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Anoche regresé a la librería después de
grabar una entrevista para el programa de radio Letras en el Tiempo.
Hice el mismo camino de vuelta, el más
rápido y, vaya milagro, esta vez cómodo, en el Metropolitano.
Pensaba en lo que Renato Cisneros conversó
con José Carlos Agüero sobre su libro Los
rendidos. De alguna manera refuerzo mi idea sobre el nuevo camino para
retratar los años de la violencia política peruana. Lo que escuchaba de la
conversa me hacía pensar en los testigos, ubicados en una nefasta primera
línea, que vieron a sus padres tomar las armas en pos de una lucha
revolucionaria que dejó miles de muertos. Lo mismo podría decir de los hijos de
los militares que nos defendieron en aquellos años aciagos. La no ficción, sea
en sus registros como la crónica, el ensayo, la memoria y el diario, es el
camino más fértil para abordar ese periodo de nuestra historia. Además,
dejaríamos descansar un poco a la ficción que se escribió y escribe sobre la
violencia política, que dicho sea, ha dejado muy poco para destacar y sentirnos
aunque sea un poco obnubilados.
Al regresar a la librería me encuentro
con “Hombre sabio” Quiñones, que conversaba con un pata y su enamorada.
Conversé un toque con el pata, que
también me manifestó sus inquietudes literarias y a quien le dije que para
dedicarse a escribir solo hacía falta leer mucho, tirar mucho y, valga la
obviedad, escribir mucho.
Me quedé solo un rato más. No había
mucha gente en el Boulevard, mi vecino del frente, un metalero que vende
música, estaba borrachazo y pogueando solo en su tienda. Lo veía de cuando en
cuando, algo preocupado porque en cualquier momento podía caerse.
Decidí quedarme en la librería porque
quería terminar Bienvenidos a Incaland de
David Roas, a quien entrevistaré próximamente en El Virrey de Lima.
Cerré la librería.
Me iba caminando en dirección al Queirolo.
Ese trayecto lo hice muy despacio. Las cosas que te gustan hay que hacerlas
despacio, pienso, porque me estoy acostumbrando a la salvaje algarabía que
cobra Quilca los fines de semana. Cuánta gente en aroma a hierba y alcohol,
cuánta festividad que manda a la mierda un mundo cada vez más idiotizado.
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