se me salía
pues el Harold Bloom que habita en mí hasta el día de hoy.
Gracias a mi amiga Verónica pude leer a
Sontag. Me convenció de hacerlo luego de que me hablara de su ensayo sobre la
fotografía, debido a que ella durante esos meses tenía un interés por la
fotografía, o llámale foto documental.
En esos años nos encontrábamos en la
protohistoria de Internet. Así que me aboqué a la búsqueda de todos sus libros
y de sus datos biográficos que pudiera conseguir. Creí que la tarea sería
fácil, pero no, no fue nada fácil. No encontraba ni sus libros ni datos
biográficos. Ni siquiera sabía cómo era físicamente.
Cuando vi su foto en una revista
mexicana, fue un amor a primera vista.
Sontag era una mujer bella, pero su
belleza era extraña, esa extrañeza que irradiaba fue lo que más me gustó. A
pesar de no haber leído ni una sola línea de ella, tuve más ganas de leerla,
había quedado prendido de su aura. Ocurre que siempre he tenido debilidad por
las mujeres de carácter. Confío en ellas.
No por nada una inigualable bella mujer
de carácter es la que ha puesto en orden mi vida.
Hice de todo, cumplí al pie de la letra
todos los favores en pos de sus libros. Su ficción fue lo primero que llegó a
mis manos, luego su ensayística. Había más de un punto en su faceta de
pensadora que me impedía estar de acuerdo con ella y ese desacuerdo se mantuvo
por mucho tiempo, hasta que leí sus diarios, el primer tomo de título Renacida, en donde entendí la génesis y
pulsión que encendían su pensamiento, como también su compromiso y coherencia.
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