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Salgo de casa con algo de retraso. A
medida que camino hacia México, percibo la alegría de las puntas que me cruzan.
Sus rostros exudan una paz, como también el exceso de las celebraciones que
denotan sus ojos rojos. No hay que pensarlo mucho, han estado chupando como
cosacos por la clasificación de la selección peruana a los cuartos de final de
la Copa América.
Sin duda, estamos cagados. Nos alegramos
por pequeñeces, por empates. Pero qué importa a fin de cuentas, el fútbol es un
desfogue y vaya que este país necesita del desfogue, con mayor razón cuando
estás por empezar un lunes, que no es distinto que empezarlo con la sensación
de la derrota. Vi el partido con mi padre y hermano, los tres reconocimos que
Gareca la hizo, mostró un planteamiento, el equipo jugaba a algo, o mejor
dicho, a lo que podía jugar, siendo un acierto el haber puesto a los chatos
Cueva y Sánchez, que no estaban en las nóminas titulares de nadie.
Paro un taxi. El taxista me dice que por
el tráfico no sabe cómo llegar al Centro Histórico. Le digo que no se preocupe,
puesto que le indicaré una vía para evitar el tráfico de Iquitos. Subo al taxi
y me acomodo. En el trayecto, y tal y como suelo hacer en los trayectos, o me
pongo a leer o me pongo a recordar, cualquier cosa, o como en esta mañana,
recuerdo la novela El diario de Hamlet
García de Paulino Masip.
Llegué a esta novela por recomendación
de Dío, que me habló muy bien de esta novela de Masip, autor de la llamada
Generación del 27. Cuando me habló de Masip, confieso que no lo ubicaba y a
medida que escuchaba lo que decía, llegaba a la conclusión, una bien triste, de
que era un autor a la fecha olvidado. Le pregunté si me podía prestar esa
novela por una semana y justo el día de hoy lunes se la voy a devolver, con no
poca pena porque sí me gustaría tener esta novela en los anaqueles de mi
biblioteca, biblioteca que en unos días repartiré entre dos casas porque ahora
sí siento que los libros me van a botar de la mía.
Mientras el taxi entra por la callecita
secreta para evitarnos el tráfico, pensaba en la novela de Masip. También
cavilaba en qué podría hacerse para no olvidar a un autor que supo ser mucho
más vanguardista que otros que se pintaban como tal. Aunque también hay que
subrayar algunos aspectos: Masip no es un autor para mayorías, así suene a
posería la idea, pero a veces, solo a veces, lo bueno hay que cuidar, que no es
lo mismo que guardar celosamente para un supuesto grupo de entendidos. En
tiempo que no leía la novela de un autor cuya poética fue profética para lo que
hoy por hoy se nos quiere presentar de novedad. Una lectura que me obliga a
marcar distancia de los vendedores de sebo de culebra que empiezan a abundar
últimamente. Como bien dice Steve Coogan en 24
Hour Party People: “Quizá deban leer un poco más”.
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