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El viernes fui víctima del escalofrío y
la fiebre en su estado más salvaje. No sé cómo pude soportar ese día, en el que
me encontré solo en la librería. Ahora, sobre lo que hice en la mañana del
viernes, estoy pensando en si hago un artículo o simplemente un texto que
numeraré como parte de los posts del blog. Sea cual sea la opción que elija,
tengo la certeza de que sacará mucha chispa y mi tregua con ciertos celadores
literarios y de las buenas costumbres habrá terminado.
Tenía que recuperarme, puesto que al día
siguiente, el sábado, se casaban Lizette y David, dos buenos amigos a los que
quiero y aprecio. Estaba preocupado, debía ponerme las pilas, pensaba y
recordaba qué había hecho para ser presa de este malestar que no solo te ataca
el cuerpo, sinotambién el ánimo. No sé cómo llegué a mi casa, puesto que para
colmo de males me retrasé debido a la Marcha contra la TV basura. Lo último que
me faltaba para coronar ese día era tener que soportar las bombas lacrimógenas
y los policías a caballo.
Tomé unas pepas antes de acostarme y
desperté ligeramente mejorado. Ya no tenía fiebre, pero cada movimiento que
hacía me deparaba una factura de dolor, leve, pero de dolor.
El sábado se me presentó soleado y debía
de hacer algunas coordinaciones finales para la actividad que se llevaría a
cabo en Quilca, actividad que, según me cuentan, fue exitosa y muy festiva.
Abrí la librería puesto que mi padre se haría cargo de la misma ese día, que
dicho sea, la rompió.
Me retiré, con la idea puesta en la boda
de mis amigos. Pero a las tres de la tarde, me vino la fiebre y el escalofrío.
Pensé que no la haría, que no tendría fuerzas ni para volverme a duchar ni para
cambiarme, es decir, ponerme el atuendo que se requiere para este tipo de
ocasiones. Dormí durante algunos minutos y al despertar, vi a mi lado una
pastilla blanca sobre un platito, más un vaso de agua. La pastilla era
totalmente blanca, no tenía, o no pude ver, la marca. Dejé de lado mis dudas y
la tomé.
El malestar se acrecentó, no el doble,
sino el triple. Me sentí mierda. La cabeza me reventaba. El remedio resultaba
peor que el mal. Sin embargo, luego de la embestida de dolor y fiebre, mi cabeza
comenzó a disiparse y la frialdad/tibieza se asentaba en mi temperatura. Mis
manos y piernas ya no sentían las punzadas eléctricas.
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