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Después de años que no caminaba por las
calles de mi barrio. Desde hace muchos años he dejado de tener la vida que sí
tuve cuando adolescente y vi, recién esta noche, los cambios de las cuadras y
los parques con un asombro, el verdadero, el asombro del primerizo.
Prendí un cigarro, le dije a mi padre que
volvería en un rato, que saldría a comprar películas a Polvos Azules, lo cual
era verdad, porque esa era mi intención en principio, ir a comprar películas al
Pasaje 18 de Polvos Azules. Mientras cruzaba el parque, tuve una sensación, por
demás extraña, una especie de llamado, e hice caso de ese llamado, por eso fue que
terminé recorriendo esas cuadras de mi adolescencia, enfrentándome a mis dudas
y exaltos, mis temores y seguridades, en la parcela del recuerdo.
Dejé de frecuentar el barrio desde que
salí del colegio. He seguido viviendo en Apolo, pero mi trajín, amistades e
inquietudes las desarrollaba en otros lados, aún en los años que trabajé en
casa seguí haciendo mi vida fuera de este barrio. Los cambios son notorios,
prácticamente soy el único de la generación que sobrevive, los demás han hecho
su vida, tienen familias, viajan por el mundo, o están guardados. A medida que
caminaba, me propuse recorrer los cinco parques de la urbanización y en ese
trayecto reafirmaba lo bonito que está mi parque, el cual, en su momento, llegó
a ser calificado como el más peligroso, como también el más sexual, porque era
punto de peregrinación de parejas sumamente necesitadas de sexo. Hablo pues de
los años en los que no había hostales como ahora y en los que uno tenía que
ingeniárselas para los apuros hormonales.
En el trayecto, en la calle 3 de
Febrero, entré a una café en donde pedí un espresso y un keke. Tomé asiento y
mientras esperaba que la señorita me trajera el pedido, estudiaba el lugar,
recordando lo que este significaba aún para mí, porque aquí, hace poco más de
veinte años, funcionaba un centro de juegos en video. Me recuerdo yendo a jugar
Super Soccer, en los que era un genuino campeón.
Tenía la esperanza de ver a los patas de
antes, las calles transitadas, algo que me llevara a ese tiempo en el que me
creía dueño del mundo, pero no, nada. Apolo siempre ha sido mi barrio pero
recién esta noche me di cuenta de que yo era el forastero.
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