furia de titanes
Quien esto escribe no considera el box
ni como una muestra de barbarie, ni como un deporte. Es más bien la vida misma,
la puesta en escena de la fuerza y el ánimo enfrentados, la metáfora de la
supervivencia.
Del estupendo Norman Mailer había leído
lo que tenía que leer y lo admiraba por eso, me bastaba y sobraba con lo leído
para considerarlo uno de los grandes narradores del siglo XX. Claro, podría
sonar exagerada la impresión, con mayor razón cuando hablamos de un narrador
capaz de generar las alabanzas más justificadas, como odios igual de
justificados. Mailer no era pues un artista políticamente correcto. Malhablado,
chismoso y matón, pero peligrosamente inteligente, por no decir genial. Su
fuerza literaria descansaba en la furia de su entusiasmo creativo. Gracias a
esa furia nos hacía olvidar sus yerros estructurales, presentes en
absolutamente todos sus libros, y también gracias a esa furia es que podía
sortear y elevar paulatinamente, como un carreteo de avión, la ligereza
estilística en las primeras páginas de sus títulos.
De su obra, solo me faltaba leer El combate, que lo venía buscando desde
hace más de quince años. Este libro se me pintaba de mítico y legendario. Por
más que intenté encontrarlo, no entiendo por qué se me hacía difícil la
empresa. Felizmente, ahora tenemos un rescate editorial que celebro, rescate
editorial que no debe ser visto como una joyita del deporte, menos como una
cima de la literatura de no ficción, sino como alta literatura en todo el
sentido de la palabra.
Leer El
combate no solo es adentrarnos en los perfiles de un par de deportistas que
cimentan la tradición del boxeo, como George Foreman y Cassius Clay o Muhammad
Alí. Si la intención del autor hubiera sido brindar sendos perfiles, aunque más
avocado en Alí, por tratarse de un icono que atravesaba la referencialidad
deportiva, no tendríamos el libro que tenemos. El combate es el testimonio de una época, un libro total: la
radiografía de la pasión de los seguidores del box, la premonición de los
senderos de la política y la economía de inicios de los setenta, que
repercutirían en el mundo años después, la lectura de una actitud, la de Alí,
al que sumaríamos una suerte de discurso mesiánico que le seducía. Alí no solo
se conformaba con ser el mejor boxeador, quería ser el mejor deportista de la
historia. Para ello tenía que vencer a la bestia negra Foreman, caballero y
maldito del ring. Mas su victoria debía quedar libre de la mentira de los
puntos, porque solo de esa manera Alí tendría la legitimidad que anhelaba para
sí. En más de un pasaje Mailer nos habla de la legitimidad del deportista, como
si cada acto que llevara a cabo debiera exhibirla, solo en la veracidad de sus
acciones llegaría a la incuestionabilidad de las mismas.
No se trataba de una pelea más, esta se
llevó a cabo en Zaire (hoy Congo) en el Estadio 20 de Mayo, el 30 de octubre de
1974. Así es: en 1974. O sea, en plena dictadura del egocéntrico Mobutu. Las
resonancias literarias que genera el espacio no pueden ser tomadas a menos. Recordemos
que Joseph Conrad ambientó El corazón de
las tinieblas en el río Congo. Si sumamos todos estos factores, entendemos
el compromiso de Mailer, que no solo se disponía a escribir del enfrentamiento
de dos de los más grandes deportistas de la historia del box, sino también del
contexto en el que se dio esta pelea, de la expectativa mundial que suscitaba,
en un escenario por demás exótico y violento. Cuando Mailer consigna las declaraciones
de Foreman y Alí, el lector hace suyo sus temores, dichas, fortalezas y
debilidades. Mailer nos conecta y en esa conexión no es necesario ser un
conocedor del box, solo basta con ser un genuino amante de la alta narrativa.
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Publicado en Buensalvaje 15
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