sábado, febrero 21, 2015

245


Mañana de sábado. No sé si estoy de boleto, pero igual abro la librería. Los excesos de madrugada no son obstáculos para abrir la librería. Durante un tiempo se puso de moda una frase de Bryce: “Soy un borrachito con agenda”. La escuché en esas épocas en las que era un actor de reparto de la escena literaria local, que no es la gran cosa como piensan muchos aspirantes a escritores, puesto que esta escena literaria es igual a una película chambona de bajo presupuesto.
Supongamos que fue en una perdida noche de abril del 2000. Me encontraba en un bar de Barranco, en donde se estaba celebrando un recital de poesía, el cual puedo calificar de relativamente memorable puesto que los poetas noventeros y ochenteros que se dieron cita leyeron sus Hits. Fueron a la fija y no se refocilaron en leer poemas que estaban trabajando y que, por lo tanto, exhibían una implícita baja calidad acicateada por la inmediatez y el figuretismo.
Me uní a un grupo de asistentes, en donde dictaba cátedra un referencial poeta setentero que, al igual que yo, había ido al recital. Sobre la mesa, al lado de la canchita y su Margarito, la página fotocopiada del diario en donde estaban las declaraciones de Bryce. Este poeta, que no tenía idea de lo que Bolaño decía de él en su celebrada novela, decía que él era como Bryce: un borrachito con agenda. A diferencia de Bryce, según él, su obra era mayor en comparación del famoso narrador, porque lo suyo no solo era la poesía, también el ensayo, la narrativa y el discurso matemático. Sin darme cuenta, y ahora lo reconozco después de muchos años, hice mía esa sentencia, al punto que hizo de mí una persona disciplinada más allá de los excesos característicos de la edad.
Recuerdo esta sentencia al ver a muchos potenciales narradores y poetas, que si se desahuevaran, tendrían una obra mayor que los figurones de obra mediana. Potenciales narradores y poetas perdidos en las acequias del alcohol, la pasta, el cloro, el moño rojo, que deambulan duros por los bares y recitales, mostrando una infatigable lástima. Más de uno me ha confesado que anhela abandonar ese ritmo de vida y reforzar aquello que muchos pensábamos de ellos en el inicio del apego a la vocación. Han pensado en rehabilitarse, pero cuando los veo, tengo la certeza de lo siguiente: no necesitan una rehabilitación, sino fuerza de voluntad para dinamitar su flojera y así llevar a la práctica, a lo real, su entusiasmo.

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal