sábado, abril 18, 2015

furia de titanes

Quien esto escribe no considera el box ni como una muestra de barbarie, ni como un deporte. Es más bien la vida misma, la puesta en escena de la fuerza y el ánimo enfrentados, la metáfora de la supervivencia. 
Del estupendo Norman Mailer había leído lo que tenía que leer y lo admiraba por eso, me bastaba y sobraba con lo leído para considerarlo uno de los grandes narradores del siglo XX. Claro, podría sonar exagerada la impresión, con mayor razón cuando hablamos de un narrador capaz de generar las alabanzas más justificadas, como odios igual de justificados. Mailer no era pues un artista políticamente correcto. Malhablado, chismoso y matón, pero peligrosamente inteligente, por no decir genial. Su fuerza literaria descansaba en la furia de su entusiasmo creativo. Gracias a esa furia nos hacía olvidar sus yerros estructurales, presentes en absolutamente todos sus libros, y también gracias a esa furia es que podía sortear y elevar paulatinamente, como un carreteo de avión, la ligereza estilística en las primeras páginas de sus títulos. 
De su obra, solo me faltaba leer El combate, que lo venía buscando desde hace más de quince años. Este libro se me pintaba de mítico y legendario. Por más que intenté encontrarlo, no entiendo por qué se me hacía difícil la empresa. Felizmente, ahora tenemos un rescate editorial que celebro, rescate editorial que no debe ser visto como una joyita del deporte, menos como una cima de la literatura de no ficción, sino como alta literatura en todo el sentido de la palabra. 
Leer El combate no solo es adentrarnos en los perfiles de un par de deportistas que cimentan la tradición del boxeo, como George Foreman y Cassius Clay o Muhammad Alí. Si la intención del autor hubiera sido brindar sendos perfiles, aunque más avocado en Alí, por tratarse de un icono que atravesaba la referencialidad deportiva, no tendríamos el libro que tenemos. El combate es el testimonio de una época, un libro total: la radiografía de la pasión de los seguidores del box, la premonición de los senderos de la política y la economía de inicios de los setenta, que repercutirían en el mundo años después, la lectura de una actitud, la de Alí, al que sumaríamos una suerte de discurso mesiánico que le seducía. Alí no solo se conformaba con ser el mejor boxeador, quería ser el mejor deportista de la historia. Para ello tenía que vencer a la bestia negra Foreman, caballero y maldito del ring. Mas su victoria debía quedar libre de la mentira de los puntos, porque solo de esa manera Alí tendría la legitimidad que anhelaba para sí. En más de un pasaje Mailer nos habla de la legitimidad del deportista, como si cada acto que llevara a cabo debiera exhibirla, solo en la veracidad de sus acciones llegaría a la incuestionabilidad de las mismas. 
No se trataba de una pelea más, esta se llevó a cabo en Zaire (hoy Congo) en el Estadio 20 de Mayo, el 30 de octubre de 1974. Así es: en 1974. O sea, en plena dictadura del egocéntrico Mobutu. Las resonancias literarias que genera el espacio no pueden ser tomadas a menos. Recordemos que Joseph Conrad ambientó El corazón de las tinieblas en el río Congo. Si sumamos todos estos factores, entendemos el compromiso de Mailer, que no solo se disponía a escribir del enfrentamiento de dos de los más grandes deportistas de la historia del box, sino también del contexto en el que se dio esta pelea, de la expectativa mundial que suscitaba, en un escenario por demás exótico y violento. Cuando Mailer consigna las declaraciones de Foreman y Alí, el lector hace suyo sus temores, dichas, fortalezas y debilidades. Mailer nos conecta y en esa conexión no es necesario ser un conocedor del box, solo basta con ser un genuino amante de la alta narrativa. 

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Publicado en Buensalvaje 15

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