jueves, mayo 28, 2015

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Después de años que no caminaba por las calles de mi barrio. Desde hace muchos años he dejado de tener la vida que sí tuve cuando adolescente y vi, recién esta noche, los cambios de las cuadras y los parques con un asombro, el verdadero, el asombro del primerizo. 
Prendí un cigarro, le dije a mi padre que volvería en un rato, que saldría a comprar películas a Polvos Azules, lo cual era verdad, porque esa era mi intención en principio, ir a comprar películas al Pasaje 18 de Polvos Azules. Mientras cruzaba el parque, tuve una sensación, por demás extraña, una especie de llamado, e hice caso de ese llamado, por eso fue que terminé recorriendo esas cuadras de mi adolescencia, enfrentándome a mis dudas y exaltos, mis temores y seguridades, en la parcela del recuerdo. 
Dejé de frecuentar el barrio desde que salí del colegio. He seguido viviendo en Apolo, pero mi trajín, amistades e inquietudes las desarrollaba en otros lados, aún en los años que trabajé en casa seguí haciendo mi vida fuera de este barrio. Los cambios son notorios, prácticamente soy el único de la generación que sobrevive, los demás han hecho su vida, tienen familias, viajan por el mundo, o están guardados. A medida que caminaba, me propuse recorrer los cinco parques de la urbanización y en ese trayecto reafirmaba lo bonito que está mi parque, el cual, en su momento, llegó a ser calificado como el más peligroso, como también el más sexual, porque era punto de peregrinación de parejas sumamente necesitadas de sexo. Hablo pues de los años en los que no había hostales como ahora y en los que uno tenía que ingeniárselas para los apuros hormonales. 
En el trayecto, en la calle 3 de Febrero, entré a una café en donde pedí un espresso y un keke. Tomé asiento y mientras esperaba que la señorita me trajera el pedido, estudiaba el lugar, recordando lo que este significaba aún para mí, porque aquí, hace poco más de veinte años, funcionaba un centro de juegos en video. Me recuerdo yendo a jugar Super Soccer, en los que era un genuino campeón. 
Tenía la esperanza de ver a los patas de antes, las calles transitadas, algo que me llevara a ese tiempo en el que me creía dueño del mundo, pero no, nada. Apolo siempre ha sido mi barrio pero recién esta noche me di cuenta de que yo era el forastero.

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