domingo, febrero 22, 2015

"pista resbaladiza"

Quizá uno de los libros con los que más me he sentido identificado, quizá el libro que alguna vez me gustaría publicar, aunque para ello, tendría que exhibir una mirada más desarrollada, por no decir escéptica, muy ajena a la frivolidad. 
Sin duda, cuando acabé, hace varios meses, la lectura de Pista resbaladiza (Ediciones UDP, 2014) del chileno Roberto Merino, me propuse no comentarlo durante un buen tiempo. Más o menos eso es lo que suelo hacer, los libros reseñables ingresan a un obligado descanso en el que me olvido de él y así, cuando tenga que volver a sus páginas, me haga de una visión libre de las trampas del impresionismo inmediato. 
Los meses pasaban y me preguntaba cuándo escribiría sobre esta selección de artículos y crónicas de este autor, artículos y crónicas que permanecían en mí tal cual resonancia de seis de la tarde, viendo el paso de la vida de los otros y de la mía, intentando enfocarme en el detalle que bien podría justificar una vida, aunque no necesariamente para bien. 
Desde el primer texto (anotemos que la presente selección estuvo a cargo de Andrés Braithwaite) es posible percibir la transmisión que nos depara la mirada de Merino, una mirada que, como señalé líneas atrás, viene cargada de escepticismo, o llámalo también, de un cargado espíritu crítico. Merino disecciona la vida de los otros desde todos los espacios posibles, sea desde un café de Providencia, como desde las páginas de un diario, por medio de una canción que escucha en la radio o desde la conversa al paso con algún amigo o conocido. 
No, no estamos ante una publicación que obedece al recuento de impresiones. Lo que leemos en estas páginas es alta literatura condensada que nos lleva a conocer a un autor que ha hecho del texto de no ficción un terreno epifánico para todo interesado en este registro de escritura. Es decir, y sin exagerar, te hablo de un maestro, pero de los que no pretenden contentar a la platea; hablo de un maestro que muere en su ley, es decir, respetando su mirada, algo que no debería destacarse cuando hablamos de escritores de raza, pero resulta necesario hacerlo cuando vemos que la escritura del contentamiento viene marcando la pauta, y no necesariamente en los textos de ficción, sino también en lo que llamamos, a falta de otra definición y cayendo en el vulgar lugar común, literatura de no ficción. 
Merino no es presa de ese relativo y nuevo afán que pauta el comportamiento de muchos escritores relativamente mayores que se entregan al maestrismo de las nuevas voces, cosa que así se aseguran alguna referencia cuando los años hagan pesar su factura. Al menos, esto es lo que veo desde hace un tiempo, el escueleo de los mayores, con promesas veladas de canonización para los alumnos interesados. Hay pues en los textos de la presente publicación una verdad que diferencia a su hacedor como uno peculiar y original, no solo sus textos hacen alarde de una verdad, sino esta verdad descansa en la legitimidad que irradia su escritura, legitimidad que solo unos pocos pueden conseguir. Esta legitimidad  la presenciamos en un sendero que recorre cada línea, sendero que direcciona los tópicos que alimentan la poética de Merino. Me refiero a la libertad de decir lo que piensa sin pensar en lo que dirán los demás. Esta libertad, más la mirada afinada, dotan al estilo de su poética de un rasgo que lo perdura y lo aleja de la fugacidad de la media que caracterizan a los textos periodísticos, además, el autor se sabe muy bueno en lo que puede ser bueno, en la brevedad del formato, he allí el secreto de su éxito y su ambición, involuntarios para más señas.


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