viernes, mayo 01, 2015

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Anoche regresé a la librería después de grabar una entrevista para el programa de radio Letras en el Tiempo. 
Hice el mismo camino de vuelta, el más rápido y, vaya milagro, esta vez cómodo, en el Metropolitano. 
Pensaba en lo que Renato Cisneros conversó con José Carlos Agüero sobre su libro Los rendidos. De alguna manera refuerzo mi idea sobre el nuevo camino para retratar los años de la violencia política peruana. Lo que escuchaba de la conversa me hacía pensar en los testigos, ubicados en una nefasta primera línea, que vieron a sus padres tomar las armas en pos de una lucha revolucionaria que dejó miles de muertos. Lo mismo podría decir de los hijos de los militares que nos defendieron en aquellos años aciagos. La no ficción, sea en sus registros como la crónica, el ensayo, la memoria y el diario, es el camino más fértil para abordar ese periodo de nuestra historia. Además, dejaríamos descansar un poco a la ficción que se escribió y escribe sobre la violencia política, que dicho sea, ha dejado muy poco para destacar y sentirnos aunque sea un poco obnubilados. 
Al regresar a la librería me encuentro con “Hombre sabio” Quiñones, que conversaba con un pata y su enamorada. 
Conversé un toque con el pata, que también me manifestó sus inquietudes literarias y a quien le dije que para dedicarse a escribir solo hacía falta leer mucho, tirar mucho y, valga la obviedad, escribir mucho. 
Me quedé solo un rato más. No había mucha gente en el Boulevard, mi vecino del frente, un metalero que vende música, estaba borrachazo y pogueando solo en su tienda. Lo veía de cuando en cuando, algo preocupado porque en cualquier momento podía caerse. 
Decidí quedarme en la librería porque quería terminar Bienvenidos a Incaland de David Roas, a quien entrevistaré próximamente en El Virrey de Lima. 
Cerré la librería.  
Me iba caminando en dirección al Queirolo. Ese trayecto lo hice muy despacio. Las cosas que te gustan hay que hacerlas despacio, pienso, porque me estoy acostumbrando a la salvaje algarabía que cobra Quilca los fines de semana. Cuánta gente en aroma a hierba y alcohol, cuánta festividad que manda a la mierda un mundo cada vez más idiotizado.

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