lunes, marzo 02, 2015

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El viernes fui víctima del escalofrío y la fiebre en su estado más salvaje. No sé cómo pude soportar ese día, en el que me encontré solo en la librería. Ahora, sobre lo que hice en la mañana del viernes, estoy pensando en si hago un artículo o simplemente un texto que numeraré como parte de los posts del blog. Sea cual sea la opción que elija, tengo la certeza de que sacará mucha chispa y mi tregua con ciertos celadores literarios y de las buenas costumbres habrá terminado.
Tenía que recuperarme, puesto que al día siguiente, el sábado, se casaban Lizette y David, dos buenos amigos a los que quiero y aprecio. Estaba preocupado, debía ponerme las pilas, pensaba y recordaba qué había hecho para ser presa de este malestar que no solo te ataca el cuerpo, sinotambién el ánimo. No sé cómo llegué a mi casa, puesto que para colmo de males me retrasé debido a la Marcha contra la TV basura. Lo último que me faltaba para coronar ese día era tener que soportar las bombas lacrimógenas y los policías a caballo.
Tomé unas pepas antes de acostarme y desperté ligeramente mejorado. Ya no tenía fiebre, pero cada movimiento que hacía me deparaba una factura de dolor, leve, pero de dolor.
El sábado se me presentó soleado y debía de hacer algunas coordinaciones finales para la actividad que se llevaría a cabo en Quilca, actividad que, según me cuentan, fue exitosa y muy festiva. Abrí la librería puesto que mi padre se haría cargo de la misma ese día, que dicho sea, la rompió.
Me retiré, con la idea puesta en la boda de mis amigos. Pero a las tres de la tarde, me vino la fiebre y el escalofrío. Pensé que no la haría, que no tendría fuerzas ni para volverme a duchar ni para cambiarme, es decir, ponerme el atuendo que se requiere para este tipo de ocasiones. Dormí durante algunos minutos y al despertar, vi a mi lado una pastilla blanca sobre un platito, más un vaso de agua. La pastilla era totalmente blanca, no tenía, o no pude ver, la marca. Dejé de lado mis dudas y la tomé.
El malestar se acrecentó, no el doble, sino el triple. Me sentí mierda. La cabeza me reventaba. El remedio resultaba peor que el mal. Sin embargo, luego de la embestida de dolor y fiebre, mi cabeza comenzó a disiparse y la frialdad/tibieza se asentaba en mi temperatura. Mis manos y piernas ya no sentían las punzadas eléctricas.

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