martes, febrero 17, 2015

242


En la mañana Silvestre se puso inusitadamente violento. Sus maullidos retumbaban en toda la casa. Me encontraba tendido en cama, leyendo Notas sobre Literatura inglesa de Lampedusa. En realidad, recién había abierto el libro, no llevaba ni cuatro páginas cuando me tuve que levantar y ver en el patio qué generaba el ruido que Silvestre estaba haciendo.
La puerta trasera de la casa estaba abierta, mis padres estaban en el parque, discutiendo qué hacer con la caja de gatitos que alguien nos acababa de dejar en la mañana, según el vigilante, que no vio quién dejó la caja y que solo vio la misma a las seis y media.
En esa caja dormían cinco gatitos. Ellos generaban la molestia de Silvestre, que por primera vez se veía amenazado. No uno, sino cinco gatitos le arrebataban la exclusividad de atención y afecto de mi madre, que se sentía mal porque no podíamos tener más gatitos en casa. Esta pena se reforzaba ante el hecho de no saber cuál sería el futuro de esos animalitos que no habían pedido venir al mundo y cuyo padre seguía haciendo escándalo en el patio. Hace un tiempo una vecina me había amenazado con dejarme una caja con gatitos si Silvestre seguía cortejando a su gata, Miluska.
Me acerqué a la caja y vi a los gatitos. No lo pensé mucho. Eran los hijos de Silvestre, su tácita fotocopia.
Algo se tenía que hacer. Para eso, mi padre había ido a comprar leche para los nuevos bebitos. Mi mamá se preguntaba quién pudo dejar esa caja, y cuando dedujo quién, pensó en reclamarle a la dueña de Miluska. Pero le pedí que no haga nada, sino que nos aboquemos a una solución.
Había que conseguirles un hogar ya. Pero cómo, si ni siquiera estaban vacunados, entonces la búsqueda de un hogar demoraría algunos días. Mientras pensaba en la solución, Silvestre seguía maullando y regresé al patio a hablar con él. Al parecer, él no se acuerda cómo llegó a nuestra casa, metiéndose en un acto de viveza, poniendo cara de desamparado hasta ganarse el cariño de mis padres, y el mío también.
Una de las cosas buenas que trae el contacto diario con el público, es que llegas a conocer personas con las puedes contar. Llamé a Yolanda y le conté lo que había pasado. Yolanda es veterinaria y dirige una casa hogar para animales desamparados. Quedamos en que me llamaría en media hora, pero recibí su llamada a los diez minutos. Me pidió mi dirección, puesto que uno de sus colegas pasaría en su camioneta por los gatitos para vacunarlos y desparasitarlos. Más un detalle, ya les había conseguido hogar.
Puse a los gatitos en otra caja. Los llevé al recibidor de la casa. Esperé la llegada del colega de Yolanda leyendo el libro de Lampedusa. Silvestre estaba cerca, rondando, con furia, cólera, sin maullar porque le había prohibido maullar.
Cuando recogieron la caja con los gatitos, Silvestre se tranquilizó. Buscó a mi papá y se puso a dormir a sus pies.

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal