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Mientras instalamos el nuevo local de
Selecta en Quilca, un local que tiene una ubicación estratégica frente a la
mesa de partes de la literatura peruana contemporánea, es decir, el bar Don
Lucho, hago un alto y pienso en su ubicación, puesto que más cerca de la
tradición, no podía estar.
Luego de algunas horas de estar
acomodando algunos libros, decido pues salir a fumar y contemplar la calle,
pero contemplarla bajo esa extraña lluvia de verano y ver que sus habituales se
resisten a abandonarla. A pesar de que cada día hay poco espacio para la
reunión, los nuevos habituales se las ingenian e invaden el espacio que siempre
estará allí: la vereda.
Qué bestia. Cerca de medio centenar de
puntas, dispuestas en islotes a lo largo de toda la calle.
Uno que siempre recorre este lugar, pero
que debido al apuro diario no se da cuenta de lo que acaece en él todas las
noches. Al menos uno tiene una idea al respecto. En algún momento se ha sido
más joven y más idealista y se tiene la imagen de lo que se vivió, pero esa
imagen se ve alterada gracias a una mirada calmada e involuntariamente actual,
que nota esa rebeldía y ganas de tragarse el mundo sin pensarlo, en exprimir la
noche y entregarse a ella en búsqueda de una especie de justificación ante la
vida. Porque eso es lo que percibí hace algunas horas: una rebeldía festiva, de
la que me animé a ser parte ni bien percibí el aroma de la maravilla verde.
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