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Todo indicaba que sería una noche
normal. Cerraría la librería y me iría a casa a descansar temprano porque
mañana viernes debo levantarme muy temprano y dejar así las cosas listas para
la actividad que tendremos el sábado en el Boulevard Quilca.
Cerré la librería.
Mi idea era caminar hacia la Plaza San
Martín y tomar un taxi hacia casa. En todo el día no había hecho otra que ver
dos películas en VK, Full Metal Jacket y
The Conversation. Por ello, no me
enteré de las noticias que ocurrían en las últimas horas, no me enteré de
absolutamente nada. Solo veía esas dos películas, a lo mejor con el mismo
interés de cuando las vi por primera vez. Pues bien, mientras caminaba hacia la
plaza, me percaté de que muchísima gente caminaba en dirección contraria a la
mía, con un andar anhelante, apurado, como si faltara poco para que empezara a
correr. Seguí en mi ruta, con la idea de despedirme de “Hombre sabio” Quiñones que
a esa hora se disponía también a cerrar el otro local de Selecta, pero crucé a
la vereda de enfrente, para entrar a la tienda de siempre y pedirme una Coca
Cola, pero ni siquiera pude pedir la gaseosa, porque ahora la gente empezaba a
correr y gritar, como si estuvieran huyendo de una presencia fantasmal. Las
pisadas veloces y desesperadas hacían que tuviéramos la sensación de estar
viviendo un mínimo y creciente temblor. Salí de la tienda y vi a “Hombre sabio”
que hacía lo posible por cerrar el local, así que crucé hacia donde él para
poder ayudarlo. Para cerrar la librería hay que ajustar dos cadenas antes de
colocar los candados. “Hombre sabio” no lo podía hacer con tranquilidad, aunque
mi ayuda iba a limitarse a cuidar sus cosas, que eran presas llamativas para
los delincuentes que se cuelan entre los manifestantes, porque eran
manifestantes, tal y como me enteré minutos después.
Una nube de gas lacrimógeno se apoderó
de la intersección de Camaná con Quilca. Le pedí a “Hombre sabio” que se
apurara, pero mi petición fue más pensando en mí que en él, que la tenía mucho
más difícil que yo, porque no solo era gas lacrimógeno, sino también gas
pimienta que se apoderaba de mi puta piel sensible al sol, que hizo que me
irritara y que botara todas las lágrimas que no he botado en mucho tiempo. Por
mi rostro caían las lágrimas y el ardor se hacía insoportable. En cuestión de
segundos, los manifestantes no estaban en la calle. Todos corrían hacia Wilson,
solo teníamos la presencia de los gases que nos dañaban. Eran tantas las
lágrimas que mis lentes se me resbalaban desde la nariz. “Hombre sabio” se
llevó las manos al rostro. No podía cerrar y no podíamos dejar la librería mal
asegurada. Nos quedamos tres minutos más, que fácil fueron los más jodidos, los
más dolorosos.
Después de varios minutos, cuando ahora
nos dirigíamos a la Plaza San Martín, una plaza por demás desierta, hablábamos
de las manifestaciones que vienen ocurriendo en las últimas semanas. Nos
despedimos. “Hombre sabio” se fue por el Jirón de la Unión y yo por Belén. En
mi trayecto, y ahora más calmado, pensaba en los nuevos jóvenes rojos del país
que salieron a protestar contra todas las chanchadas que viene cometiendo este
gobierno, jóvenes rojos que hacen lo que los treintones y cuarentones rojos no
se atreven a hacer.
Siempre voy a apoyar todo tipo de
manifestaciones. En este caso, los jóvenes rojos quieren a este presidente y su
esposa fuera del poder. Intentan limpiar las chanchadas que no se atreven los
rojos mayores, esos rojos que apoyaron a este presidente mediocre a llegar al
poder, apoyándole sin tener en cuenta sus anticuchos sobre violación de derechos
humanos, porque esa es nuestra izquierda de treintones y cuarentones, que no
solo la caga, sino que son duchos para limpiarse las manos. Felizmente, hay una
juventud roja que no son como ellos.
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