lunes, febrero 16, 2015

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Domingo de descanso y sueño. Me levanto tarde, con la idea de leer y escuchar algo de música. Felizmente, este ha sido un día de sol calmado y he bebido miles de litros de agua helada. Y también he fumado menos, algo que me parecía imposible conseguir, aunque sé que tarde o temprano me pondré a prueba ante las llegadas de las tembladeras de la ansiedad.
A eso de las dos de la tarde me llama una amiga que me pregunta por un asunto muy puntual, por un dato bibliográfico que viene trabajando una tesis sobre Valdelomar. Obvio que la voy a ayudar, cuando me haga de tiempo en los próximos días, pero resulta que ubico el dato que buscaba en uno de los libros que estaba leyendo. Entonces, me conecto al Face para mandarle un Inbox y así darle las coordenadas de lo que busca.
Mi idea es parar a lo mucho diez minutos en mi cuenta. Pero no es así. No sé si haberme quedado un rato en el Face fue bueno o malo, de alguna u otra manera, este post obedece a lo que vi, porque lo que vi me hizo pensar en lo cagada que está nuestra intelectualidad de izquierda y sus eclécticos representantes del mundillo literario peruano.
Una bronca virtual entre dos escritores y un artículo de Jeremías Gamboa llamaron mi atención (no puedo poner el enlace porque no estoy suscrito a El Comercio). En su artículo, Gamboa nos habla del racismo. Presto especial atención a una idea que bien puede pasar desapercibida, más o menos así: los que luchan contra el racismo son los primeros en avivarlo.
Quien esto escribe conoce, ahora sí para mal, a muchísimos escritores e intelectuales abiertamente de izquierda que nunca faltan en marchas, manifestaciones, que, además, no titubean al momento de firmar un documento colectivo, siempre y cuando ese documento venga amparado por una firma de renombre.
Una de las razones que me llevaron a alejarme de esta gente fue precisamente la verdadera bestia que llevaba dentro, que salía a flote en el confesionario estimulado por el alcohol. Lo que me aterraba era su racismo solapado, en principio, para luego ser abierto y por demás descarado. Una persona de izquierda en el Perú no duda en pasarse la coherencia del discurso por los huevos. Les llega altamente. Eso me consta y ya quiero ver al Kamikaze que salga a desmentir lo que digo.
Para mí, el racismo es el principal problema que tiene este país. Mucho más jodido que el de la delincuencia, la falta de cultura, etc. Es pues la gangrena que ha viajado por nuestras generaciones durante siglos, está prácticamente en nuestro ADN. En parte me parece ideal que se discuta este tema, pero cada vez soy más partidario de reprimirlo a la mala, en donde más duele. Pues bien: ¿qué hacer con estas bestias y pequeñas bestias que dicen buscar el bien común y que son los primeros en marketear su racismo, bien por chispoteadas no presupuestadas o porque no pudieron controlar su cólera?
Cuando vi en Face la pelea entre estos dos escritores peruanos, en donde cada quien soltó lo mejor/peor de su arsenal verbal, puse atención en lo que decía el hombrecito de izquierda, mostrando a la platea su fétida esencia, su racismo a flor de piel, su vulgar valentía que solo puede ser patentizada en un medio virtual, porque en la práctica, en la realidad de la calle, no es más que un cobarde, un ducho en insultos y bajezas dirigidas a hombres y mujeres, incapaz de pedir disculpas.
Lo he dicho varias veces, y una vez más no le hará mal a nadie: si la izquierda de este país fuera normal, o sea, con sus problemas y demás, pero ante todo normal, como sí lo es en otros países, no tendría problema alguno en abrigar el discurso de la izquierda local. Mientras tanto, prefiero que me llamen derechista ultramontano, calificativo que me lo paso por los huevos.

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