el editor que lee
Hace poco más de dos meses estuvo en
Lima Juan Casamayor.
No es poca cosa, hablamos de la presencia
del editor en español que más escuela está ofreciendo en la actualidad. Porque
eso es lo que percibí de él aquella tarde en la que no hicimos otra cosa que no
sea hablar de libros, autores y hasta de la vida misma. Esa tarde que conversé
con Casamayor, brindó escuela de lo que debe ser un editor: un lector voraz
ante todo.
*
Me encontraba en la librería El Virrey
de Lima.
En principio, creí haber llegado tarde a
la reunión, pensando que Casamayor ya estaría en el lugar de encuentro, pero
no, llegué temprano y lo tuve que esperar porque el editor creyó que la reunión
sería en la librería Sur.
Contra lo que se pueda suponer, no hago
mucha vida literaria y no suelo hablar con editores. La reunión con Casamayor
prometía, porque me bastaba tener presente el catálogo de su editorial para
saber que estaba ante un lector exquisito y exigente. Empero, sentía una
incomodidad y esta incomodidad inicial yacía en que no quería ser presa de un
discurso diplomático, hipócrita, mucho menos cumplidor. Esto era lo que más
temía. Hasta llegué a barajar la idea de cronometrar el tiempo que estaría
conversando con Casamayor. Lo nuestro sería una conversa, no una entrevista y
lo que más temía era que nuestra conversa parezca una entrevista sin grabadora.
Más allá de este prejuicio, tenía un
principio en mente: debía saciar mi curiosidad y saber qué hay detrás de ese
paraíso que es Páginas de espuma.
*
Así es, Páginas de espuma es un paraíso.
Obvio, no pocos pueden llegar a esa conclusión,
no se requiere de mucho esfuerzo. Además, sería justo reforzar aún más esta
impresión consignando que detrás de este proyecto editorial hay demasiado
esfuerzo, pujanza y buenas dosis de idealismo. O mejor dicho, sobredosis de
idealismo.
Desde hace unos años, y no lo digo por
patería a razón del texto, varios libros de esta editorial se han convertido en
mis biblias personales, que guían y ordenan mis lecturas. Pienso, por ejemplo,
en Novelas y novelistas de Harold
Bloom, en los ensayos de Flaubert, Stevenson y Marcel Schwob. Pero ante todo,
lo que consiguió Casamayor fue reforzar un interés perdido que tenía hacia el
cuento. Cuando me refiero al cuento, no solo imagino las ediciones monumentales
que editó sobre Balzac, Poe, Chéjov y Maupassant, también en cuentarios de
autores contemporáneos, como Roas, Neuman, Schweblin, Tizón, Aparicio, etc., que
revelan a un editor que no solo apuesta por el rescate de los clásicos, sino
que arriesga por los llamados nuevos o contemporáneos.
*
Seguía esperando a Casamayor, terminaba
un café de la casa y una idea me rondaba, a lo mejor esta idea bien puede ser
polémica: cada día siento una certeza que los lectores deberíamos honrar: si
hoy en día somos testigos de un serio interés por el cuento, de un renacimiento
por el mismo, ya sea como autores y lectores, se lo debemos a Casamayor. El
cuento escrito en español adquirió relevancia en Páginas de espuma y esa resonancia un lector de verdad, un lector
voraz, no lo debe negar.
*
Lector voraz.
Eso fue lo que sentí ni bien crucé las
primeras palabras con Casamayor. Es que tú sientes cuando estás ante alguien
que sí ha leído. Esta impresión hizo que mi incomodidad inicial se
desvaneciera. Me sentí muy libre y despejado para hablar con él. No fui para
nada protocolar. No estaba siendo el que temía ser, no me estaba esforzando
para nada, sino que le decía mis puntos de vista tal y como los pensaba, sin
importarme que algunas de mis opiniones pudieran ser duras para algunas
personas que él conocía, pero él tampoco era menos con las suyas, me decía lo
que pensaba de mis opiniones y en cada uno de sus conceptos fui testigo de una
sabiduría generosa dispuesta al diálogo y premunida de humor.
Recorrimos la librería y mientras lo
hacíamos me preguntó por los autores peruanos que escribían cuento, hecho que
hizo que pensara que estaba ante un cazador, un buscador de nuevas voces a las que
leer o marcar para seguirles la ruta después. A saber, le hablaba de un autor y
me preguntaba por su poética. Asentía al responderle y veía cómo achinaba la
mirada, señal de que su interés no era en absoluto diplomático, sino real,
porque Casamayor es un rendido lector de cuentos.
Casamayor conoce como pocos la tradición
del cuento y no tuvo problema alguno en compartirme lo que sabía y buscaba de
la poética del cuento cuando ahora nos dirigíamos con José Luis Ovillo a un
restaurante del Barrio Chino. Solo faltaba la cerveza en lata para que la
caminata hacia el Salón Capón fuera perfecta. Conversábamos no solo de
literatura, también de política, deportes y mujeres, aunque estos tópicos
venían ligados a nuestras lecturas en común. Al llegar al restaurante,
Casamayor dudó en qué pedir. La variedad era no menos que apabullante. Estuvo
en duda por algunos minutos y me adelanté en pedir un arroz chaufa especial. Cuando
vio mi plato, él pidió lo mismo y José Luis reforzó el pedido con sui mais y
pato con verduras. Comimos hasta no dejar ni un arroz y ni una sola verdura, a
la par que nos hablaba del grupo de personas que trabaja con él. Casamayor escoge
bien a quienes laboran con él, no solo basta con que sean competentes
profesionalmente, sino también grandes lectores.
No hay mucho que pensarlo, Páginas de espuma es lo que es gracias a
la mística lectora que lo alimenta. Lo comercial interesa, lógico, pero la
mística lectora es importante para una editorial y eso lo tuvo presente
Casamayor desde el momento que decidió fundar su editorial. Es decir, en su
proyecto existe una coherencia que debería imitarse si es que se desea que una
editorial marque hito y haga historia forjando no solo buenos lectores, sino
también exigentes, como él.
*
De regreso a la librería nos detuvimos
en un café. Lo escuchaba y él me escuchaba. Hablamos de autores, en especial de
uno que conocí y leí mucho, el fallecido Félix Romeo, a quien no dudamos en
calificar como “El escritor que leía”. Aunque claro, también compartimos
decepciones por algunos escritores que iniciaron su carrera con mucha
expectativa pero que fueron perdiendo fuerza narrativa al dejarse seducir por
registros conservadores, convirtiéndose en deudores de la moda editorial.
No recuerdo cuántas horas pasamos
conversando, quizá cuatro, a lo mejor cinco, pero eso no importa, porque el
curso del tiempo no se sintió hasta que el cielo comenzó a teñirse de naranja oscuro.
Lo acompañé hasta un punto medio en el tramo a su hotel. En ese corto trayecto,
me contó de los libros que pensaba editar próximamente. Lo contaba con una
convicción, o sea, un férreo compromiso literario ajeno a lo comercial, el
mismo compromiso que sustenta su prestigio, compromiso que, sin duda, más de
uno debe imitar.
…
Publicado en LPG
1 Comentarios:
Envidiable y enriquecedora experiencia, Gabriel. Saludos.
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal