lunes, agosto 03, 2015

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Como lo dije alguna vez, los días que más temo de toda feria de libro son los de las instalaciones y desinstalaciones. 
Hoy no fue la excepción. 
Llegué temprano y comencé a armar las cajas mientras esperaba la llegada de “Hombre sabio” y mi Yesenia, quien vino con Luchito, el hombre que se encargaría del trabajo pesado de cargar nuestras más de cincuenta cajas, más los muebles. 
Luchito siempre nos ayuda y hoy mereció mi aplauso por lo que hizo, por hacer nuestro día más fácil, con mayor razón ahora que nos encontrábamos más que agotados, casi muertos para ser más exacto. 
En todas las instalaciones y desinstalaciones, Luchito ha generado admiración y sorpresa por cuenta de libreros y hombres de trabajo pesado. A simple vista no parece un hombre fuerte, hasta podría ser una tentación para las palomilladas de los que babosos que nunca faltan. Él toma las cosas como si con él no fuera el asunto. Lo suyo es ponerle buena onda y en esa buena onda lo apreciamos, porque sabemos lo que es: un héroe nacional. 
Luchito fue condecorado por el gobierno peruano a razón de su participación en la guerra del Senepa. También por el ejército por su labor de rescate que más de una vez hizo de prisioneros de guerra durante la lucha contra el terrorismo. Es precisamente en una de sus intervenciones contra un grupo senderista, en 1999, el cual tenía cautivos a médicos y lugareños que iban a ser adoctrinados a la fuerza, que recibió un tiro en la cabeza, en la que también quedaron incrustadas varias esquirlas de granada. 
Obviamente, después de ese atentado Luchito nunca volvió a ser el mismo. Al menos no para la gente racional, pero sí para quienes disfrutamos de su conversa y de los detalles que nos cuenta de los platillos voladores que siempre ve, como ahora en la tarde, ya que, según él, un platillo volador levitaba sobre el hospital Rebagliati, cosa que hizo recordara mi maratón de V de hace algunos días. 
Al final de la jornada, luego de algunas horas de espera puesto que nuestro camión tenía que esperar que los camiones de Ibero y Crisol se retiraran, pudimos llevar nuestras cosas a su destino. Una paz se apoderó de mí, una paz llena de certeza y satisfacción, porque me daré un descanso luego de varios en los que me saqué la mierda para que me vaya bien, y me fue (muy) bien.

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