"pista resbaladiza"
Quizá uno de los libros con los que más
me he sentido identificado, quizá el libro que alguna vez me gustaría publicar,
aunque para ello, tendría que exhibir una mirada más desarrollada, por no decir
escéptica, muy ajena a la frivolidad.
Sin duda, cuando acabé, hace varios
meses, la lectura de Pista resbaladiza
(Ediciones UDP, 2014) del chileno Roberto Merino, me propuse no comentarlo
durante un buen tiempo. Más o menos eso es lo que suelo hacer, los libros
reseñables ingresan a un obligado descanso en el que me olvido de él y así,
cuando tenga que volver a sus páginas, me haga de una visión libre de las
trampas del impresionismo inmediato.
Los meses pasaban y me preguntaba cuándo
escribiría sobre esta selección de artículos y crónicas de este autor, artículos
y crónicas que permanecían en mí tal cual resonancia de seis de la tarde,
viendo el paso de la vida de los otros y de la mía, intentando enfocarme en el
detalle que bien podría justificar una vida, aunque no necesariamente para
bien.
Desde el primer texto (anotemos que la
presente selección estuvo a cargo de Andrés Braithwaite) es posible percibir la
transmisión que nos depara la mirada de Merino, una mirada que, como señalé
líneas atrás, viene cargada de escepticismo, o llámalo también, de un cargado
espíritu crítico. Merino disecciona la vida de los otros desde todos los
espacios posibles, sea desde un café de Providencia, como desde las páginas de
un diario, por medio de una canción que escucha en la radio o desde la conversa
al paso con algún amigo o conocido.
No, no estamos ante una publicación que
obedece al recuento de impresiones. Lo que leemos en estas páginas es alta
literatura condensada que nos lleva a conocer a un autor que ha hecho del texto
de no ficción un terreno epifánico para todo interesado en este registro de
escritura. Es decir, y sin exagerar, te hablo de un maestro, pero de los que no
pretenden contentar a la platea; hablo de un maestro que muere en su ley, es
decir, respetando su mirada, algo que no debería destacarse cuando hablamos de
escritores de raza, pero resulta necesario hacerlo cuando vemos que la escritura
del contentamiento viene marcando la pauta, y no necesariamente en los textos
de ficción, sino también en lo que llamamos, a falta de otra definición y
cayendo en el vulgar lugar común, literatura de no ficción.
Merino no es presa de ese
relativo y nuevo afán que pauta el comportamiento de muchos escritores
relativamente mayores que se entregan al maestrismo de las nuevas voces, cosa
que así se aseguran alguna referencia cuando los años hagan pesar su factura.
Al menos, esto es lo que veo desde hace un tiempo, el escueleo de los mayores,
con promesas veladas de canonización para los alumnos interesados. Hay pues en
los textos de la presente publicación una verdad que diferencia a su hacedor
como uno peculiar y original, no solo sus textos hacen alarde de una verdad,
sino esta verdad descansa en la legitimidad que irradia su escritura,
legitimidad que solo unos pocos pueden conseguir. Esta legitimidad la presenciamos en un sendero que recorre cada
línea, sendero que direcciona los tópicos que alimentan la poética de Merino. Me
refiero a la libertad de decir lo que piensa sin pensar en lo que dirán los
demás. Esta libertad, más la mirada afinada, dotan al estilo de su poética de
un rasgo que lo perdura y lo aleja de la fugacidad de la media que caracterizan
a los textos periodísticos, además, el autor se sabe muy bueno en lo que puede
ser bueno, en la brevedad del formato, he allí el secreto de su éxito y su
ambición, involuntarios para más señas.
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